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Ecos del M68, segunda Parte
por: Leónidas Alfaro Bedolla*/Río Doce en 4 septiembre, 2018

Desde que empezó a caer la tarde, por las diversas calles convergentes con la Plaza de las Tres Culturas, los grupos de estudiantes con expresiones festivas empezaron a llegar, entre ellos maestros; y los líderes pronto tomaron posiciones. Más tarde cuando el smog apenas permitía dar cuenta del sol, llegaron contingentes de obreros, muchos empleados, doñitas con su mandil, padres y madres con sus hijos. En el templete, José de Molina cantaba acompañado de su guitarra: “…hay soldaditos de plomo y soldados de madera, los que matan a mi pueblo, son soldados de a de veras…”

Curioso, pero la gente no aplaudía, algo empezó a enrarecer el ambiente y los comentarios se escuchaban en susurros… se están acercando los soldados… una tanqueta con un pelotón está a dos cuadras, cerca de reforma… varios autos han bajado hombres con tipo de soldados… llevan la mano derecha cubierta con un guante blanco… No pasa nada, esta es una manifestación tranquila, no traemos piedras, ni nada. Solo la palabra, el reclamo de nuestras peticiones: libertad a los presos políticos, libertad de expresión, no más represión para nosotros y nuestros obreros, campesinos y empleados… no pasa nada. Cuando la noche cubrió el espacio y un líder alzaba la voz, el motor y las aspas de un helicóptero irrumpieron para lanzar una bengala…

Elena Poniatowska (París 1932), mexicana que quiso nacer allá, se estremeció, igual que millones, por la matanza del 68. Pero lejos de sentarse a llorar, tomó su libreta y fue a buscar la verdad. Caminó por las calles, llegó a los departamentos de Tlatelolco, fue a las aulas del Poli y la UNAM, entrevistó a estudiantes, maestros, líderes, amas de casa, empleados, policías, soldados y hasta empresarios. Y escribió La noche de Tlatelolco, plasmó los testimonios desgarradores, las expresiones lastimosas y también algunos que opinaron que los estudiantes habían sido los culpables. Pero todo el mundo, incluyendo México, sabemos que los culpables estaban en palacio nacional, en el campo militar número uno, en las delegaciones policiales, en la procuraduría general de la nación; todos comandados por el que se parecía a los gorilas, dicho con perdón de ellos.

Carlos Monsiváis, al ver aquellas concentraciones convocadas por el M68, alguna vez comentó: “El país vuelve a contar con un espíritu nacional auténtico, no las proclamas y discursitos, aunque la vileza ha venido alimentando la megalomanía, sino el ánimo, el estilo renovadores de la solidaridad, de la creencia en el cambio, el afán nacional entendido como amor a la comunidad, no como amor al respeto ciego que una comunidad debe a sus gobernantes”.

Desde México 68 hasta la fecha, son muchas las razones en las que nuestro pueblo ha dado muestras de ser una sociedad valiente; gracias a sus heroicas manifestaciones el país no se ha derrumbado, ha sabido llegar a tiempo, haciendo a un lado a los malos gobernantes que se empecinan en traicionar a la patria. El pasado primero de julio de este año 2018, dio una vez más muestra de esa reciedumbre, de ese heroísmo civil. La frase de AMLO: “solo el pueblo puede salvar al pueblo”, se consolida.

Memorial de Tlatelolco, por Rosario Castellanos:
“La oscuridad engendra la violencia y la violencia pide oscuridad para cuajar el crimen. Por eso el dos de octubre aguardó hasta la noche. Para que nadie viera la mano que empuñaba el arma, sino sólo su efecto de relámpago. ¿Y esa luz, breve y lívida, quién? ¿Quién es el que mata? ¿Quiénes son los que agonizan, los que mueren? ¿Los que huyen sin zapatos? ¿Los que van a caer al pozo de una cárcel? ¿Los que se pudren en el hospital? ¿Los que se quedan mudos, para siempre, de espanto? ¿Quién, quienes? Nadie. Al día siguiente, nadie. La plaza amaneció barrida; los periódicos dieron como noticia principal el estado del tiempo. Y en la televisión, en el radio, en el cine no hubo ningún cambio de programa, ningún anuncio intercalado, ni un minuto de silencio en el banquete (pues siguió el banquete).

No busques lo que no hay: huellas, cadáveres que todo se le ha dado como ofrenda a una diosa, a la Devoradora de Excrementos.
No hurgues en los archivos pues nada consta en actos. Mas he aquí que toco una llaga: es mi memoria. Duele, luego es verdad. Sangre con sangre y si la llamo mía traiciono a todos.

Recuerdo, recordamos.
Ésta es nuestra manera de ayudar a que amanezca sobre tantas conciencias mancilladas, sobre un texto iracundo sobre una reja abierta, sobre el rostro amparado tras la máscara.

Recuerdo, recordamos hasta que la justicia se sienta entre nosotros.

Y aquí, seguimos esperando que sean aprehendidos los que ordenaron la muerte de nuestro amigo y compañero Javier Valdez Cárdenas; nuestro reclamo es: ¡Justicia! ¡Justicia! ¡Justicia!

* Autor de la novela Golpe a golpe.

Artículo publicado el 2 de septiembre de 2018 en la edición 814 del semanario Ríodoce