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Columna: Cuauhtémoc Villegas Durán/Objetivo7

“Papólatras”

El Cristo Rey se veía cada vez más cercano, mientras, la hermosa ciudad de Guanajuato se veía como ahogada entre los cerros. Ellos caminaban a la par de los más de dos mil manifestantes que se dirigían a la punta del cerro a realizar su manifestación contra el gobierno mexicano por su amistad con Fidel Castro y el comunismo del presidente Luis Echeverría.

Estaban convencidos de su lucha y de su estirpe. Pertenecían a las mejores y más ricas familias en su ciudad de origen.

De pronto, los vieron por fin, allí estaban los dos miembros de la Acción Católica Juvenil Mexicana, contra los que luchaban por el liderazgo de los estudiantes conservadores mexicanos. Sí, eran los dos Juanes y entonces se acercaron como para saludarlos cuando, de pronto, sacaron sus pistolas y mientras apuntaban a sus cuerpos gritaron “papólatras” en referencia a su adoración por el Papa.

Entonces, se perdieron en medio de la multitud que aterrorizada, corría de un lado a otro mientras curas y, hasta obispos, trataban de calmar a las multitudes que se escondían entre el cerro, mientras otros regresaban pavoridos a la ciudad.

Se voltearon a ver con la mirada que los hacía cómplices en el crimen.

Entraron en una de las casas de la ciudad. Sus compañeros se dispusieron a vestirlos y entonces, disfrazados, subieron en un elegante auto último modelo sin ninguna rayadura, limpísimo y brillante. Las personas los veían con intriga, asombro y respeto, algunos les besaban las manos.

Tomaron por la carretera a Michoacán y pasaron junto a la cabaña donde pasaron su luna de miel Lázaro Cárdenas y Amalia Solórzano. Lo comentaron y lo odiaron.

En el retén de Guanajuato no tuvieron problema:

– Pásele padre.-  dijeron los policías de Guanajuato al que llevaba el volante, mientras el otro santiguaba a los de la ley. Y, entonces, el padrecito siguió manejando por toda esa estrecha y sinuosa carretera, entre bosques tarascos y lagos y lagunas. Vieron la isla con sus casitas indígenas. Luego llegaron a Jalisco donde, respiraron tranquilos.

No llegaron a sus mansiones. Esa noche se refugiaron en un hotel del rector de la UAG, donde estudiaban. El “padre” se hincó a los pies del que iba vestido de arzobispo mientras le bajaba el cierre y, ansioso, le chupeteaba el pene erecto.