Louis Pauwels
Por extraño que parezca, Hitler estaba persuadido de que, por
dondequiera que él avanzara, retrocedería el frío.
Esta convicción mística explica en parte su manera de conducir la campaña de Rusia.
Los horbigerianos, que alardeaban de prever el tiempo en todo el planeta, con mesese incluso años de antelación, habían anunciado un invierno relativamente benigno. Pero
había más: por medio de los discípulos del hielo eterno, Hitler estaba persuadido de quehabía cerrado una alianza con el frío y de que las nieves de las llanuras rusas noentorpecerían su marcha. La Humanidad iba a entrar en el nuevo ciclo del fuego.
Estaba entrando ya. El invierno cedería ante sus legiones portadoras de la llama.
Aunque el Führer prestaba una atención especial al equipo material de sus tropas, sólohabía hecho dar a los soldados de la campaña de Rusia un suplemento irrisorio de prendas
de vestir: una bufanda y un par de guantes.
Y, en diciembre de 1941, el termómetro descendió bruscamente a menos de cuarentagrados bajo cero. Las previsiones eran falsas, las profecías no se cumplían; los elementos
se rebelaban; los astros, en su carrera, dejaban de trabajar para el hombre justo. El hielo
triunfaba sobre el fuego. Las armas automáticas se encallaron al helarse el aceite. En losdepósitos, la gasolina sintética se descomponía, por la acción del frío, en dos elementos
inutilizables. En la retaguardia, se helaban las locomotoras. Bajo su capote y calzadoscon sus botas de uniforme, morían los hombres. La más leve herida los condenaba amuerte. Millares de soldados, al agacharse para hacer sus necesidades, se derrumbaban con el ano helado. Hitler se negó a creer este primer desacuerdo entre la mística y larealidad. El general Guderian, exponiéndose a la destitución y tal vez a la muerte, voló aAlemania para poner al Führer al corriente de la situación y pedirle que diese la orden
de retirada.
—El frío —dijo Hitler— es cosa mía. ¡Atacad!
Y así fue como todo el Cuerpo de ejército blindado que había vencido a Polonia endieciocho días y a Francia en un mes, los ejércitos de Guderian, de Reinhardt y de Hoeppner, la formidable legión de conquistadores a los que Hitler llamaba sus Inmortales, tronchada por el viento, quemada por el hielo, empezó a disolverse en el
desierto del frío, para que la mística fuese más verdadera que la tierra.