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A cien años de su natalicio: Truman Capote, la profunda crudeza de las letras y la vida real

Cortesía/Río Doce/Nery Cordova.

Mirar, hurgar, describir y recrear la fronda, los frutos, los retruécanos y las raíces de los sucesos de la vida, desde rostros, paisajes y escenarios, y sobre todo las profundidades, misterios y honduras de la complejidad y crudeza de la condición humana, requieren no sólo de acervo, conocimiento y capacidad, sino de sensibilidad para indagar, inmiscuirse y registrar las razones y las sinrazones de actores involucrados en hechos que por sí mismos pueden ser de estruendo o de escándalo. Observar, sí, pero en el sentido de los clásicos de la literatura, con el asombro que implica mirar a las cosas y hechos de la vida, de nuevo, como si fuese por primera vez. Al margen de que se tratase de oropeles, luces diamantinas, ornamentos, maquillajes y apariencias de lo social; o sombras, penumbras e instintos revestidos de sudores, eructos, escupitajos, vómitos, desechos y mierda de los bajos fondos de sujetos, grupos y sectores diversos de la sociedad.

Estamos refiriéndonos a una forma de hacer periodismo en el que destacaban las perspectivas y peculiaridades narrativas y descriptivas, con imágenes excelsas y sublimes, o bien infernales y del absurdo. Y que eran plasmadas con tal oficio y prosapia para que el lector no sólo fuese capaz de leer la historia o el relato, sino también de imaginar, escuchar y hasta percibir y sentir cómo eran las subyacentes y encontradas emociones de los personajes, recreados a través de las letras que, por si fuera poco, contemplaban contexto, referencias y antecedentes relativos al suceso y protagonistas. De eso se trató en parte un peculiar modo de hacer periodismo, irreverente, que surgió y creció en la década de los sesenta del Siglo XX en los Estados Unidos de Norteamérica. Justo en los tiempos y años de las rebeliones juveniles y estudiantiles, del movimiento hippie, del catártico esplendor musical de The Beatles y otros grupos, que atentaron contra ciertas formalidades e irrumpieron en los entumecimientos y los letargos de la sociedad y la cultura en el mundo. En el periodismo se expresó por medio de formas más libres y creativas, entre contenidos de coloquio, fibra y vibra, acaso como una prosa de mezclilla y cabello largo, y que fueron arraigándose de manera ad hoc a través de la crónica y el reportaje, mediante una escritura periodística de fondo que desbordaba cauces y géneros y que se imbricaba con las redes genéricas de la entrevista y el ensayo.

A tales percepciones paradigmáticas de realismo periodístico literario, Tom Wolfe le dedicó de facto un manifiesto respecto de sus características y valores en el libro que tituló simple y justamente como El Nuevo Periodismo, y que incluye una selección de modelos de textos y autores como Norman Mailer, Rex Reed, Bárbara Goldsmith, entre otros. El estilo habría de incidir sobre la actividad profesional, tanto de periodistas como de los medios impresos imbuidos casi siempre con el axioma, principio o valor de la objetividad, confundido a veces con el falso eslogan de la “neutralidad”. Ejemplo destacado de tal tesitura y abordaje temático fue el escritor y periodista Truman Capote, a quien en especial se le habría de conocer en el mundo por su novela A sangre fría, que narra de forma exhaustiva y pormenorizada, vía la No Ficción y luego de unos cinco años de investigación directa, las acciones en torno al asesinato de una familia: padre, madre, hijo e hija.

En la ilustrativa obra, grosso modo, se realiza un recuento del entorno social y de los derroteros de vida, así como de los pretextos, justificaciones y hasta de las emociones de los dos criminales involucrados, entrevistados en la cárcel por el mismo Truman Capote. Se calcula que se vendieron más de 350 mil ejemplares del libro, en menos de un año, sólo en el mercado norteamericano. Antes de la aparición de la novela en 1966, Capote publicó de manera serial partes del que sería calificado como un fortuito pero brutal crimen, que ocurrió dentro de una casa rural en Kansas, a la que habrían entrado a robar y que terminó en un sangriento asesinato. Entre 40 y 50 dólares habría sido el monto del robo. Luego de la detención de los dos sujetos, véase un poco el estilo del autor: “Aunque ninguno de los periodistas había previsto violencias, varios habían predicho gritos injuriosos. Pero cuando la muchedumbre vio a los asesinos con su escolta de patrulleros con uniforme azul, guardó silencio, como sorprendida al descubrir que tenían forma humana…Los hombres esposados, pálidos y parpadeando cegados, brillaban a la luz de las bombillas de los flashes y los reflectores” (A sangre fría, T. Capote, Ed. Anagrama, p. 159).

El estilo informal, pero detallado, denso y con la impronta de los influjos literarios y sus afiladas técnicas de indagación e inquisición, habría de reflejarse en destacados periodistas, géneros y medios impresos de diversos países. El periodismo enriqueció sus formas. De manera directa e indirecta, sus ecos y reflejos se observaron en múltiples narradores y periodistas. Pese a los temas y sucesos, distante era “el nuevo periodismo” de la infame tendencia del sensacionalismo o amarillismo. Así, de México, recordamos la rockera prosa de la onda de Parménides García Saldaña; o las magistrales crónicas de pueblo, cultura popular y cotidianeidad de nuestro Carlos Monsiváis; los emergentes reportajes de Vicente Leñero y bueno, el coloquial José Agustín y las exquisitas letras de José Joaquín Blanco. De otros lares, Hans Magnus Enzensberger, en particular con su novela de intensa recreación histórica sobre la guerra civil española El corto verano de la anarquía. Vida y muerte de Buenaventura Durruti.

Pero esas miradas críticas de escrutinio y cuestionamiento, hacia las profundidades de la psique y la personalidad de los entrevistados, nos aventuramos a señalar que están presentes en periodistas de otro nivel, dimensión, trascendencia y vasta obra como Oriana Fallaci y su Entrevista con la historia y por supuesto, el maestro de maestros, don Julio Scherer García, con el bordaje de Los presidentes, mínimo. Dice éste, por ejemplo, que “Desde finales de 1968 había descendido sobre el país una tristeza agria, malsana. La matanza del 2 de octubre de ese año, el despotismo del presidente Díaz Ordaz, su desprecio por los intelectuales, su desdén por la prensa, su lejanía de la gente, todo formaba parte de una manera ingrata de vivir la vida” (Los presidentes, J. Scherer, Ed. Grijalbo, p. 11).

En el marco del aniversario de nacimiento de un escritor como Truman Capote, bien que vale la pena esta leve mirada a ras de suelo, pero con harto respeto, llana admiración y mucho más.

Artículo publicado el 20 de octubre en la edición 05 del suplemento cultural Barco de Papel del semanario Ríodoce.