Eso fue hoy hace diez años, el primero de mayo de 2003, a bordo del portaviones “USS Abraham Lincoln”, anclado en la costa de California, al que llegó el presidente cuando solo 43 días después de la invasión de Iraq decidió dirigirse al país para declarar el fin de las principales operaciones militares.
Aunque nunca trascendieron los detalles alguien vio en la decisión una ocasión de oro para ensalzar al presidente en su condición militar (constitucionalmente es “comandante en jefe”) y los asesores de rigor, ya pensando en la eventual reelección del año siguiente, idearon un escenario que supuestamente fue inspirado o utilizado por Ari Fleischer, jefe de prensa y/o Karl Rove, el gran gurú electoral y estratega político.
Nunca se supo bien a quién se le ocurrió colocar sobre el estrado desde el que el presidente se dirigiría al país, una gran pancarta con las dos palabras “Mission Accomplished”. La parafernalia fue todo menos sobria: se vistió al presidente de piloto de la Navy (había hecho su corto servicio militar en la aviación de Tejas y voló a veces, pero nunca aterrizó ni despegó), se sentó en el asiento del copiloto y llegó al portaviones “USS Abraham Lincoln” en un Lockheed, “S-3B Viking”.
El avión, un birreactor de lucha antisubmarina más tarde retirado del servicio por edad, puede ser visto en el Museo Naval de Pensacola donde, con naturalidad y buen sentido, los empleados recuerdan a los visitantes que el presidente fue un pasajero, no un copiloto, del aparato y no entran en más consideraciones….
Es menos sabido que todo lo antedicho que el Secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, alineado con la corriente neocon que inspiró la política exterior, no apreció mucho el lema de la pancarta. Mucho más tarde hizo saber que desde Bagdad, donde estaba ese día, se quedó perplejo y escribió una nota describiéndolo como demasiado conclusivo. Intuyó muy bien que aunque las dos palabras no estaban en el mensaje quedaría en la memoria del público lo de la pancarta, adobado por el entusiasmo del público militar que ovacionó al jefe mientras la Navy, de paso, hacía saber que el “US Abraham Lincoln” había sido elegido en el lejano Pacífico (lejano desde Washington) porque con más de diez meses de navegación batía un récord de campaña en alta mar…
Rumsfeld fue discreto al opinar que el lema era prematuro. La guerra duraría hasta diciembre de 2011, costó a los Estados Unidos 4486 militares y 1471 “contratistas” muertos, 30.000 heridos, de los que unos cinco mil con graves secuelas de por vida y una inversión directa para financiar la operación de 845.000 millones de dólares (y muchos más en gastos sobrevenidos e indirectos que sin el conflicto no se habrían producido).
Y costó algo casi peor: fracturó a la OTAN, que rehusó ser arrastrada a la guerra, promovió una oleada de anti-americanismo en medio mundo y ayudó a la difusión de al-Qaeda, enemiga a un tiempo de Washington y del régimen laico de Saddam Hussein. Hoy, y de esto comienza a hablarse y mucho, el Iraq vive una crítica situación político-institucional, el régimen de la mayoría shií (oprimida por el sunní Saddam) se enfrenta abiertamente a la minoría sunní que, además de abandonar fórmulas de integración y gobiernos mestizos, está formando una fuerza armada insurgente que se enfrenta al poder, un gobierno que cuenta con el respaldo completo del vecino Irán, el archienemigo de Washington.
Si todo esto se relaciona con la situación en la vecina Siria, donde para Occidente sería un tesoro tener un sólido aliado en Bagdad, en vez de un gobierno cercano a los iraníes, el balance resulta ya desolador. Puede entenderse la discreción total de Bush al respecto y su casi completa evaporación del paisaje civil norteamericano. Los republicanos no quisieron verle ni de lejos en la campaña electoral del año pasado y él, un profesional, debió entenderlo muy bien. Como entendió, y así terminó por reconocerlo sinceramente, que “claramente, lo de la misión cumplida fue un error…”
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