Río Doce.- A Carlos Martín Avilés Ochoa, conocido como el Chino, uno de sus apodos, ya se lo habían advertido: en donde fuese visto trabajando, sería eliminado.
Aquella primera amenaza aparentemente no la tomó en serio, pues había salido de la boca de policías. Policías preventivos adscritos a operaciones especiales en Los Mochis. Estos incluso habían advertido a la pareja del Chino que debía cerrar su congal, porque era una guarida de mazatlecos. Ella, igual que su pareja, poco caso hizo de las advertencias y tras una pausa de semanas, reabrieron y continuaron con sus ocupaciones.
Pero ese domingo, el último de mayo, el Chino se topó con su destino cantado. Sujetos armados allanaron el casino Rosales, ubicado en la esquina norponiente de los bulevares Antonio Rosales y Centenario. Llegaron hasta él. Forcejearon y, al no poder llevárselo, lo destrozaron a balazos hasta matarlo. Cumplida la misión y ante la histeria colectiva de decenas de jugadores del casino, los criminales salieron.
En el levantamiento del cadáver, al Chino le encontraron 18 dosis de droga en sus bolsillos. Otra muerte asociada a la disputa del mercado de las drogas en la ciudad.
Y en esa disputa, varios trabajadores de los casinos locales han desaparecido. Unos al salir de labores y otros estando a punto de entrar. No hay un número conocido de desaparecidos porque sus familias no recurren a la autoridad a denunciar. Solo esperan que retornen con vida.
Y por eso oran, para que tengan suerte, como la tuvo Edgardo Soto López, quien estando a las afueras de su casa, en la colonia Las Huertas, recibió varios balazos en sus piernas. Aún herido pudo salvar su vida, corriendo y refugiándose. Pero no aguantó el dolor y tuvo que hospitalizarse. Su hermano contó a la Policía que ya le había pedido mucho que se retirara de la venta de drogas, pero se había negado, hasta ahora.
En esa cruenta lucha por el control de las calles y de las ciudades del norte de Sinaloa, el baño de sangre entre civiles no amaina. Distintos tiroteos se han registrado en diversos puntos del país, como privaciones de la libertad de particulares, sin que la Policía atine a saber qué fue lo que pasó. De esos acontecimientos, la autoridad parece preferir no saber nada, pues nunca hay datos concretos y los jefes de las corporaciones han preferido ocultarse en sus búnkeres a dar la cara a reporteros.
Y peor aún, las figuras visibles de la Subprocuraduría Regional de Justicia encontraron el mecanismo justo para no hablar de temas embarazosos. “No sé nada al respecto. Ese informe lo tiene la vocería, habla a Culiacán”, responde Francisco López Leal cuando se trata de muertes masivas, como el caso del panteón clandestino o como la tercia de ejecuciones que el viernes 31 ocurrió sobre la carretera México 15, tramo estero de Juan José Ríos-Bachoco.
Estas muertes fueron reportadas apenas amaneciendo, alrededor de las 05:00 horas, a teléfonos de emergencias. Residentes de Juan José Ríos se despertaron con el tableteo de los rifles AK-47 y con la paralización del tránsito sobre la carretera Internacional México 15, primero a la altura del estero de Juan José Ríos, kilómetro 187 más 400 metros.
Poco después, la sensación de pánico se les anidó en el estómago cuando el ulular de sirenas llenó el espacio, al tiempo que caía una neblina que poco a poco se hizo tan densa que impedía la visión más allá de 20 metros de distancia.
Cuando los peritos llegaron, sobre el carril sur de la carretera México-15, en el tramo Juan José Ríos-Los Mochis se encontraron con una vagoneta Ford Escape color dorada y placas de circulación VZZ-3895 de Chihuahua. Adentro yacía un joven que recibió al menos 20 balazos calibre 7.62 disparados con rifle AK-47.
Tres kilómetros adelante, sobre el tramo 184 km, se encontró incrustado sobre el muro de contención un auto Nissan March color dorado, modelo 2008 y placas VMT-4462 de Sinaloa, con dos hombres asesinados en su interior. Estos eran el piloto y copiloto de la unidad. Ambos eran jóvenes y portaban cortes de cabello estilo militar.
En el bolsillo posterior del copiloto se encontró una cartera con una credencial de elector expedida a Joab Ibarra Ibarra, de Mexicali y dentro del auto otro documento igual en favor de Juan Manuel López Ortiz, de Mazatlán. El auto aparece registrado a nombre de esta última persona.
Sobe la carretera quedó tirada una pistola calibre 9 milímetros y dentro del auto se localizó rifle AK-47, ambas armas abastecidas.
Del lugar se recogieron decenas de casquillos para AK-47.
Las hipótesis de los policías que llegaron al lugar establecen que ambos vehículos pudieron viajar en caravana, perseguidos por sus enemigos, quienes al tenerlos a tiro les dispararon hasta asesinarlos. Luego huyeron dejando tras de sí tres nuevas bajas en su lucha por el control de las ciudades de Sinaloa.
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