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Tucho Fernández y el cura argentino que se suicidó en 2019

El nombramiento de Tucho Fernández en el Dicasterio de la Doctrina de la Fe lo hace responsable de los casos de abuso sexual en la Iglesia católica.

Rodolfo Soriano-Nuñez/cortesía: los Ángeles Press

En 2019, el sacerdote Eduardo Lorenzo, que dependía de Víctor Manuel Tucho Fernández, se suicidó al ser acusado de abuso sexual.

Religión y vida pública: Tucho Fernández deberá demostrar disposición a resolver la crisis de abusos sexuales, no basta la cercanía al papa Francisco

Por Rodolfo Soriano-Núñez

El pasado sábado las redes sociales estallaron en una combinación de júbilo y pesar por el nombramiento de Víctor Manuel Fernández, conocido en Argentina y ahora en todo el mundo como Tucho, como nuevo responsable del Dicasterio de la Doctrina de la Fe.

Unos lo celebraron porque es una persona cercana al papa Francisco, que se espera evite los conflictos que marcaron la relación entre el papa argentino y el cardenal alemán Gerhard Müller, responsable desde antes de la renuncia de Benedicto XVI de la entonces Congregación para la Doctrina de la Fe.

Müller se opuso en distintas oportunidades a Bergoglio y lo sigue haciendo. Apenas en marzo de este año insistió en que el papa actual se “rodea de personas que le dicen que sí en todo”. Yo no recuerdo a ningún funcionario de la curia en tiempos de Juan Pablo II o de Benedicto XVI que les hayan dicho que no en algo.

Recuerdo, eso sí, que al único obispo que se atrevió a contradecir a Benedicto XVI en el tema de la ordenación de mujeres, el australiano William Martin Morris. A ese obispo hereje, el papa alemán lo obligó a renunciar de manera fulminante, sin miramiento alguno.

A diferencia de las dos decenas de obispos que el mismo papa Benedicto XVI obligó a renunciar por encubrir o estar involucrados en abusos sexuales, de Morris se supo con toda claridad que se le había pedido la renuncia por sostener una opinión heterodoxa, es decir, contraria a la doctrina que excluye a más de la mitad de los fieles católicos de la posibilidad de presidir un matrimonio o celebrar una misa. Por ser un hereje, pues.

Que Francisco se rodee de quienes le dicen que sí a todo, puede ser un argumento interesante en otro contexto, al criticar a un presidente de un país o al dueño o gerente general de una empresa, pero no cuando se trata de los papas de la Iglesia Católica eso es lo que han hecho desde hace siglos: rodearse de quienes les ayudan; no es algo exclusivo de Jorge Mario Bergoglio.

Otros, tuvieron este sábado 1 de julio un día muy miserable, pues el nombramiento de Fernández cayó como cubetazo de agua fría sobre sus cabezas. Fernández es el epítome de la cercanía a Francisco desde sus días en la arquidiócesis de Buenos Aires como lo informó Los Ángeles Press ese día.

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Sin importar qué posición se tome sobre el nombramiento, lo que es un hecho es que Fernández deberá lidiar de aquí en adelante con todos los casos de abuso sexual que se le presenten al dicasterio que él preside por medio de la Comisión para la Tutela de Menores.

Esa entidad, a pesar de que debería ser un ejemplo de las buenas prácticas en el seno de la Iglesia Católica, como se documentó en una entrega previa de esta serie, está marcada por graves problemas de comunicación interna y de conflictos que la Iglesia no logra resolver. No sólo hay “fuego amigo” como lo demuestran los ataques contra el padre Andrew Small, el secretario de esa entidad, ese “fuego amigo” tiene algún elemento de verdad, pues no hubo claridad en la manera en que Small transfirió los fondos con los que la Comisión opera ahora.

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Tristemente, Fernández está lejos de tener un récord limpio en este asunto del manejo de los casos. Cuando apenas tenía un año en el cargo en el arzobispado de La Plata emergió el caso del sacerdote Eduardo Lorenzo a quien padres de familia acusaron de abusar de al menos cinco víctimas.

El cargo, en la jerga judicial argentina era el de “acceso carnal agravado”. Todas las víctimas eran varones menores de edad. Además de ser cura en la parroquia de la Inmaculada Madre de Dios en Gonnet, a ocho kilómetros al poniente del centro de La Plata, Lorenzo había sido capellán de las cárceles de la provincia de Buenos Aires y, por si fuera poco, había sido confesor de Julio César Grassi, uno de los super depredadores sexuales en el clero argentino.

Grassi había fundado en 1993 una institución para recibir menores desamparados, la Fundación Felices Los Niños que recibió todo tipo de apoyos de las élites políticas y de los medios de comunicación en Argentina, incluida la muy popular Susana Giménez.

En el año 2000, Felices Los Niños llegó a operar con un presupuesto de poco más de cuatro millones 600 mil dólares al año, cuando el peso argentino estaba en paridad con el dólar, en los últimos meses de la presidencia de Carlos Saúl Menem.

En 2014, sin embargo, se descubrió que había malos manejos financieros y que esas irregularidades administrativas estaban vinculadas a la doble vida de Grassi, a quien también se acusó de abusar de los niños a quienes se supone debía ayudar.

El vínculo de Lorenzo con Grassi debería haber sido suficiente para que Tucho Fernández fuera más cuidadoso en su proceder como arzobispo de La Plata, pero—lejos de ello—cuando se acusó a Lorenzo, Tucho apoyó al sacerdote. Habrá quien diga que esa era su función como arzobispo y es cierto que el arzobispo tiene una obligación con el sacerdote, pero también la tiene con las víctimas de abuso.

Uno de los problemas, que se repite una y otra vez en todo el mundo es que, justamente, los obispos prefieren su relación con sus sacerdotes y no actuar como jueces imparciales cuando se presentan acusaciones contra esos sacerdotes.

La duda, ahora que Tucho Fernández será el responsable del Dicasterio de la Doctrina de la Fe y, en ese sentido, responsable también de la Comisión para la Protección de Menores es, ¿de qué lado estará cuando se le presenten casos sobre los que tenga que resolver?

En el caso de Lorenzo, defendió al cura acusado de depredar de al menos de cinco chicos menores de edad, uno de ellos durante un mínimo de dos años. No sólo eso. Todavía el domingo 24 de marzo de 2019, Fernández concelebró misa con Lorenzo, como se puede ver en la foto que se presenta a continuación, tomada del portal de la arquidiócesis platense.

 

Lo hizo mientras la fiscalía argentina resolvía las cinco acusaciones. Como resultado de esas acusaciones, la fiscal argentina Ana Medina pidió unos meses después, en octubre de 2019, que Lorenzo fuera arrestado.

Esa solicitud, sin embargo, no fue expedita. A Lorenzo se le acusaba desde 2008, al menos públicamente. Originalmente, la fiscal no consideró que hubiera suficientes elementos para proceder.

Fue sólo luego de casi diez años, cuando aparecieron otras víctimas y el abogado Juan Pablo Gallego, quien había llevado el caso contra Grassi, se hizo cargo de los casos, que finalmente la justicia argentina consideró que había elementos para proceder contra Lorenzo.

El pedido en 2019 lo hizo Medina a la jueza Marcela Garmendia, que lo consideró fundado porque el perfil psicológico elaborado por los peritos y la evidencia aportada sustentaban la acusación. 

Sin embargo, cuando supo que las autoridades procederían a arrestarlo, Lorenzo decidió suicidarse en la sede de la Cáritas de la arquidiócesis de La Plata, el 16 de diciembre de 2019, casi nueve meses después de que Tucho Fernández había concelebrado misa y, en ese sentido, convalidado el trabajo pastoral de Lorenzo en lo que el arzobispado de La Plata todavía presenta ahora como un acto en el que Lorenzo “renovó su misión como párroco”.

Esa misa concelebrada con Fernández a finales de marzo fue, en sí misma, la admisión de una derrota. El 1 de febrero de ese año, la prensa local argentina había publicado una nota en la que informaba de la manera en que los padres de familia del colegio al que Lorenzo iba a ser transferido habían bloqueado esa posibilidad. El colegio, uno de los emblemáticos de la educación católica, era el de Nuestra Señora del Valle, en Tolosa, diez cuadras al norte de la Plaza San Martín, en el corazón de La Plata, provincia de Buenos Aires.

Pocos días antes de esa celebración, el 4 de febrero de 2019, el arzobispo Fernández envió una carta al cura, es decir, al párroco Lorenzo en la que le informa que había reconsiderado la posibilidad de transferirlo a otra parroquia. En una parte de la carta se refiere a la movilización de los padres de familia de Tolosa.

Es importante aclarar que cuando Fernández se hizo cargo de la arquidiócesis de La Plata en 2018, las acusaciones contra Lorenzo ya llevaban diez años en los archivos de la fiscalía de la provincia de Buenos Aires. En ese tiempo, Lorenzo contó con el respaldo del antecesor de Fernández, Héctor Rubén Aguer, que además de ser miembro del Opus Dei, fue el único obispo argentino que apoyó, a finales del siglo XX, a Carlos Miguel Buela, el “Marcial Maciel de Argentina”, a quien se dedicó una entrega previa de esta serie Religión y vida Pública.

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En la carta que Fernández envió a Lorenzo, se muestra cercano a su sacerdote lo que, de nuevo, cumple con una parte de la responsabilidad del obispo. Sin embargo, inevitablemente, obliga a preguntarse qué sucede con la otra parte de la responsabilidad del obispo, la de la relación con los fieles y, sobre todo, con las posibles víctimas, en el entendido que ya para 2019 eran cinco las víctimas que habían acusado, de manera formal o informal, a Lorenzo.

Al día siguiente del suicidio, el 17 de diciembre de 2019, Tucho Fernández publicó en el portal Web de la arquidiócesis de La Plata un escueto comunicado en el que mostraba compasión por quien había cometido el pecado para el que no hay perdón en la teología sacramental del catolicismo, el suicidio. El párrafo principal del comunicado dice:

Queridas hermanas y hermanos de la Comunidad arquidiocesana, ante la muerte de nuestro hermano Eduardo Lorenzo, que se quitó la vida después de largos meses de enorme tensión y sufrimiento, solamente nos cabe unirnos en oración por él para que el Dios de la vida lo reciba en el amor infinito.

En cambio, en la última oración del segundo y último párrafo del texto, Tucho Fernández decía a las víctimas que “también oramos por quienes puedan haberse sentido ofendidos o afectados por él.”

A final de cuentas, dada la decisión que tomó Lorenzo será imposible saber la verdad, jurídica o de otro tipo. Hay sin embargo, y no se debe perder de vista ese hecho, una larga tradición de estudios forenses que consideran que quienes se suicidan o intentan suicidarse muestran de esa manera una conciencia de que son culpables.

Se esté o no de acuerdo con esa interpretación de las ciencias forenses en Estados Unidos, lo que es un hecho es que en su nuevo cargo Tucho Fernández deberá lidiar con muchos casos como el de Lorenzo.

 

Ojalá que demuestre que aprendió algo del episodio que hizo que muchas víctimas argentinas lo vean a él no como el diligente colaborador de Francisco que ayudará a resolver los problemas que el papa tiene en Roma, sino como uno más de los muchos clérigos que se protegen entre sí, con tal de no reconocer que la Iglesia le ha fallado a sus fieles.