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carton-malayerba-persecucion-768x507.jpgLos vieron entrar a la ciudad por donde ingresan los perros, como les llaman a los del bando enemigo. Por eso les llamó la atención, les pareció sospechoso y al final concluyeron que era uno de ellos. Por radios y teléfonos celulares les avisaron a otros y la voz de alerta se fue esparciendo, hasta que eran muchos los que lo buscaban: una camioneta roja, al menos con un hombre a bordo, va en chingamadriza por la calle de atrás del panteón.

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La buscaron en las calles del centro, alrededor de la plaza principal, por los anchos bulevares. Uno de los jefes se topó con él, de mera casualidad, en un crucero. Tomó el radio. Informó: aquí va, por la calle central, parece que va a tomar la carretera a Culiacán, lo voy a seguir.

Iba en su minicúper, recién estrenado. Le puso cola y puso a prueba su vehículo de lujo. Les volvió a hablar a su clica cuando vio el velocímetro y se dio cuenta que nadie llegaba a apoyarlo en la persecución: la noche era densa y parecía haberse sentado en la carretera para repartir brumosas nubes grises y él mantenía los ciento sesenta kilómetros por hora y no podía alcanzar al de la camioneta. Poca visibilidad. Qué pasa cabrones. Nadie llega.

Después de la ruidosa estática se escuchó la voz de uno de sus subordinados. Lo vamos a atorar adelante, en La cuclilla. Le bajó dos rayitas al estrés y confió en que esa iba a ser una buena medida. Atravesaron un trailer en la carretera. A güevo iba a tener que pararse. Hombres armados estarían en el lugar, listos para disparar.

El de la camioneta se supo perseguido y puso atención al camino. Hizo catorce llamadas a sus amigos culichis, pero le ganaba la desesperación. Vio a lo lejos el camión atravesado y también a los hombres armados, de negro, encapuchados y encuernados. Di un viraje policiaco y agarró pal monte: brincoteo, volteretas y luego se estrelló, entre ramas y esa espesa neblina oscura. El del minicúper no tuvo mejor suerte. Perdió de vista el trailer y no pudo bajar la velocidad a tiempo. Se estrelló de frente. Cuando lo sacaron parecía gelatina que no alcanzó a fraguar.

Ni se acordaron del desconocido de la camioneta. Se apuraron a auxiliarlo, pidieron ayuda para llevarlo al hospital y al ratito llegaron los de la policía federal. Cuando vieron al de la camioneta y éste les dijo quién era, le recomendaron que se pelara porque ellos no querían problemas. Llegaron tres vehículos de su bando y se lo llevaron a toda velocidad. Golpes mínimos, tres cortadas, un labio partido y un chichón en la frente.

No supieron esos, que ese desconocido era hijo de un jefe, de su mismo bando. Menos lo sabría el que lo persiguió en el minicúper, quien esos días se estrenaba como jefe en esa ciudad y no llegaría al hospital.

Columna publicada el 28 de abril de 2019 en la edición 848 del semanario Ríodoce.