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Cortesía/Ríodoce/Altares y sótanos/Ismael Bojórquez.

Un sistema democrático es más sano y más fuerte si funcionan sus contrapesos. Un gobierno democrático puede refrendar su legitimidad con una oposición también fuerte, contestataria dentro de los cauces abiertos por el propio sistema. Cuando un gobierno aniquila a su oposición, la desdibuja o la somete, la pervierte y la coopta, deriva hacia el autoritarismo porque no hay obstáculo que no pueda salvar así sea pisoteando las leyes.

En México la oposición luce aplastada a partir de la gran derrota que le infligió Morena en las elecciones presidenciales y por eso vemos cómo el partido en el poder está haciendo, reformando y deshaciendo instituciones a su antojo, eso sí, a cuenta, ahora, del “segundo piso de la cuarta transformación”.

En nombre del “pueblo”, esa abstracción retórica de la que se ha abusado hasta la desmesura, se vale todo, incluso acribillar al pueblo. La historia de los gobiernos priistas está llena de casos, algunos abominables.

El problema para muchos gobernantes es cuando se tienen que enfrentar al pueblo de verdad, a la sociedad, a los ciudadanos. Llegan al extremo de no entenderlo y no entenderse a sí mismos; lo desconocen porque de pronto se levanta y le reclama justicia, bienestar, seguridad, empleo, vivienda, apoyos para subsistir…

Se quedan paralizados porque miran que algo se salió de control. Bajo la premisa de que yo represento al pueblo bueno, todo lo que se me oponga es adversario. Y entonces tengo que combatirlo y, en el mejor de los casos, ignorarlo.

Algo de esto ocurrió durante seis años con Andrés Manuel López Obrador, que dividió al país en buenos y malos, en los que me apoyan y los que no, en los que están conmigo y los que no. AMLO no soportó la crítica, mucho menos los gritos de las madres con hijos desaparecidos, por eso nunca las recibió; la soberbia y el miedo se impusieron al dolor y las lágrimas que campeaban por todo el país. Mientras proclamaba el humanismo mexicano, el presidente les cerraba la puerta porque consideraba del destino que solo se escuchara su voz. Y lo mismo pasó con las mujeres que airadas quemaban calles a gritos en todo el país, con los pequeños productores ahora empobrecidos, los enfermos, la memoria de los estudiantes de Ayotzinapa, todavía sin justicia.

López Obrador tuvo muchos aciertos. Es el único presidente desde Lázaro Cárdenas, que volteó a ver a los más desposeídos. Sus políticas no alcanzaron para resarcir los daños que ocasionaron a los pobres más de ochenta años de gobiernos rapaces, pero millones de mexicanos, gracias a sus políticas de bienestar, pueden vivir ahora con la seguridad de que, aunque sean muy pobres, tendrán algo para llevarse a la boca. Pero que nadie, aunque sea de ese “pueblo bueno” se le hubiera opuesto, porque se convertía en traidor.

Después de López Obrador, un gobernante de Morena, a nivel nacional y en los estados y municipios, debería distinguir entre lo beneficioso de la llamada cuarta transformación y lo que hay que tirar a la basura. Y la sordera ante los reclamos justos de la sociedad sería de las cosas que hay que abolir. Una de las primeras cualidades de un gobierno humanista es que escucha. Porque el que no escucha no ve, y la ceguera es hermana de la soberbia.

El ejercicio que hizo el Congreso del Estado la semana pasada, cuando recibió a cientos de manifestantes que se habían apostado frente al edificio exigiendo justicia, es parte del camino que hay que andar para paliar al menos el dolor y la frustración de la gente. No hay soluciones inmediatas ante problemas tan añejos, pero en casos como este, integrar a los dolientes a la búsqueda de salidas justas, contribuye a gobernar con ellos, no desde los púlpitos ni desde pisos inaccesibles para los que reclaman ser escuchados, sino de la mano con ellos.

Bola y cadena
EL DOMINGO PASADO, NO TERMINABA la manifestación de los dolientes, cuando un dirigente de Morena llamaba a organizar una marcha de apoyo al gobernador y contra “nuestros adversarios”, un elogio de la necedad. Y aquí volvemos a la nociva imitación de un líder en contextos distintos. AMLO organizó marchas de Morena cada vez que la oposición salía a las calles para protestar contra las reformas constitucionales, y aquí se estaba proponiendo lo mismo cuando el fondo es otro y los actores también. Todo indica que predominó la cordura porque lo otro hubiera significado echar gasolina al fuego.

Sentido contrario
ERA UNA GUERRA DE DOS hasta hace unos días, pero poco a poco los grupos en pugna han estado incorporando a un tercer actor: el gobierno. En mantas colocadas por uno y otro bando desde que inició la confrontación, Mayos y Chapos advertían que la guerra no era contra el gobierno. Y lo mismo se llegó a escuchar en audios y videos que circularon en cuentas de redes sociales, también utilizadas por ambos grupos. Mientras, el gobierno en su papel, atacando a los dos y pegando golpes contundentes, deteniendo operadores de buen nivel y decomisando armas y droga.

Humo negro
PERO NO ERA CONCEBIBLE QUE una guerra de esta magnitud entre dos grupos del narco no incorporara al gobierno como tercero en discordia, si se considera el nivel de complicidad que existe entre los grupos del narco y buena parte de las corporaciones policiacas, municipales y estatales. En este contexto hay que encuadrar los ataques que han sufrido algunos elementos policiacos. Tal vez no directamente a las víctimas porque sería revictimizarlos y porque, además, no hay elementos para sostenerlo; pero sí como parte de ese gobierno o de esas instituciones a las que el narco ha penetrado y corrompido desde hace décadas.

Artículo publicado el 2 de febrero de 2025 en la edición 1149 del semanario Ríodoce.

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