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Narcopolítica mexicana

Por: Aldo Fulcanelli

En México, el ascenso y caída de los grandes capos de la droga, se encuentra condicionado al acontecer político del momento. Como si se tratara de un ajedrez fríamente operado por una mano invisible, hay hechos que irremediablemente marcan los pactos entre el narco, y el poder en turno.

Como claro ejemplo esta la detención de Juan García Abrego en 1996, quien era considerado por muchos, el narcotraficante favorito del salinismo. El tío de este último, el legendario Juan Nepomuceno Guerra, habría fundado el otrora poderoso Cártel del Golfo (antes Cártel de Matamoros), cediendo la tutela de la organización delictiva a García Abrego, quien extendió sus lazos a todos los niveles del poder de modo exitoso.

La detención del poderoso capo, anunciada con bombo y platillo por el gobierno de Ernesto Zedillo, era una de las claras señales del distanciamiento de este con Carlos Salinas de Gortari, y la posible sucesión de un nuevo pacto con otro señor del narco; muy al estilo de “muera el rey viva el rey”.

Pero eso no es todo, en entrevista realizada por Carmen Aristegui para la cadena CNN, César Gutiérrez Priego, hijo del General Jesús Gutiérrez Rebollo (ex Zar Antinarco de nuestro país), revelaría que la detención de su padre, acusado de delitos contra la salud y acopio de armas por el gobierno, obedecía en realidad a un asunto muy oscuro. Según Gutiérrez Priego, su padre realizó tres operativos con el fin de capturar al narcotraficante Amado Carrillo Fuentes, los cuales según las declaraciones, fallaron por la intromisión deliberada del entonces Secretario General de la Defensa Nacional Enrique Cervantes Aguirre, quien obstaculizó las acciones a través de subordinados de su entera confianza.

También, Gutiérrez Priego agregó en la reveladora entrevista, que el General Gutiérrez Rebollo investigaba los nexos del entonces Presidente de la República Ernesto Zedillo Ponce de León, con los narcotraficantes conocidos como los Amezcua Contreras. Por otra parte, el hijo del General también señalaría al Secretario de la Defensa Nacional, como el responsable de aletargar la entrega de 12 Millones de Dólares a la PGR, producto de un decomiso mayúsculo al narco. Tal sería el motor de la detención a Gutiérrez Rebollo, un ajuste de cuentas desde el más alto nivel de la política mexicana; según los declarantes.

Esta y otras acusaciones, llevan a muchos a suponer que muy probablemente el Capo Amado Carrillo Fuentes, fue el delincuente consentido del gobierno encabezado por Ernesto Zedillo, lo anterior, hasta la muerte del primero en circunstancias misteriosas el 4 de julio de 1997. El enigma de su deceso, parece arrancado de alguna novela Shakespereana, o quizás de una película de Martín Scorsese. Sometido a una larga cirugía que habría resultado fallida, los médicos participantes fueron asesinados violentamente; como un ejemplar ajuste de cuentas de la mafia. La muerte, le llego a Amado Carrillo Fuentes en el momento justo. Joven, millonario y exitoso, el inteligente líder del Cártel de Juárez, se fue de este mundo sin ser juzgado por ninguno de sus incontables delitos.
Otra señal innegable, resultó la fuga de Joaquín Guzmán Loera, alias “el Chapo”, en el año del 2001, y a muy poco tiempo de la victoria de Vicente Fox Quesada en las elecciones. Si el triunfo de Fox en las urnas resultó aplastante, la fuga del Chapo fue el Talón de Aquiles del sexenio, evidenciando los lazos de complicidad del gobierno con el poderoso señor del Cártel de Sinaloa.

Durante el lapso de 12 años, Joaquín Guzmán Loera fue el narco consentido de los gobiernos panistas, quienes inauguraron una supuesta lucha contra el crimen organizado, que tan solo en los últimos seis años; costó la vida a entre 70 y 100 mil personas. Sin embargo durante ese tiempo, prevalecieron las detenciones a gatilleros o personeros de otros cárteles, mientras el Chapo continuaba fortaleciéndose, ante la mirada atónita de la comunidad internacional.

La detención de Juan García Abrego, la rara muerte de Amado Carrillo, o la fuga del Chapo del penal, marcan el fin y el comienzo de viejos o nuevos acuerdos, y son señales claras de las relaciones que teje el narco con el poder, en sus más altos niveles. Como todo acuerdo que inicia, alguna vez llega a su fin, rompiéndose la cuerda por la parte más evidente; la detención o muerte de algún jefe poderoso del narco.

Pero hay que apuntar que en ese peligroso juego, existen delaciones, falta de acuerdos, traiciones y muerte, debiendo reconocer que a los jefes del narco les ha tocado bailar con la más fea. En una entrevista concedida por la fallecida abogada Silvia Raquenel Villanueva, (conocida por defender a importantes jefes del crimen organizado) a la periodista Denise Maerker, esta acusaría lacónicamente que los políticos son peores que los narcos, porque según sus propias palabras, “son los políticos lo que no saben cumplir acuerdos”. Dicha entrevista es fundamental para comprender como funciona la relación entre el narco, y el poder en turno.
A decir de la controversial abogada Raquenel Villanueva, el grave problema de la violencia desatada entre el gobierno y los narcos, era provocada por los políticos, quienes además de usar a los narcos en sus oscuros intereses, luego los traicionan exhibiendo su detención como un trofeo grotesco; así las cosas. Pero además, es por todos conocido, que antes de ser fatalmente ejecutada por un comando armado, Raquenel Villanueva sufrió otros varios atentados a su vida, y cuando algún periodista le preguntó ¿a quién atribuía los mismos?, ella contesto que se trataba del gobierno, y no del crimen organizado como algunos suponían. No debemos olvidar que la abogada tuvo la categoría de testigo protegido durante el proceso contra Juan García Abrego, además de haber sido la defensora de Carlos Reséndez Bertolucci; el cerebro financiero del Cártel de Golfo.

En lo general, y secundando lo dicho por la abogada Raquenel antes de su violento asesinato, los gobiernos han compartido las jugosas ganancias que el narco implica, pero además, cuando así le ha convenido, realiza la detención de los otrora aliados, en medio de un gran despliegue mediático y policial, solo para que la ciudadanía piense que se está trabajando. Sucedió con la detención de Caro Quintero, a quien se involucró en la muerte y tortura de Enrique Camarena Salazar, agente de la DEA, y de quien después se supo que fuera asesinado para acallar los inconfesables secretos que poseía, y que involucraban a funcionarios de México y Estados Unidos en oscuras operaciones. Si antes Caro Quintero se paseaba libremente por las calles de México sin ser molestado, luego el gobierno uso la captura para sacudirse el estiércol de encima, salvando el buen nombre ante los Estados Unidos por otra parte. Una cabeza exhibida en la picota es mejor que nada, y mejor aún una cabeza grande, como la de Caro Quintero.

A lo largo de nuestra historia, el narco y su estructura logística y material, ha sido utilizada para operaciones especiales, tal como lo consignan los servicios de inteligencia mexicanos y extranjeros. Luego de la muerte de Luis Donaldo Colosio, trascendería la presencia de importantes personeros del Cártel de Golfo dentro de las estructura de campaña, especialmente en el área de eventos especiales o finanzas, según se dice. A la muerte del sonorense la opinión pública supuso, luego de la siembra de una información tendenciosa, que el narco había ordenado la ejecución en Lomas Taurinas. Seguramente, si es que realmente existió participación del crimen organizado, esta se redujo a cuestiones ínfimas, pues como ha trascendido, la muerte de Luis Donaldo Colosio; fue operada desde las más altas esferas del poder.

En todo caso, la presencia de los narcos en sucesos de grave interés para el estado, ha sido más una cortina de humo que una realidad manifiesta. Un pretexto muchas veces para desviar la realidad de las cosas. Focalizar la atención en un hecho inexistente, es parte de una exitosa estrategia de la desinformación.

Pero el empoderamiento del narcotráfico en las estructuras de la política mexicana, data de muchos años atrás. El periodista Juan Alberto Cedillo, da cuenta de ello en su libro “Los Nazis en México”, donde pone al descubierto una red de contrabando muy bien estructurada, y operada por militares y políticos de muy altos vuelos. Según evidencias presentadas por el autor, durante la Segunda Guerra Mundial el General Francisco J. Aguilar encabezó el contrabando de drogas hacia los Estados Unidos. Pero el asunto se torna realmente apasionante al descubrir que dicho militar mexicano, trabajaba bajo las órdenes de poderosos agentes alemanes y japoneses, quienes utilizaban a México como un conducto muy preciado, para ir debilitando a los Estados Unidos por medio del tráfico de marihuana y opio. Aunque la información parece extraída de alguna película de espías, es tan cierta que los nombres y las pruebas están ahí a través de los años. El autor señala también a Gonzalo N. Santos, entonces gobernador de San Luis Potosí, y también a Donato Bravo Izquierdo, gobernador de Puebla, como parte fundamental de esa red de sabotaje y narcotráfico. Resulta curioso darse cuenta, que el origen de los grandes cárteles de la droga en nuestro país data de aquellos años, y que los que lo impulsaron fueron contrabandistas, políticos y militares que habían participado en la Revolución Mexicana, y que usaron su poder, contactos diplomáticos en el extranjero, para fortalecer esa red de corrupción.

Pero si alguien supo fortalecer esos lazos de unión, fue precisamente don Juan N. Guerra (1915-2001), poderoso fundador del Cártel de Matamoros, y el origen primordial del posterior Cártel del Golfo. Amigo de gobernadores, diputados y gente del medio artístico, era un honor compartir la mesa con él en su restaurante “Piedras Negras”, adonde se acercaban propios y extraños en busca de un consejo, o incluso gente necesitada de dinero a los que el poderoso capo ayudaba sin escatimar. Su fama de matón y hombre dadivoso, le convirtió en una leyenda en aquellos lares, donde ninguno podía ser candidato o emprender un proyecto grande, sin la bendición del “Dios padre” de la región, don Juan N. Guerra, cumplidor y cabal como pocos; según decían los entendidos. Así pues don Juan murió a los 86 años de edad, respetado, idolatrado y sin tocar baranda.

Se dice que en nuestro país el negocio de las drogas, arroja ganancias de entre 25 mil, y 50 mil millones de dólares al año. Dicho poder económico, convierte al narco en algo muy preciado, un motor económico que a su paso arrastra voluntades, y corrompe todo lo que toca. Es obvio que el éxito del narcotráfico en nuestro país y el resto del mundo, mucho le debe a los vínculos que ha sabido tejer con los hombres del poder; la estrategia ha sido financiarlos, corromperlos y hasta matarlos. Pero el poder en turno ha utilizado al narco a plenitud; primero como una mina de oro apetecible, y luego como un estandarte punitivo, cuando a los capos se les persigue y se les detiene, exhibiendo a los socios como seres inadaptados y crueles asesinos.

Hoy sabemos que ambos factores, el poder político y el narco, parecen emanar de la misma coladera. Unos y otros se necesitan para subsistir, porque como dijera Ismael “El Mayo” Zambada a Julio Scherer en aquella entrevista clandestina; “si me atrapan o me matan nada cambia”. Triste colofón de la realidad mexicana, donde la justicia es un propósito, y la ilegalidad una forma de vida.