El miedo ha cambiado de bando. Ha desaparecido el miedo entre los que han lesionado la sociedad y la familia.
“Nunca permitas que tu paz dependa de ningún objeto fuera de ti mismo”.
San Ignacio de Loyola
Cortesía/Javier H. Contreras O.
¿Qué deseamos todos, pero que muchas veces no tenemos la capacidad o voluntad de buscar y defender, dejando que otros tomen las decisiones por nosotros? ¿O no tenemos la capacidad de identificar exactamente “eso” que anhelamos y al no tener claridad, nos sentimos extraviados y confusos?
La vida es una cadena de decisiones, buenas o malas, erróneas o acertadas que asumimos de buena o mala fe. Algunas veces sin tener una brújula atinamos el rumbo y otras veces derrapamos terriblemente. Si bien, somos seres con la capacidad de actuar de manera correcta, también podemos actuar voluntariamente de manera contraria. Saber es una cosa, querer es otra.
San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, centraba el tema cuando decía que no siempre podemos controlar nuestros sentimientos, pero siempre podemos controlar nuestra voluntad, lo que significaba que entre el sentimiento y la voluntad hay un largo trecho que hace la diferencia. Por eso, la expresión de que sentir y el querer no son lo mismo.
Sin embargo, ya hemos incorporado el miedo, de manera voluntaria, como si fuera un juego o diversión en nuestras vidas. Además, se lo estamos inculcando a los niños. Hay disfraces para dar miedo, solo por influencia cultural. A las niños y niños se les maquilla para verse feos y por lo tanto, parecer malos y de pronto, eso se va haciendo normal.
La cultura de la muerte sigue avanzando y de expresión está el culto a la Santa Muerte, expansión cada vez más extendida como protectora o encubridora de delitos. Pareciera algo muy simple o sin implicación alguna, pero la cultura se va inculcando y permeando de manera sutil, lenta y aparentemente inocente, aunque se incorporen malos hábitos.
Y cuando jugamos con el miedo o con el terror, terminamos adoptándolos y perdemos la capacidad de asombro. Por eso, los que antes nos daban miedo, resultan ser una seres inocentes, divertidos y dignos de reconocer y hasta de adorar.
Según Alba Ramos existen cinco miedos tradicionales que son el miedo a la muerte, la pérdida de autonomía, a la soledad, a la mutilación y a los daños y perjuicios al ego. Sin duda, el miedo a perder la vida, a lo desconocido y a fin de nuestra existencia es uno de los principales motivos de miedo. El temor a ser atrapados, encarcelados o perder el control de nosotros mismos, debido a ello, existen muchos síntomas de claustrofobia por el pánico de no poder disponer de nuestra libertad.
El miedo a la soledad es también muy fuerte. Pánico al abandono, al rechazo o desprecio de los demás. El miedo a la mutilación impacta mucho ante la posibilidad o riesgo de perder una parte u órgano de nuestro organismo por sentirnos incompletos. Y el último es el miedo a sentirnos humillados o no tener la aprobación de los demás nos provoca un pánico.
Esos miedos se consideran tradicionales porque funcionaron desde hace muchos años, pero el miedo ha cambiado de bando, motivo y origen. Los que antes daban miedo, hoy son los protagonistas; lo que era anormal hoy es normal, lo feo hoy es bueno y aceptable; lo incorrecto era reprobado y hoy es aceptado, tolerado y además, se descalifica a quien no lo vea asi. Las minorías eran minorías y no se imponían como mayorías.
A medida que vamos perdiendo la paz, el miedo se apodera del cuerpo y del alma y esa pérdida se da a medida que dependemos cada vez más de las cosas que a pesar de ser externas influyen en nuestra vida.
La paz la dejamos escapar nosotros mismos, al depender de objetos, de herramientas y tecnología. Las redes sociales son los grilletes de nuestra época que nosotros mismos nos ponemos y lanzamos la llave al mar.
El miedo nos impide buscar la vida, la libertad y la propiedad. El miedo a ser criticados y estigmatizados. Como si estar en lo correcto nos provoca miedo al qué dirán, cómo me verán y cómo me criticarán.
Antes, el miedo lo tenían los que estaban fuera de la ley, los que atacaban la vida y la libertad, los que amenazaban la propiedad y la democracia. El miedo era de los que querían eliminar la familia como célula de la sociedad, los que criticaban la biología y la educación para superarse. El miedo era de los francotiradores que desde el anonimato y con una máscara promovían chismes, rumores e infundios. Los que dispersaban la mentira como llovizna y luego se agazapaban para no ser descubiertos.
Ahora, todo parece al revés: el miedo ha cambiado de bando.
Se percibe una apatía intelectual para ver con lógica y sentido común lo que no tiene orden o es sinsentido. La cultura se ha ido desfigurando y resulta que es un pecado defender ideas y principios o tener congruencia en lo que va conforme a la naturaleza.
Vivimos una anorexia cultural, con un desprecio a nuestras raíces culturales, ignorando el valor de las libertades e instituciones que durante décadas fueron conformando nuestros antecesores. Pretendemos romper con el pasado, confundiendo tramposamente lo viejo con lo malo y en una actitud negacionista se rechaza con desdén nuestro origen.
Una sociedad que niega su pasado, se niega a sí misma. De un plumazo se ha eliminado lo que dio rumbo y destino y lo hemos sacrificado en discursos igualitarios y a la misma libertad la hemos migrado a una supuesta equidad.
El miedo ha cambiado de bando. Ha desparecido el miedo entre los que han lesionado la sociedad y la familia. Pareciera que en el bando de los criminales es un lugar seguro e impune. En las calles es muy arriesgado un altercado vial o un reclamo porque no se sabe si el otro conductor está armado o pueda actuar de manera violenta.
La selva de pavimiento ha empoderado a los del bando que provocan miedo como forma de atemorizar a la ciudadanía y a los que no coinciden con su forma de pensar.
O también podríamos decir, en lugar de que el miedo cambio de bando, que el miedo cambió de banqueta y a los que le teníamos miedo y que se hacían a un lado cuando pasaban frente a nosotros, hoy es al revés.
Nosotros nos bajamos de la banqueta para que pasen los que provocan el miedo.
Resultado: los malos ya no tienen ningún miedo; los buenos son rehenes del miedo paralizante y tóxico. Los promotores del miedo se han apoderado de las redes sociales como plataforma o vehículo para asustar y alejar a quienes no son como ellos, por eso, el miedo cambió de bando.