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Cuauhtémoc Villegas Durán

La muerte de don Javier Valdez es una perdida de hombre de visión y trascendencia internacional.

Río Doce ha perdido ha perdido a un hombre fundamental, pilar de ese gran medio mexicano pero México ha perdido a uno de los grandes cronistas de la barbarie que asola al país y que sin duda pasará como el gran conocedor de la cultura del narco, mismo conocimiento que transmitió de manera inigualable en su columna.

En la soledad de la redacción y del vacío que deja el ser amado Oscar Espinoza, compañero de Javier Jaldez me dijo todo en unas cuantas palabras “todos estamos tristes”.

La perdida de don Javier es comparable a la de don Memo Cano en Colombia misma que fue orquestada por la mente criminal de Pablo Escobar Gaviria y tan lo es que hasta el presidente Enrique Peña Nieto se ha manifestado contra el crimen y la embajada de Estados Unidos, mientras que públicamente el secretario de Gobernación Osorio Chong, se veía descompuesto, angustiado allá en Tamaulipas. Este crimen debería cambiarlo todo y pensar en negociar con los carteles la paz, legislar y gobernar por la realidad y el bien de México y no obsesionarse con el derramamiento de sangre que ha llevado a México a ser el segundo país en guerra más violento del mundo.

Mientras México celebraba por la supuesta muerte del PRI, muchos, como yo, angustiados vimos la llegada de la extrema derecha al país con la entrada del siglo y Cuauhtémoc Cárdenas advirtió que era una desgracia para México, nunca imaginamos que entre el PAN y el PRI con sus partiditos compinches como el PRD llevarían a la destrucción de una de las naciones más pacíficas y respetadas del mundo en medio de una guerra bárbara que sólo ha beneficiado a los políticos y las transnacionales que se apoderan de las riquezas del país.

Don Javier Valdez fue un hombre generoso que apoyó a Objetivo7 sin ningún interés, por algo siempre será estandarte de la libertad de expresión en la historia del periodismo mexicano. Su muerte fue como todas las de alguien que se va sin avisar, como si esperáramos que todos fuéramos eternos fue inesperada y no tendré ya la oportunidad de reiterarle mi agradecimiento allá en la batallosa Culiacán.

En paz descanse don Javier, sus ojos no verán ya más ríos de sangre sino a Jesús en el cielo. Y sí, todos estamos tristes.