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Adital.- Navidad está de vuelta. El tiempo pasa muy rápido, porque la técnica nos da la sensación de mayor velocidad. Años atrás sentíamos que el tiempo pasaba muy despacio, porque los ritmos eran más lentos. Caminamos a pie o a caballo.

Hoy en día si el Internet está lento o el avión atrasa unos minutos, nos ponemos impacientes o nerviosos. El riesgo es no aprovechar el tiempo que tenemos y no disfrutar cada momento de nuestra existencia. Como miembros de una sociedad estresada, vivimos siempre en función de qué viene después y no nos damos cuenta del momento presente y ni guardamos en la memoria lo que vivimos. Terminamos siendo descerebrados y permanentemente nerviosos.

Solíamos celebrar la Navidad como la celebración del nacimiento de Jesús. Sin embargo, no sabemos exactamente cuándo y dónde nació. No hay datos confiables que nos puedan asegurar que Cristo haya nacido el 25 de diciembre. Lo que se conoce con certeza es que en este día, en el mundo greco-romano, se celebraba el nacimiento de Mitra, el dios indoeuropeo de la luz celestial, considerado el guardián de la verdad y enemigo de la mentira. Bajo relieves conservados hasta la actualidad, presentan a Mitra arrodillado ante el Sol en profunda adoración.

El culto a Mitra no se efectuaba en los templos, sino en grutas naturales y, posteriormente, en cuevas artificiales excavadas en las rocas con este propósito (GALIMBERTI, Umberto. Rastros de lo sagrado. São Paulo: Paulus, 2003, p. 134-138).

Tampoco sabemos con certeza si Jesús nació en Belén. Hoy en día, la mayoría de los eruditos bíblicos creen que la afirmación del nacimiento de Jesús en Belén es meramente una construcción teológica, inspirada en la profecía de Miqueas (5,1), con el fin de vincularlo con el rey David y así identificarlo con el Mesías esperado por el pueblo hebreo (PAGOLA, José Antonio. Jesús. Aproximación histórica. Buenos Aires; Claretiana, 2009, p. 41-44). Lo más probable y lógico es que Jesús haya nacido en Nazaret (Jn,1.46).

Este tipo de recurso teológico era muy natural en aquella época. Un recurso que a nosotros, nos puede parecer extraño hoy en día, por qué trabajamos con el principio positivista que sólo es verdadero lo que se puede comprobar empíricamente, mientras que los escritores de la época trabajaban con simbologías y metáforas. Para ellos lo importante no era una historia exacta, sino el significado simbólico y metafórico de un determinado hecho o personaje particular. Además no hay registros de que Jesús haya nacido en una cueva. Esa leyenda nació posteriormente por la asociación de la figura de Jesús con el dios Mitra, que como vimos, era venerado en grutas.

Cuando el cristianismo se expandió en el medio greco-romano encontró esta fiesta y efectuó un proceso de inculturación. Transformó el nacimiento de Mitra en la fiesta del nacimiento de Jesús, considerado por los cristianos como “la luz que brilla en la oscuridad” (Jn 1,5) y que estaba lleno de pura “gracia y verdad” (Jn 1,17). Así el dies natalis (el día de Navidad) de Mitra se fue transformando en el día del nacimiento de Jesús. El culto al Sol, típico del solsticio de invierno del hemisferio norte, fue transferido a la persona de Jesús.

El objetivo de esta extraordinaria construcción cultural fue introducir sin mucha violencia y sin mucho impacto socio-cultural el culto cristiano en el ambiente greco-romano. De hecho, cabe observar que el cristianismo, inteligentemente, realizó el mismo proceso en otras tantas situaciones.

Soy consciente de que algunos cristianos se muestran reacios a hablar de estas cosas. Ellos creen que se puede mantener una fe genuina en el siglo XXI con “historias piadosas infantiles”. Piensan que el cristianismo se puede conservar ocultando ciertas verdades.

Si ese fuera que el caso el cristianismo no estaría en crisis en Europa, medio donde todavía se insiste, en las iglesias, en proclamar como verdad absoluta lo que es sólo periférico. Con esa posición, el cristianismo deja de ser la religión de esperanza, de salvación y de el sentido de la vida, puesto que, teniendo acceso al conocimiento, la gente sabe que no puede aceptar como históricamente verdaderas historias como la de “Alicia en el país de la maravillas”. Si cristianismo, en vez de insistir obsesivamente en la veracidad histórica de ciertos episodios, supiese presentar el significado simbólico-antropológico que esta por detrás de ciertas narrativas, podría comunicar a los hombres y las mujeres de hoy mucho más esperanza (1 Pe, 3,14 -17).

Desde esta perspectiva es importante decir que en Navidad no celebramos un hecho cronológico. Esto puede quedar totalmente en un segundo plano. En la fiesta litúrgica de la Navidad no celebramos una fecha, sino mas bien un evento único y extraordinario, que sólo el cristianismo proclama: “Al llegar la plenitud de los tiempos, Dios envió a su hijo, nacido de mujer y sujeto a la ley, para pagar por la libertad de quienes estaban sujetos a la ley, para que podamos ser considerados hijos adoptivos” (Gál 4, 4-5).

Por lo tanto, lo que celebramos en Navidad es, ante todo, el hecho de que el hijo de Dios se humanizó, es decir, se convirtió en uno de nosotros. Y con este extraordinario evento celebramos otro no menos importante: la libertad de toda la humanidad y su elevación a la categoría de la filiación divina.

Al nacer de mujer, es decir, al asumir la condición humana, Cristo declara totalmente absurda cualquier forma de esclavitud de las personas. Así que podemos decir que la Navidad es una celebración de la humanidad del Hijo de Dios y de la divinización de la humanidad. Porque Cristo se volvió en todo igual a nosotros, menos en el pecado (Hb 4,15), los hombres y las mujeres hemos sido elevados a la condición de hijos e hijas de Dios. Por esta razón, para el cristianismo es inaceptable cualquier cosa que violente la dignidad humana.

De esta forma la Navidad es la celebración de las relaciones humanas maduras, es decir, la conciencia de que en Cristo nacido de mujer, todos nos convertimos en hermanos y hermanas. No importa la fecha en haya nacido Jesús. Esto, en la celebración litúrgica de la Navidad, es totalmente insignificante. Lo que importa es tomar conciencia de que Dios se ha humanizado y espera que nosotros también nos humanizemos. Que nuestras relaciones sean siempre más fraternas, cargadas de afecto y de bondad, deamor y de misericordia.

El intercambio de regalos en Nochebuena debe simbolizar este compromiso. Debería expresar nuestro sueño, nuestro deseo, nuestro esfuerzo para construir nuevas relaciones.

Sin embargo, lamentablemente no es lo que sucede. Lo que vemos continuamente es la mercantilización y la comercialización de la Navidad. Intercambiar regalos se ha convertido en una obligación formal, sin ninguna carga de afecto y ternura. Entonces, la mejor manera de celebrar el verdadero significado de la Navidad sería romper esta regla mercantilista y consumista, sustituyéndola por la gratuidad por amor y humanización de nosotros mismos. Esta es lo más genuina y original en la celebración navideña. ¿Por qué en lugar de intercambiar regalos, intercambiar mucho amor, mucha ternura, cariño y mucha compasión? ¿Qué tal el día de Navidad buscar alguien que conocemos y que está sufriendo mucho debido a la falta de humanidad de las personas? ¿Por qué no dar un abrazo muy cariñoso a esta persona, mirarlo a los ojos y decirle que la amamos?

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