Cortesía/Río Doce/Miguel Ángel Vega/Alfabeto Qwerty.
Las fiestas han cambiado de horario, regresan a las tardeadas, un horario que muchos solo escuchamos que en el pasado era el tiempo de las reuniones. Todo no hace más que regresar. Eso para quienes tienen algo qué festejar, porque pasan tres meses de esta pugna que mantiene paralizada a Culiacán, que a muchos ha dado en el traste con su situación, y millares de familias están enlutadas porque alguno de sus miembros fue una de las víctimas, otras están aun traumatizadas porque los encañonaron al robarles un auto o quedar atrapado en alguno de los enfrentamientos o bloqueos.
La narrativa de los sucesos de cada día parece tan repetitiva, como si este día fuera muy parecido a ayer o al 9 de septiembre en que todos hemos dicho que empezó todo. Aunque otros insistimos que inició hace 40 años.
En las fiestas decembrinas es el mismo tema, una plática repetida. Entre más cerca se viven los sucesos, más el miedo.
Si a Culiacán la fama le precedía, ahora de nueva cuenta está dando la vuelta al mundo. Reporteros de todos lados intentan contar la historia de esta ciudad que lleva tres meses encerrada, que padece el miedo al punto de paralizarse. El Culiacán donde sus calles son el campo de una batalla donde se traman a balazos en una pugna incomprensible.
Esta ciudad donde los muertos se abandonan en camellones o banquetas, y pasan horas y hasta días sin que nadie los levante. Nadie sabe por qué, pero la autoridad no llega, los vecinos no saben qué hacer. Unos se dicen que el SEMEFO —Servicio Médico Forense— tiene demasiado trabajo y no se da abasto, otros que se trata de más castigo al muerto.
Hay familias que buscan a sus desaparecidos entre los cuerpos abandonados. Saben de un suceso por los medios y acuden a ver si entre los muertos está su desaparecido, sin saber si quieren que esté entre ellos o prefieren seguir con la esperanza de que aparezca con vida.
Para los ojos foráneos resulta difícil entender las razones detrás de las desapariciones. Por qué no solo matar. Como si en la violencia fuera fácil explicar las razones, siendo una sinrazón. Siempre en la violencia hay un exceso mayor, por eso no basta matar, se recurre a desaparecer. No es suficiente matar, se recurre a desmembrar. Al asesinato entonces le rodea el montaje, se monta una escenografía y se ponen sombreros en las cabezas de los muertos o pedazos de pizza, y se colocan las partes del cuerpo en hieleras. Más y más porque ya matar resultó insuficiente.
Nos vamos degradando y todo se agrava.
Margen de error
(Podrido) En medio de todo esto hay voces de esperanza. Escuché decir al chef Miguel Taniyama que llegamos a este nivel de pudrición porque era necesario para resurgir sanos. Lo dijo con otras palabras pero eso le entendí. Luego de describir a Sinaloa como un paraíso donde hace calor seis meses y se vuelve un paraíso infiernoso.
Quisiera compartir su fe. Contagiarme de su confianza. Pero veo los barrios bravos de Culiacán, cómo llegó el narco y fue contaminándolo todo. Pueblos enteros podridos.
Pasé por una plaza de Lomas del Bulevar, un sector que se pobló hace unos cincuenta años. Un vecino me habló de sus buenos tiempos, cuando las familias llegaban a refrescarse. Ahora está desolada, hace unos 30 años unos cuántos se fueron apoderando del lugar y ahora hay una generación con muchachos que no llegaron a viejos porque los mataron. Rondan los niños en moto como punteros, se adora a San Judas Tadeo.
Otras familias se sostienen, soportan en vendaval. Mantienen el lugar habitable, pero con sus muchas cicatrices.
Primera cita
(Antes) Pasados los tres meses la repetición de sucesos amenaza ahora con acostumbrar a todos a esta normalidad. Si la paz no llega, entonces esta será nuestra nueva paz. Por eso otros más dicen que quisieran que regresará el Culiacán de antes, pero ese es otro error. Ese Culiacán de antes es el mismo de ahora solo que concentrado.
En todo caso valdría aclarar el Culiacán de cuándo antes. Porque el reciente es el mismo de ahora. En todo caso, en medio de este caos convendría pensar en otro Culiacán, ahí sí como dice el Chef Taniyama: que resurja otro nuevo.
Mirilla
(Cali) ¿Qué hicimos en Cali? Se pregunta un reportero colombiano y él mismo se responde. Derrumbamos un edificio que era de Pablo Escobar, porque era un punto de concurrencia de quienes llegaban a Cali a ver el imperio narco de Pablo. Derrumbarlo fue una forma de decirnos como ciudad que eso no representa a los caleños.
También reconvirtieron el rancho Nápoles en un parque, conservaron los animales exóticos de Escobar y otros se convirtieron en una plaga, como los hipopótamos que nadie sabe qué hacer con ellos.
A veces es necesario que otros ojos nos vean para reconocernos. Aunque solo vengan a ver la pudrición, a narrar el desastre (PUNTO).
Artículo publicado el 15 de diciembre de 2024 en la edición 1142 del semanario Ríodoce.