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Más de 30.000 españoles, entre ellos intelectuales, científicos y políticos, huyeron de la dictadura franquista a México, un país que los recibió como “defensores aguerridos de la democracia”.

Francia y México fueron dos de los países  a los que se dirigieron los miles de refugiados de la Guerra Civil española. Numerosos canarios huyeron de la barbarie franquista  hacia el otro lado de los Pirineos y muchos saltaron de allí a México.

Nombres que no podemos identificar –José Armas, Eloy Delgado, Sinforosa López,…– con otros cuya pronunciación nos trae a la mente la memoria de la historia canaria reciente –Juan Negrín, José Franchy Roca o  Agustín Millares Carlo, entre ellos–. Solo el país azteca acogió a más de 30.000 exiliados españoles. Muchos de ellos políticos, intelectuales y científicos con una brillante carrera en España que tuvieron que abandonar para empezar de cero. Tal diáspora, evidentemente, supuso el empobrecimiento de la vida cultural española, dominada entonces por el mojigaterismo del nacionalcatolicismo que creció a la sombra del dictador que murió con honores del hombre de Estado que nunca fue.

Este año se recuerda el 75 aniversario de ese viaje forzado de miles de españoles a México, un país que acogió a los exiliados  como héroes de la lucha por la libertad. “No os recibimos como náufragos de la persecución dictatorial a quienes misericordiosamente se arroja una tabla de salvación, sino como a defensores aguerridos de la democracia republicana y de la soberanía territorial, que lucharon contra la maquinaria opresora al servicio de la conspiración totalitaria universal. El Gobierno y pueblo de México os reciben como a exponentes de la causa imperecedera de las libertades del hombre. Vuestras madres, esposas e hijos, encontrarán en nuestro suelo un regazo cariñoso y hospitalario”, les dijo el secretario de Gobernación mexicano, Ignacio García Téllez, a los casi 1.600 pasajeros –tres canarios entre ellos– que transportó el vapor francés Sinaia y que recaló en junio de 1939 en el puerto de Veracruz.
El júbilo de los mexicanos estaba refrendado por el presidente de la República, Lázaro Cárdenas, que fue uno de los primeros que apoyó la República española. “Cuando el golpe de estado, se recibieron dos telegramas: uno de Moscú, firmado por Stalin, el otro de México, y en este lo que se decía era ¿Cuántos fusiles queréis?”, explica el historiador Agustín Millares Cantero, sobrino del paleógrafo grancanario refugiado en México. De hecho, abunda, “el batallón Canarias que luchó contra los franquistas tenía fusiles mexicanos”.
Los españoles exiliados en México, que junto con Chile y la República Dominicana fueron los tres países americanos que aceptaron oficialmente a los republicanos españoles,  devolvieron al país en forma de dinamización cultural y social el recibimiento.  Muchos habían abandonado sus cátedras e investigaciones que continuaron en México. Otros  fundaron colegios, entre ellos los afamados institutos Madrid y el Luis Vives, centros destinados especialmente a formas a los hijos de exiliados, pero que pronto se convirtieron en espacios de referencia educativa.

En el Luis Vives recaló Agustín Millares Carlo (1893-1980) como patrono. El historiador canario era “muy amigo de Manuel Azaña y militante de Izquierda Republicana, integrada en el Frente Popular”, recuerda su sobrino. Llegó a ser bibliotecario del Ateneo de Madrid. Al inicio de la Guerra Civil viajó a Valencia, después a Barcelona, más tarde a Francia y, finalmente recaló en 1938  en México, donde también impartió clases en la UAM y “dejó un grupo interesante de discípulos”, añade Millares Cantero.

Desde su nueva posición colaboró en la llegada de otros exiliados republicanos así como a la reubicación de los niños de Morelia, un grupo de cerca de 500 pequeños a los que sus padres trataron de salvar de la barbarie de la guerra.
Millares Carlo coincide en México con varios parientes. Uno de ellos fue Bernardo de la Torre Champsaur (Las Palmas de Gran Canaria, 1919), hijo de Dolores Champsaur Millares y refugiado en el país azteca. También ayudó a Jorge Hernández Millares (Las Palmas de Gran Canaria, 1911) que entró en Veracruz  el 20 de marzo de 1939 y permaneció allí hasta 1941. Y a José Franchy Roca, casado con Rosa Millares Cuba.

El abogado, periodista y político José Franchy Roca (1871-1944), fundador del  Partido Republicano Federal,  fue ministro de Industria y Comercio con Azaña en 1933, sin embargo abandonó el cargo regresando a la capital isleña desde donde se exilió a México una vez comenzada la Guerra Civil. Era agosto de 1939 cuando logró los papeles que le acreditaban como exiliado a su llegada a Nuevo Laredo (Tamaulipas). Tenía 68 años y nunca regresaría con vida a España. Sus restos se repatriaron a Gran Canaria, -descansan en el cementerio de Vegueta, en 1976, de nuevo por gestiones de Agustín Millares Carlo.

Éste, además, explica Millares Cantero, “le consiguió trabajo” a FranchyRoca en México a través de la editorial con la que colaboraba el paleógrafo, el Fondo de la Cultura Económica (FCE), nacida en 1934 de la mano del intelectual mexicano Daniel Cosío Villegas, uno de los más grandes intelectuales mexicanos del siglo XX, que comprendió la necesidad de crear una biblioteca básica en español.
Franchy Roca y Millares Carlo también coincidieron en la colaboración con los comités de ayuda a los refugiados españoles, pero en distintos bandos.

En 1939 en París había nacido el SERE, el Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles o Servicio de Emigración de los Republicanos Españoles, en la órbita de Negrín y bajo la dirección del doctor José Puche, exiliado también en México. Allí, en el país azteca, Millares Carlo colaboró con el SERE mientras Franchy Roca lo hizo con la Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles (JARE), creada poco después del SERE y de parte de Indalecio Prieto.

De esos encuentros y desencuentros entre las facciones de la izquierda que, aunque derrotada, continuó con sus divisiones, se acuerda Carmen Negrín, nieta del que fuera presidente de la República.
Juan Negrín no llegó a exiliarse en México, estuvo en Francia, sin embargo, sí que cruzaba el Atlántico de forma frecuente. “Iba por motivos políticos, para reunirse con Cárdenas, organizar el exilio, para las reuniones que allí se celebraron con los republicanos exiliados ya que el Gobierno republicano se estableció en México (y, después, en Francia en alternancia)”, explica Carmen Negrín.

Su hijo Rómulo,  “mi padre”, añade CarmenNegrín, “fue el que realmente se exilió a México. Llegó después de la primera oleada de exiliados. Estuvo casi un año en la URSS y de allí se fue los Estados Unidos hasta terminar sus estudios y casarse. Pero no logró la tarjeta de residencia y se fue a México”.

El exilio de españoles significó para el país la pérdida de miles de profesionales cualificados, intelectuales y científicos de renombre. Se instaló la “mediocridad”, asegura Millares Cantero, quien cree que España, con esta diáspora, “perdió un siglo” con respecto a otros estados.  Pero poco le importó a la dictadura franquista, que incluso intentó borrar de la historia intelectual de España los nombres de los exiliados.

Un ejemplo de ello lo recoge Yolanda Blasco en el artículo Millares Carlo en el exilio haciéndose eco de una noticia aparecida en el boletín informativo de la unión de profesores universitarios españoles en el extranjero bajo el título de El estado editor pirata y en la que se explicaba que el fraude intelectual se había instalado en España con las obras de los exiliados, al atribuirles la autoría a otras personas.

Un caso fue el de la Historia de España dirigida por Ramón de Menéndez Pidal, publicada en Madrid por Espasa Calpe, en la que Agustín Millares Carlo presentó un trabajo sobre la escritura y el libro durante la época de los visigodos, y que fraudulentamente apareció publicado en 1941 bajo el nombre de Matilde López Serrano, lo que fue denunciado por Ignacio Mantecón.

El hecho también lo recogen Nicolás Sartorius y Javier Alfaya, en La memoria insumisa. Sobre la dictadura de Franco (1999), y no fue el único, evidentemente. La tal Matilde López Serrano era “una meapilas” que había sido “alumna de Millares Carlo” en la universidad, en Madrid, explica su sobrino, Millares Cantero.

Muchos de los exiliados jamás regresaron, pero casi todos añoraron su lugar de origen. Millares Carlo lo exponía en sus cartas según recuerda el historiador José Antonio Moreiro González en  un artículo del Anuario de Estudios Atlánticos n. 55. “La correspondencia de Millares refleja con claridad la amargura por mantener una situación que llevaba trazos de hacerse permanente. (…) El sacrificio por los ideales es muy bello, pero está condicionado, no por el egoísmo, sino por el límite de las fuerzas humanas”, escribía el historiador que, finalmente, regresó a Gran Canaria  en 1975.