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No hay manera de competir con Trump con un estilo estridente solo para mantener contentos a los nacionalistas de Morena.

Cortesía/Los Ángels Press/Joel Ortega Juárez

El desafío de Donald Trump a la presidente Claudia Sheinbaum, no es pura palabrería. En el pasado cumplió sus amenazas, logrando “doblar” al presidente López Obrador, precisamente con los aranceles.

“A un arancel vendrá otro” ha dicho correctamente la presidente Sheinbaum. Esa verdad no se puede combatir con lugares comunes como el decir “nosotros somos un gran país. Aquí no hay que achicarse”.

Entrar a competir con estridencia con Trump, puede servir para tener contentos a los nacionalistas de las filas de MORENA y la 4 T, pero le hace lo que el viento a Juárez.

Ante una vecindad imposible de cambiar, se vuelve a plantear uno y otra vez, la cuestión de aprovecharla de la mejor manera posible.

Desde 1982, si no me equivoco el 9 de febrero, en una entrevista publicada en primera plana de Excélsior, luego en otra en la revista Expansión, propuse la necesidad de establecer la Unión de América del Norte en Canadá, Estados Unidos y México. Con libre circulación de todas las mercancías, incluyendo la fuerza de trabajo -mercancía principal de exportación mexicana- moneda única y cláusulas de compensación para México. Nadie más lo ha planteado.

Carlos Salinas, el presidente de Estados Unidos, George W Bush, y el primer minitro de Canadá lo firmaron el 19 de diciembre de 1992 y entró en vigor el 1 de Enero de 1994, justo el día del levantamiento del EZLN. Ese tratado produjo cambios importantes en la región, sobre todo en la economía mexicana que dejó de ser exportadora de petróleo y materias primas (80 %) para exportar 80% de manufacturas. Ciertamente ese cambió gestó una burguesía exportadora, principal favorecida y excluyó al llamado México profundo.

Desde la opinión de algunos críticos del TLC, como Jorge G Castañeda y Adolfo Aguilar Zinser, su defecto principal fue el no establecer la libre circulación de la fuerza de trabajo. Ese tema es el problema principal de la migración mexicana a los Estados Unidos, donde actualmente residen unos 33 millones de mexicanos, con papeles y sin ellos, incluyeno a millones de ciudadanos con nacionalidad estadounidense.

Cualquier otra “solución”, bajo la presión de aranceles, murallas de miles de kilómetros o la que impuso Trump a AMLO de convertir a México en Tercer país seguro, donde millones de migrantes que cruzan nuestro país, deben esperar la aprobación de su solicitud, así sea mientras las citas mediante el programa denominado CBP One que sorprendentemente defiende la presidente Sheinbaum, al decir que los “encuentros en la frontera entre México y Estados Unidos se han reducido en un 75% de diciembre de 2023 a noviembre de 2024, desalentando, según la misma presidente las caravanas, sin decir media palabra de las tragedias ocurridas por esa política, tanto las de la gestión de AMLO como las ocurridas en menos de dos meses bajo su presidencia, entre ella la muertes de 6 a 10 migrantes en Chiapas.

Tragedias a las que deben sumarse los atropellos cotidianos causados por oficiales del Instituto Nacional de Migración, las bandas criminales tanto en las carreteras y caminos de territorio mexicano, como en los puesto del INM, los albergues oficiales, los privados y el creciente número de personas que viven en situación de calle o en verdaderos tugurios como los ubicados en la Plaza de la Soledad, Avenida 100 metros y muchos más dentro y fuera de la Ciudad de México olas decenas de miles de migrantes que deambulan en la ciudad fronteriza de Tonalá, Chiapas.

Con las amenazas de guerra económica de Trump, el fenómeno migratorio está en la perspectiva de ser una gran crisis humanitaria, de dimensiones y profundidades cercanas a los genocidios.

Por supuesto que los retos de la presidente Claudia Sheinbaum, no deben celebrarse, ni mucho menos festinarse, ello sin embargo no significa callar ante sus respuestas limitadas al manejo de un discurso patriotero.

Se requiere una política completa, compleja y de largo plazo.

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