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Vivo de milagro/Cuauhtémoc Villegs Durán

La noticia corrió como pólvora entre los mariguanos y los clikos. En las esquinas y afuera de las casas donde se reunían a loquear. A fumar la “yerba mala”, esa que los segregaba de la sociedad pero que los mantenía atentos y vivos a esa realidad oscura y triste. Esa yerba con la que se construía el país, desde las artesanías y los edificios hasta la verdad en los periódicos y las verdaderas oposiciones. Los talleres con olor a marihuana y otras drogas y los edificios en construcción, esa yerba que hacía soportar la carga del trabajo y hacía “clavarse” en los detalles, en el terminado. Pero esa yerba también que denuncia las malas vibras el mal ambiente de los fresas. Esos que los ven como apestados, como seres que no deberían existir que debía ser exterminados como cucarachas, como en la China “comunista”.

– Ya supiste, levantaron al Barbas los de la plaza.- Dijo con su voz arrastrada uno de ellos, mientras aspiraba el humo de la marihuana entre sus labios secos y pálidos.

– Simón ese, pero también andaban los puercos.- Dijo el otro mientras recibía el cigarro en sus manos ennegrecidas por el hierro trabajado durante el día. Sus ropas negras y sucias, de paso a su casa, a bajar avión, refinar, ranchear, comer, para darse otro gallo y hacer una “liebrita”, un trabajito extra, una puerta p´al vecino y ajustar así, “el chivo”. Hay que mantener hijos y hasta nietos de las hijas olvidadas por los hombres que viven en el mismo barrio o migraron de ciudad o al norte.

– Está todo madreado, se salvó de milagro porque los policías no lo quisieron matar. “No” le dijeron los puercos a los de La Plaza “ese es tu jale”, cuando estos les pidieron que lo ejecutaran. A madrazos no pudieron, no se le reconoce el rostro, llegó a rastras a su casa, en la madrugada, ya cuando lo soltaron, luego de que lo golpearon toda la noche porque encontraron que vendía marihuana sin permiso.

Llegaron los de la plaza con un loco que le había comprado y lo sacaron de su casa. Le preguntaron por qué vendía mota sin sello de La Plaza. Él dijo que no. El loco iba en la patrulla de la municipal. Lo bajaron y el adicto lo señaló y entonces lo levantaron. El loco quedó libre pero a él, se lo llevaron.

“Es tu jale” contestó el comandante a los de La Plaza. Cuando vieron que no podía más, le ordenaron a los policías que le dispararán, que lo mataran. Ellos se negaron. Le dieron otra madriza y lo tiraron por los llanos donde casi no hay casas, en la orilla de la ciudad, pensando que estaba muerto.

– Sólo por eso se salvó el morro. Nomás porque no era trabajo de los puercos ejecutarlo.- Dijo el de las manos negras, mientras mataba la chora y se iba a seguir jalando hasta la noche, pa´ mantener a los nietos, para criar la carne de cañón de polis y malandrines…