En el Mundo hay un continente llamado América, condenado al castigo perpetuo por un poder ilegítimo que se cree invencible. Uno de los malos gobiernos de ese continente se encuentra en México. De su extremo Noroeste cuelga, sobre el océano Pacífico y bajo la frontera gringa, el estado de Baja California. En su sector Norte se encuentra la comunidad de San José de la Zorra, desde donde llega Fausto Díaz Carrillo, autoridad del Pueblo Kumiai, para dar a conocer el dolor y la lucha de los pueblos originarios de Baja California, víctimas entre las víctimas de un terror global llamado imperialismo.
Fausto nos visita en ‘viaje de trabajo’, pero no como los que hacen reyes, presidentes, empresarios y ministros para firmar contratos de saqueo. Él llega con el permiso y el mandato de los suyos, en un episodio más de su pelea por la recuperación del territorio y el respeto a la dignidad.
“Auka”. XIII Seminario de Solidaridad Política. 15-04-13. Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza.
Durante su estancia en Zaragoza, la organización del XIII Seminario de Solidaridad Política elaboró este documento.
Gracias por difundirlo. Gracias por vuestra solidaridad.
“La cuestión principal es el territorio. Siempre. No se puede explicar el problema de otro modo”, asegura Fausto.
Los pueblos originarios de América llevan siglos resistiendo amenazas de desaparición. “El problema principal que padecen los pueblos y comunidades indígenas es el del reconocimiento, como tales, de nuestras tierras y territorios”. Sus recursos naturales, usos y costumbres, lenguas, culturas… se encuentran en peligro de extinción. Todo esto se debe a la codicia insaciable de las corporaciones y a la complicidad activa de los gobiernos estatales y federal, “a sus leyes y a su desconocimiento dentro de nuestros propios territorios”.
La estrategia de nacionalizar la propiedad de la tierra es el primer paso para su entrega a manos privadas. “Ellos oyen pero no escuchan. O se hacen los sordos. No les importa que existamos ni dónde estamos. Lo hacen por la fuerza y sin ninguna maña. Nos preguntan: ¿oye indio, dónde está tu título primordial de propiedad?, ¡que es el título de la tierra en la que hemos vivido durante siglos!”. Una vez declarada “nacional” (es decir: estatal, nunca pública), la tierra es ofrecida en subasta. “En ocasiones se la ofrecen hasta a sus propios pobladores originarios, para que se vean obligados a comprarla. […] Para ellos, para su comercio, pues, la tierra es una propiedad. Para nosotros, la tierra no es eso. La tierra es donde estamos, nomás”. Pero ese “nomás” significa, en realidad, “todo”. El crimen perpetrado por el estado y las corporaciones comienza por dar la forma mercancía a cada metro cuadrado del terreno, hasta acumular cientos y cientos de hectáreas. Los pueblos indígenas, sin embargo, saben que pertenecen a la tierra que les pertenece.
Una vez nacionalizada la tierra (léase: una vez el estado despoja a las comunidades de su tierra), “el estado dice: no te la vamos a devolver; te vamos a dar una parte de ella en régimen ejidal o como co-propiedad”. Nunca se reconoce legalmente como perteneciente a la comunidad. El régimen comunal tampoco existe a ojos de las leyes injustas. “De ese modo se nos niega el derecho a reclamarla”, concediéndoles dadivosamente una pequeña parte del territorio fragmentado y pretendiendo convertir en propietarios a algunos de sus pobladores. “Así se rompe la organización”. El capital divide para vencer, convierte en ejidataria a una pequeña parte de la población “para provocar conflictos internos y así lograr sus propósitos”.
“Esa estrategia que condena a muerte el régimen comunal, supone la desintegración física, social y cultural de las comunidades”. Por eso Fausto nos habla de peligro de extinción. “Ellos miran pero no ven. Sus leyes son inhumanas”. Los proyectos en curso: turismo, minería, carreteras, latifundios vinícolas… con un largo y criminal etcétera que incluye la ampliación del gasoducto Baja-Norte (el mayor entre México y EEUU) por las empresas Sempra y PGE, cruzando los municipios de Ensenada, Rosarito, Tijuana y Tecate.
E insiste: “todos los problemas se vinculan directamente a la cuestión del territorio como partes de la misma agresión”, del mismo proceso de autocolonización: los primeros invasores son el estado y el gobierno. Detrás de ellos, las corporaciones y los grandes propietarios compran, venden, ordenan y mandan, caiga quien caiga. Sin respetar cerros, llanos, cultivos ni cementerios. Entre las múltiples y fatales consecuencias de ese proceso, Fausto también nos habla de salud, educación, alimentación, éxodo rural…
“El gobierno federal ha implementado un programa llamado oportunidades destinado a familias sin recursos (una pequeña ayuda económica para educación y otra para alimentación) cuyo acceso exige asistir a la visita semanal de una caravana sanitaria que viaja de pueblo en pueblo”. No acudir a esa visita implica la retirada del apoyo, y la utilidad de esa asistencia sanitaria es, en muchos casos, testimonial. Conclusión: las personas sólo tienen permiso para enfermar durante unas horas a la semana, en el momento en que la caravana se encuentra de visita. “Cualquier emergencia exige un desplazamiento hacia la ciudad más cercana” –70 kilómetros desde San José de la Zorra, 200 en otros casos. “En eso consiste nuestro derecho a la salud”.
“Desde que la escuela entró a las comunidades se ha ido extinguiendo la lengua y, con ella, ha ido desapareciendo la posibilidad de transmitir la cultura de generación en generación”. El proyecto de recuperación de la lengua implementado por el gobierno responde, en realidad, a una estrategia de expropiación e inhabilitación.
Cualquier iniciativa autónoma es respondida mediante una intervención institucional desde el estado, como cualquier iniciativa individual de un docente digno es censurada desde el estado. “El poder no nos deja hacer lo que debemos hacer”, y nada hay más injusto que prohibir lo que se debe hacer. La respuesta de las administraciones ante cualquier iniciativa de autoorganización es de “tolerancia cero”, cortando las iniciativas comunitarias y apropiándose de sus reivindicaciones.“Pero ya no más. La supervivencia de nuestra cultura es nuestra supervivencia”.
El expolio y la privatización “han secuestrado a las comunidades en su propia tierra”, lo que a menudo supone no poder acceder a la recolección de los alimentos básicos y tradicionales.“¡Volvemos al problema de la tierra! La privatización de la costa nos ha robado el mar. La privatización de tierras en el interior nos ha robado nuestra propia agua de riego”, bajo pretexto de la necesidad de solicitar un título de concesión expedido por el gobierno o registrar legalmente cada pozo. “Beber nuestra agua o regar con nuestra agua es un delito”. Más aún: vivir en su propia tierra es un delito para los Kumiai y el resto de pueblos de la península. Otras actividades tradicionales y de primera necesidad, como la caza o la pesca, también se ven imposibilitadas por el cercado de tierras. En la costa “siempre hay vigilancia de la Marina, no sé si protegiendo al pez y al marisco o a las personas que viven allí, o al turismo. En todas esas tierras hay hoteles, restaurantes… a unas dos horas de la línea de Estados Unidos”. El caso de los Cucapás es especialmente dramático: “los compañeros Cucapás de Mexicali… su tierra es pura piedra, toda la vida han sobrevivido con la pesca. Viven pegados al mar. Les han prohibido pescar y comerciar con el pescado, el gobierno les ha decomisado las lanchas”. Los grandes pesqueros vienen y van arrasando la costa, mientras a ellos se les empuja hacia el interior del desierto y, por ende, a la desaparición.
El desplazamiento es otra consecuencia de ese mismo conflicto. Como explica Fausto, “con el régimen ejidal, ellos armaron un plan a futuro. Con el pretexto de proteger las tierras, las robaron. Repartieron las llaves y…” así, cada nuevo propietario (antes comunero) es un nuevo vendedor potencial. “Saben que la pobreza va a obligarle, tarde o temprano, a vender y desplazarse a la ciudad. Son expulsados voluntarios, sin dinero para trabajar la tierra y con una falsa expectativa de futuro. Es lo que ocurrió, entre otras, en la comunidad Kiliwua. O en Jamau, una parte de territorio Paipai, donde las familias fueron despojadas de sus tierras por la invasión de un empresario ganadero amparado por el gobierno”.
La lucha sigue. Crece la resistencia
Fausto no es el único miembro de la comunidad de San José de la Zorra que ha sido acusado de “despojar de sus tierras” a los terratenientes que las robaron con ayuda del gobierno. “No nos rendimos ante su avaricia, su soberbia ni sus cárceles”, nos dice alguien que ya ha sufrido agresiones, amenazas de muerte y encierro.
“Las comunidades se están organizando. Los pueblos se están uniendo. En comparación con los pueblos en resistencia en otros estados, nosotros no somos muy numerosos. Y estamos lejos. En Baja California somos Paipai, Kumiai, Cochimís, Cucapás, Kiliwuas”… Pero la lucha crece. El CNI (Congreso Nacional Indígena) sigue con su trabajo por la unión de todos los pueblos indígenas de México y, por extensión, por el encuentro de las luchas de todos los pueblos originarios de América. Don Juan Chávez nos enseñó eso y muchas otras cosas. Gracias a Don Juan recibimos, hará dos años, la visita de Mario Luna en nombre del pueblo Yaqui. Gracias a Don Juan llegó Fausto. Muchas gracias, Don Juan.
Ahí están. Aquí están. Los que, según sus verdugos, ‘no existen’. Los que viven, a pesar de todo, para que todo lo que debe vivir siga vivo. Su palabra se dirige al Mundo, ES la palabra del Mundo. Cuando Fausto nos da a conocer la situación de los pueblos y comunidades indígenas en ese balcón de América, nos habla de pueblos que resisten en peligro de extinción. Nos habla de los pueblos originarios de México, de América y del Mundo.
Su palabra va y viene. “A quienes la oigan: atrápenla y háganla suya”. Esa palabra nos grita que existen y nos llama a apoyar su lucha empujando la nuestra. Por la autonomía. Por la justicia. Por la supervivencia. Y que su lucha y la nuestra sean las de todos los pueblos del Mundo.