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Columna: Ismael Bojórquez/Cortesía: Javier Valdez/Río Doce.

Bajaron en rapel. Sobre Jesús María, vomitando fuego, participaron cinco helicópteros y dos aviones. Decenas de soldados de élite. Uno de los grupos de avanzada fue puesto en un lugar equivocado y casi se queda “chiflando en la loma”. Fueron rescatados y bajados de nuevo en el lugar planeado. La operación debió iniciar a las tres de la mañana con las primeras maniobras, porque los primeros impactos, los que despertaron a medio mundo, entre ellos punteros, halcones, escoltas, segundo anillo de seguridad, vecinos… y al propio Ovidio, iniciaron a las cuatro de la mañana. Más o menos. A la casa llegaron caminando y arrastrándose, pero a la zona descendieron de los helicópteros como en las películas gringas.

Entraron por la puerta de atrás. Habitualmente, a la casa se llega por un callejón que tuerce y sube a la izquierda de la calle principal de Jesús María, que es la angosta carretera que va de la México 15 al Varejonal, pueblo que queda en la cortina de la presa Adolfo López Mateos y su planta hidroeléctrica. Si uno toma el camino hacia arriba, se topa con la puerta principal, dos hojas de herrajes para vehículos, y una puerta para accesos personales. Nada del otro mundo.

Pero los soldados llegaron por atrás, donde solo hay algunas casas separadas, casi todas en obra negra, y algunas sin habitar. Cuando la escolta de Ovidio y sus anillos de seguridad reaccionaron, ellos estaban adentro de la casa. Por eso las manchas de sangre en el patio y los cientos de cartuchos percutidos.

Tenían entre 15 y 20 camionetas blindadas en el pueblo para lo que se ofreciera, pero no les sirvieron de mucho. Tampoco las que contaban con aditamentos para empotrar calibres 50. La operación militar estuvo planeada para sofocar la reacción de los sicarios que consistía, en lo inmediato, acudir a proteger al jefe. Por eso varias de las unidades quedaron en los accesos a la finca, cuesta arriba e inutilizadas. Desde distintos puntos, lo hombres que habían bajado de los helicópteros y se habían pertrechado entre las casas, los masacraron. Los primeros minutos transcurrieron como en una cacería de búfalos. No había forma de fallar. Una masacre.

Los radios del Cártel vomitaron órdenes desesperadas. Todos tenían que dirigirse a “JM”. Así es el pueblito en clave. Bajaron de la sierra de Badiraguato y salieron en estampida de Pericos. Los accesos rurales al pueblo desde Culiacán se llenaron de luces. Mojolo, Paredones, Agua Caliente, territorios indiscutibles de Los Chapitos. La México 15 se pobló de camionetas artilladas que salían volando de Culiacán hacia el norte. Y los comandos de El Dorado, Culiacancito, Sanalona, Imala… se concentraron en la ciudad.

Cuando amaneció, el objetivo principal del operativo federal estaba resuelto. Ovidio había sido sacado de su casa, subido a un helicóptero y llevado derechito al aeropuerto de Culiacán. Mientras sus hombres seguían cayendo como moscas en Jesús María y el resto hacía desmanes en Culiacán quemando los que se les atravesara, bloqueando carreteras y calles a un ejército que se movía por aire, Ovidio Guzmán López, el Ratón, estaba sentado en un avión de la Guardia Nacional, esposado y con un chaleco antibalas, listo para ser entregado.

Ovidio se equivocó, por eso lo detuvieron. Uno. El gobierno, desde hace décadas, alista operativos para aprehender o ultimar blancos justamente en las fechas de Navidad y Año Nuevo, cuando es muy difícil que las personas, criminales o no, no quieran estar con sus familias. Lo mismo hacen los narcos para sus ajustes de cuentas. Dos. Ovidio hubiera estado más seguro remontado en la sierra –La Tuna, por ejemplo– que en un pueblo de pescadores que tiene solo una entrada rápida que al mismo tiempo es salida. Tres. Siempre que a México viene un alto funcionario de los Estados Unidos relacionado con la seguridad—el secretario de seguridad, el vicepresidente, etc.–, el gobierno mexicano entrega una cabeza. Ahora venía el mismísimo presidente de los Estados Unidos y debió calcular que era un blanco primordial. Ovidio y todos los grandes capos de este país, tenían que estar encuevados hasta que el panorama se despejara. Pero el Ratón no sabe de política y parece que los encargados de su seguridad, tampoco. Cuatro. Exponerse a cielo abierto en un pueblo tan cercano a la infraestructura militar y de gobierno, fue una ingenuidad, una especie de jugada de ajedrez del novato que cree que tiene ganada la partida y le matan al rey en dos movimientos.

Bola y cadena
AHORA, CON EL SURGIMIENTO DE nuevos datos, puede afirmarse que el gobierno nunca pensó que sería una operación limpia, por el contrario. Cuando mataron a Arturo Beltrán hasta se ufanaron al grado de la burla; cuando mataron a Ignacio Coronel, también. Ahora tuvieron que matar a decenas y decenas de gatilleros y dejar el pueblo y las carreteras llenas de vehículos destrozados y muertos apilados. Y ciudades incendiadas. La guerra en sí. La guerra porque sí. Se trataba de llevarse al hijo del Chapo y se lo llevaron. A sangre y fuego, como ya lo dijimos.

Sentido contrario
TAN NO FUE LIMPIA, QUE fueron los mismos soldados los que levantaron los cuerpos, los suyos y los ajenos, como en una guerra formal. Los agentes del Ministerio Público llegaron al pueblo dos días después, cuando ya la mayor parte de los cadáveres había sido levantados, algunos de ellos empezando a descomponerse. ¿Quién responde por las leyes? ¿Quién por la Constitución?

Humo negro
Y EN EL CASO DEL POLICÍA ESTATAL muerto por negligencia ¿a quién castigar? ¿a los militares que disparaban a discreción desde el helicóptero o al comandante que se metió al fuego en una unidad que podía ser de un bando o del otro, sin logos ni distintivos? Podría ser a los dos, pero será a ninguno.

Artículo publicado el 15 de enero de 2023 en la edición 1042 del semanario Ríodoce.