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Río Doce.- Fue concebido como un negocio y vendido como un paraíso. Era gobernador Juan Millán Lizárraga, cuando un grupo de empresarios culichis, encabezados por el ex diputado panista y constructor, Humberto Choza Gaxiola le presentaron un proyecto para construir en desarrollo en terrenos que serían robados al río.

Se llamaría, según la idea original, “Isla Tamazula”, en honor al río que se desprende de la Presa Sanalona y que se nutre de afluentes más pequeños, que bajan de la sierra sur de Durango.

Los empresarios presentaron el proyecto, sus necesidades, inversión estimada, formas de financiamiento, participación estatal, federal, ventas a futuro… Pero el proyecto fue rechazado por la administración de Juan Millán Lizárraga que lo calificó de impertinente, entre otras cosas, por los riesgos que implicaba.

Desde que fue concebido “Isla Tamazula, se proyectó modificar el curso del Río Tamazula, partirlo en dos para dejar en medio una franja de tierra, con auxilio de rellenos, que a la postre podía ser vendida a precio de oro.

Los empresarios, que protestaron públicamente por el rechazo, fueron indemnizados, aunque nunca trascendió el monto de los estímulos.

Pero la “Isla” se haría. El 3 de noviembre de 2003, cuando los ánimos habían tomado su nivel, el Gobierno estatal anunció un nuevo proyecto dentro del Desarrollo Urbano Tres Ríos (DUTR). Se llamaría Isla Musala, se partiría el río en dos, se crearían zonas habitaciones y comerciales… es decir, lo mismo, pero ya sin los empresarios.

Para cuando se hizo el anuncio, la tierra, que no existía todavía, ya estaba tratada: sería para el empresario de Mocorito Antonio Sosa Valencia, quien un día después de que Juan Millán Lizárraga asumió la gubernatura había comprado la constructora Inzunza a empresarios de Guamúchil.

Los rellenos se construyeron por la extinta Comisión Constructora de Sinaloa (Cocosin) con el apoyo de empresas locales y cuando quedó listo el polígono le fue vendido, casi en su totalidad, a Toño Sosa.

De inmediato, el DUTR inició la construcción de vialidades, a través de las constructoras Inzunza y Mocorito, propiedad de Sosa con un costo de 245 millones de pesos. Se hicieron dos puentes sobre el Ríos Tamazula, de 182 y 138 metros de largo que unen el sector universitario con Las Quintas.

El bulevar Diego Valadés, que antes del proyecto terminaba en el puente Juárez, fue extendido a lo largo de dos kilómetros hasta llegar a la Limita, pasando por los terrenos de Isla Musala.

Desde que la obra fue anunciada, con la modificación del cauce del río, expertos de la Universidad Autónoma de Sinaloa advirtieron los riesgos que implicaba. Sabían de sobra que si no había una obra hidráulica de gran calado, la isla mentada sería un llanete propenso a inundaciones, como terminó siendo a la vuelta de diez años, por el impacto de la tormenta “Manuel”.

Isla Musala se vendió como un proyecto ambicioso que contemplaba en su origen zonas comercial, habitacional y de servicios, centros deportivos y zona educacional, pero, sobre todo, “en apego a las normatividades jurídicas y ecológicas”.

Presuntuoso, tenía como slogan “La Isla que todos quisiéramos habitar”.

Contra la advertencia de los expertos, se dijo siempre que se estaba construyendo con la anuencia y supervisión de la Comisión Nacional del Agua y, por lo tanto, eliminado el riesgo de inundaciones en la zona.

De acuerdo al proyecto, ya en manos del gobernador Millán Lizárraga y Antonio Sosa como principales usufructuarios, se ganarían casi un millón de metros cuadrados —967 mil 209— de superficie, de los cuales el 55 por ciento se destinarían a la venta inmediata para las áreas comerciales y habitacionales.

Como reserva y “beneficio social”, fue apartada un área de donación de más 90 mil metros, que serían destinados a la construcción de áreas de recreación, zonas comunes, vialidades y andadores.

Como cabeza de playa para la comercialización, Sosa Valencia construyó en la zona los Citicinemas… y luego llegaría un casino, una gasolinera, bares y Walmart.

Al costado de los cines, Homex, propiedad de Eustaquio de Nicolás, otros de los grandes amigos y socio de Juan Millán, construyó las primeras dos privadas denominadas Banus, con 120 casas cada una, además de edificios de departamentos.
Pero hasta la fecha, después de diez años, ninguno de estos 90 mil 814 metros cuadrados ha sido aprovechado para el beneficio de los culichis.

El empresario de Mocorito, quien en múltiples ocasiones ha sido relacionado con actividades de lavado de dinero del narcotráfico, fue el principal beneficiario del proyecto, él y el entonces gobernador, por lo menos en su primera etapa.

Los tiempos de Aguilar

Jesús Aguilar Padilla llegó al Gobierno del estado el 1 de enero de 2005, con una consigna de campaña sugerente: “Vamos por más”. No le ayudó mucho el eslogan pues ganó apenas la elección, contra Heriberto Félix Guerra, con apenas el uno por ciento de diferencia.

Alumno y cómplice de Juan Millán aunque al final se hayan distanciado, había cultivado la amistad de Antonio Sosa, que a su vez era amigo, también, del padre del gobernador, don Ricardo Aguilar, recién fallecido.

Ya en el cargo, Aguilar puso al frente del DUTR a Aarón Rivas Loaiza, quien era en ese tiempo un vendedor de materiales de construcción y concesionario desde hace muchos años de la venta de cerveza Tecate en buena parte de la sierra sinaloense. Originario de Durango, no tenía carrera conocida en la administración pública.

Y fue a Rivas Loaiza a quien le tocó operar los negocios del Gobierno estatal en esa paraestatal, los que se dan para beneficio del Desarrollo, pero también los que subyacen en los túneles de la corrupción.

Nunca, en el tiempo que estuvo al frente del Tres Ríos, Aarón Rivas añadió un arbolito a la Isla Musala. Ninguna área verde, ningún parque, ningún paseo fue construido. Ni los que le antecedieron en el cargo, ni los que han estado después de él.

Mucho menos pensar en una obra hidráulica que aminorara los riesgos de la gente que a la postre estaría habitando en las zonas residenciales. No se había hecho antes. No se haría ahora.

El optimismo de Malova

Salvo por los dos puentes que resaltan, la Isla Musala es un llano al nivel del Río Tamazula, que a su paso por Culiacán luce hermoso cuando corre el agua cristalina, pálido y agrietado en tiempos de secas, pero implacable en las crecidas.

Lo demostró el jueves 19, cuando azotó Culiacán el huracán “Manuel”, que ya había hecho estragos en varios estados de la república.

Anunciado desde días antes su arribo a Sinaloa, el meteoro siguió una ruta errante, pues apuntaba en una dirección y cambiaba el rumbo y la categoría de un momento a otro.

El Ejército Mexicano, el Gobierno estatal y todos los municipios se prepararon con lo que podían y tenían pero resultó insuficiente. Culiacán, se demostró ese día, no tiene recursos de protección civil para enfrentar un fenómeno así.

Pero a las carencias se añadió la estulticia tanto del gobernador, Mario López Valdez, como del presidente municipal, Aarón Rivas, las contradicciones entre ellos a la hora de evaluar y la incompetencia. Incluso la del propio general Moisés Melo García, que demostró no ser un experto en fenómenos meteorológicos.

En una conferencia de prensa ofrecida el jueves a media mañana, reunidas la SCT, Sedesol, Conagua, Ayuntamiento de Culiacán, la Marina, el Ejército y el gobernador, se hizo una evaluación del fenómeno y se concluyó que ya iba de salida, pues había tocado tierra y se enfilaba hacia la sierra de Chihuahua.

Ese era el pronóstico generalizado, pero “Manuel”, lo demostró, seguía enfrente de Culiacán.

En su intervención, al comandante de la Tercera Región Militar, decía que había que poner atención a la zona de Guamúchil, Mocorito y Badiraguato, porque hacía allá se dirigía el meteoro. Y hasta invitó al gobernador a realizar un recorrido por esas zonas. Y a los culichis les recomendó que no salieran a las carreteras.

Luego habló Malova y después de media docena de agradecimientos parsimoniosos, como si el tiempo no contara, dijo que ya había pasado lo peor y que “tendríamos que pasar a una etapa de valoración de daños”.

“Ha sido una larga noche para nosotros”, dijo, refiriéndose a los estragos que “Manuel” había causado en Angostura y Navolato.

Y jugueteó, como suele hacerlo:
“En Sinaloa pedíamos a gritos el agua.. Dios nos la está mandando y nos la estacionó en el centro… los beneficios hay que evaluarlos…las presas estaban secas, tenemos ya el 40 por ciento y podrían llegar al 50; ojalá que así como tenemos un ciclo normal de siembras en el norte, podamos tenerlo en el centro también. Los beneficios están por reflejarse”.

Luego afloró el triunfalismo y anunció que estaba solicitando a la Secretaría de Gobernación que se declarara zona de emergencia a cinco municipios, incluido Culiacán, aunque aquí solo había llovido la noche anterior, sin mayores problemas.

Y lo peor:
“Pedimos información a la Conagua… queríamos saber si con esta agua de “Manuel” las presas no son problema… y las presas no son problema… queríamos saber si los ríos son un problema y los ríos tampoco lo son: los riesgos son los arroyos en Mocorito y Angostura…. Problemas que se han presentado en el Potrero de los Sánchez, en Mocorito”.

Luego invitó a los periodistas a un recorrido. “En media hora el camión de gobierno, el general Melo, todos los que conformamos este consejo de Proteccion Civil, nos trasladaremos a ese lugar”.

Luego calificó a “Manuel” como una bendición para Culiacán “porque en la zona donde queremos que haya más precipitaciones se está dando…”.

La furia de “Manuel”

Apenas se habían levantado de sus asientos cuando el cielo pareció desplomarse. Empezó a llover casi de manera ininterrumpida a partir de las once de la mañana. No se habían sentido rachas tan fuertes desde el anuncio del huracán. Y ya no se detuvo. Al medio día, como a las 11:40, el encargado municipal de Protección Civil, José Luis Urtusuástegui, dijo a noticiero Línea Directa que los ríos estaban creciendo y que recomendaba evacuar las colonias Las Quintas, la Campiña y los asentamientos de la Isla Musala.

Pero nadie lo escuchó. Ni de parte de la población ni ninguna otra autoridad. Dos horas después el mismo noticiero cuestionó al alcalde Aarón Rivas sobre esta advertencia y la minimizó. Dijo que no se consideraba necesario. Quince minutos después, casi en sus pies, se rompió el Río Tamazula e invadió de inmediato el conjunto habitacional Banus en Isla Musala, y la colonia Riberas de Tamazaula, que quedó casi sepultada en pocos minutos.

La Campiña en ese mismo sector y las partes bajas del DUTR, en la zona de Valle Alto, al poniente de la ciudad, quedaron bajo el agua. En sus cuartos de campaña, aturdidos por lo que ocurría, el gobernador y el general Melo solo se veían entre sí. El meteoro no se había ido y las lluvias no habían resultado tan benéficas como tres horas antes lo habían calculado.

Entrevistados por Ríodode, los habitantes de Riberas de Tamazula se quejaron de que nunca recibieron un llamado de alerta por el posible desbordamiento del río. “Nos ha llovido siempre, y siempre se encharca el agua, es una parte baja, pero nunca este infierno”.

En Banus, habitado por la clase media —buchones, empresarios, profesionistas y funcionarios públicos—, la reacción fue tardía. Cuado se dieron cuenta el río se había desbordado con una furia de animal. Algunas familias solo se subieron a sus camionetas e intentaron salir, pero el bulevar Revillagigedo se había convertido en un rápido intransitable. Más de una decena de vehículos quedaron atrapados en el agua, varias mujeres con sus hijos estuvieron a punto de morir ahogadas y el rescate de mujeres y niños se hizo con vecinos voluntarios porque en cuatro horas que duró la furia del agua no llegó nadie, ni de la Policía, ni del Ejército, ni de Protección Civil.

Al final, cuando la lluvia cesó y los que se habían ido regresaron a salvar sus cosas, llegaron cuatro soldaditos a prestar auxilio.

La Isla Musala, construida diez años antes sobre terrenos habilitados al vapor, en medio de la codicia y la corrupción gubernamental, había sucumbido a la naturaleza del agua, que busca su casa.

Vista desde el puente Musala, era una sábana de agua turbia donde sobresalían techos como colmenas, derrotado su orgullo.

El colmo

Pasada la fiereza de “Manuel”, el alcalde recorrió la Isla, se subió al puente y miró por todos lados, sombrío. Más tarde lo entrevistaron y dijo que el paso del meteoro por Culiacán solo había dejado algunas inundaciones y encharcamientos. Y que en Banus el agua solo había llegado a las cocheras, cuando en algunas casas subió más de un metro en las salas y cocinas.