Columna: Cuauhtémoc Villegas Durán7Objetivo7
Se levantó crudo y sin dinero. Los diez mil pesos que le habían tocado del último jale se los gastó en un burdel de la zona roja, allá por Medrano, cerca del mítico “Guadalajara de Día”, el de La Comanche. Todo chupeteado del cuello, tuvo problemas con su esposa, la que solo tenía para no pasar la cana sin mujer.
Bajó de su casa ubicada en un primer piso, caminó por las calles del barrio. Se tomó una cerveza que no pagó sin que nadie, le reclamara nada. Luego llegó al taller de camisas de su compadre donde tomó una prenda y se fumó un cigarro de marihuana mientras le platicaba a los trabajadores de su aventura amorosa, para después, aclarar, que su intención no era matar a la mujer.
– En un descuidó, El Lacandón le disparó en la mera choya, ya la tenía sometida pero no le importó sorrajarle el tiro en la cabeza, la poli estaba parada sin hacer nada, pero a éste se le hizo fácil dispararle.- Dijo mientras sacaba un papelito doblado, de donde sacó polvo blanco que aspiró.
-¿Para qué le disparaste? Le dije, y me dijo que la ruca quiso sacar la pistola… sabe…
-Sacamos 15 mil pesos, pero nomás le di 5 por su pendejada y yo me fui al restaurant y de allí al burdel. Íbamos todos. Pero estoy muy crudo y sin lana, ahorita voy a hacer un jalecito, aunque sea robar una florería a la que ya le eché el ojo.- Comentó mientras se acababa el contenido blanco del papel.
Sacó la pistola y cortó cartucho, levantó la mirada altiva y perdida y salió seguro, sin miedo a los policías que estaban en la esquina levantando un drogadicto que vieron salir de una “tiendita” que ellos mismos protegían. Se fue caminando. Sus múltiples robos no le habían dado para un auto. Decidió meterse a una cantina.
Un parroquiano entró al baño. Él ya le había echado el ojo. Se metió al inodoro. Ni siquiera sacó la pistola, lo tomó de la garganta y le dio una cachetada mientras le gritaba con la cara descompuesta:
– El dinero y el celular hijo de tu reputa madre.- El hombre no se negó. Salió y no dijo nada. Ya ni siquiera podía pagar la cuenta, pero no podía decir ni hacer nada. Se bebió su coraje y el agua helada del vaso mientras observaba de reojo al que le robó, que reía a carcajadas con sus amigos de barrio, ya completamente curado de la cruda…