Río Doce.- La señora Dora Valenzuela enjuga su rostro con una toalla pequeña que lleva en sus manos para cubrirlo. Su cara ya luce demacrada por seis días en vela forzada, porque su hijo está ausente desde entonces.
Las lágrimas le brotan sólo de recordar que su hijo Jesús Izaguirre Valenzuela, de 26 años —y como ella residente de la comunidad El Mezquite Caído— está desaparecido, junto con diez muchachos más de la comunidad.
Sabe que el tiempo es su enemigo, y suelta una frase lapidaria. “Tengo la esperanza de que aún esté vivo”.
Ella y los demás han llegado a tiempo al Palacio Municipal para reunirse con autoridades y el alcalde, Juan Raúl Acosta Salas. El alcalde no está en su despacho ni en su oficina, porque andaba desayunando birria con la candidata del PRI a la diputación federal por el 01 Distrito, y con reporteros.
“Quien lo tenga, que lo suelte, porque no era más que un pescador y jornalero, que con diez muchachos de su pueblo más se dirigía a Hermosillo para cortar uva y reunir el dinero de dos meses de trabajo para regresarse y poder sembrar ajonjolí, aquí en su rancho”, dice.
Al lado de doña Dora está don Jesús Izaguirre Osorio, padre del joven desaparecido. Dice que no tiene forma de comunicarse con su hijo, porque por su pobreza no lleva celular.
“Sólo sé que iba al corte de uva y que no sabemos nada de él”.
—¿Algún jefe policial o funcionario de justicia de Sinaloa o Sonora se ha entrevistado con ustedes?
—No. Nada, nadie. No sabemos nada. Yo sólo quiero a mi hijo, que me lo suelten, que me digan en donde está-, dice una llorosa Dora.
Frente a ella, sostenido por un poste de hierro, se tambalea don Pedro Berrelleza, padre de los hermanos Miguel Omar y Santiago Berrelleza Izaguirre, y quienes cinco años atrás comenzaron con el ritual de ir al corte de uva, primero a Hermosillo y después a Caborca, ciudades ambas del estado de Sonora, para reunir dinero y poder sembrar ajonjolí en tiempos de agua.
Ahora, como lo hicieron durante el lustro anterior, cada mayo, se engancharon con la misma mujer, y ella les envió dinero para sus gastos de traslado a una cuenta de Banco Azteca, pues seguro tenían trabajo en un empaque y luego en el campo de uva.
“Siempre era lo mismo, con la misma mujer, el mismo trato, y siempre regresaron con bien, pero hoy no sabemos nada de ellos”, dice don Pedro, que apenas puede levantar la cabeza porque los surcos en su piel le pesan como hierro. Sus ojos están inyectados de sangre, de la fuerza que hace para no romper en llanto. Es hombre, y los hombres no lloran, aunque la ausencia de los hijos le pesa como loza, lo queman como brazas ardientes.
A veces enmudece, a veces quiere hablar para no salen palabras de su garganta. Solo aprieta sus ojos y hunde la cabeza en silencio. A duras, muy duras penas, logra explicar lo poquísimo que sabe de esta historia y de la que también es protagonista forzado.
Aquel enganche, recordó, motivó a otros jóvenes a sumarse al equipo de jornaleros, pues al final todos eran una familia, quien no era hermano, era primo.
En el pueblo todos se reunieron a las 9:00 horas del domingo 3 de mayo. Llegó la camioneta Chevrolet, tipo Pick Up, modelo 1995, con placas para circular UD25401 del estado de Sinaloa, y se montaron, jubilosos.
Entre ellos iba también Édgar Adrián Rosas Berrelleza, de 20 años, recién casado y padre de una niña de tres meses.
“Se despidió de mí y se subió. Fue la última vez que lo vi. No sé lo que le pasó. Su celular suena, pero nadie contesta, y en ocasiones lo apagan. Él ha salido otros años a ese mismo corte de uva y siempre mensajea con los que nos quedamos en el pueblo. Hoy no. No habla, nada, nada”, dice su esposa, Dora Delia Palma Gil.
Todas las familias tienen la misma historia. Ellos subieron a la camioneta y ese domingo fue la última ocasión que los vieron. Sabían que viajarían por brechas desde El Fuerte hasta El Carrizo, para evitar casetas y aprovechar mejor el tiempo, y después sabrían como recortar camino.
Sólo supieron de ellos porque uno alcanzó a mensajearle a su madre que irían a comer a Guaymas, Sonora. Eran las dos de la tarde de ese domingo. Desde entonces no han sabido nada más. Y todos están angustiados.
Tan angustiados como doña Cornelia Berrelleza Rivas, que se quedó con la maleta lista para irse con los muchachos al corte de uva, pero no se montó en la troca porque cuidaba un enfermo.
Ella también está con ese montón de familiares, buscando tener noticia de los once muchachos que se esfumaron camino al corte de uva.
Armando el rompecabezas
El procurador de Justicia de Sinaloa, Marco Antonio Higuera Gómez arribó al Palacio Municipal de Choix puntual. Incluso, antes que el alcalde anfitrión.
Después de descender del helicóptero se trasladó a la sede del gobierno. Saludó de mano a cada uno de los familiares de los desaparecidos y se encaminó a la sala de juntas del despacho presidencial.
Tras breve protocolo inician una reunión. Una hora y media después, la asamblea concluye. Higuera Gómez convence a las familias de los muchachos de que declaren lo que saben para que den formalidad a la denuncia 20/2015 que por el delito de ausencia o no localización se inició por información pública, y finalmente se acogen al Programa de Protección a Víctimas del Delito para obtener gastos de viaje y despensas alimenticias.
Higuera Gómez reveló que el Procurador General de Sonora, Carlos Navarro Sugich, ordenó la operación de los mejores elementos de inteligencia en la investigación y búsqueda física de los once muchachos, incluyendo la ubicación de celulares y la revisión de los videos de las casetas de peaje.
Aseguró que la Procuraduría de Justicia armará el rompecabezas inicial para enviarlo a Sonora para que continúen con su investigación propia.
Golpe severo
El alcalde Juan Raúl Acosta Salas aseguró que la desaparición o ausencia de los once muchachos del Mezquite Caído en Choix pega fuerte en el ánimo de la comunidad.
“Nos pega muy fuerte a todos. Estamos deshechos, devastados, porque aquí todos nos conocemos y sabemos que son buenos muchachos, trabajadores todos, padres de familia algunos. Quiera Dios encontrarlos sanos y salvo, con vida pues”.
Los desaparecidos
Luis Enrique Rosas Berrelleza (22)
Edgar Adrián Rosas Berrelleza, (20)
Santiago Berrelleza Izaguirre (25)
Miguel Omar Berrelleza Izaguirre (25)
Arturo Merino Berrelleza (21)
Jesús Aguirre (26)
Jesús Hernán Antelo (36)
Gabriel Berrelleza (38)
Jesús Gastélum (35), todos del Mezquite Caído
José Everardo y Abel Antonio Lastras Berrelleza (15 y 19), residentes de Las Colmenas.
El otro golpe
Nuevamente, la sangre llegó al río en esta comunidad serrana, en donde un grupo de pobladores fue emboscado por un clan rival y prácticamente venadeados, asesinando a cuatro de ellos.
De acuerdo con un coordinador de la Policía Ministerial del Estado que tuvo acceso a las investigaciones del multihomicidio, los asesinatos a sangre fría de José González Sandoval, de 65 años, Enrique Torres Gil, de 27 años, José Pacheco Ochoa y José González Vega, ambos de 21 años, tendría su motivo en la disputa territorial entre las facciones de Adelmo Núñez Molina y Benito Portillo Gil.
Dijo que entre los asesinos y los fallecidos conformaban el primer campo de batalla de ambos grupos delictivos que se disputan el territorio conocido como el Triángulo Dorado.
El multihomicidio habría sucedido la semana anterior a la desaparición de los 11 muchachos.