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Abelardo Gómez Sánchez
El treinta y uno de octubre murió Jorge Saldaña (1931-2014) quién nació y falleció en su Banderilla, Veracruz, México. Supongo, a mi disposición, varias páginas electrónicas y una analecta de notas informativas que fijen su biografía. Pero elijo atenerme a mi memoria, y más bien evocarlo como su simple telespectador en la segunda mitad de los setenta y en los ochenta. Décadas en las que reconvirtió a la caja idiota en un surtidor electrónico pensante.
Saldaña jugó un papel central en la radio y la televisión mexicanas. No fue el único, pero sí uno muy representativo que abrió, con contundencia, la puerta de un sistema mediático mexicano cerrado, ensordecedor por monológico y aberrantemente autocomplaciente. Saldaña intuyó con prontitud —y además se dio vocacionalmente a ello—que la televisión, máxime si es pública, solicita para su sana configuración la representatividad social, o sea, la convocatoria y la apertura a la multiplicidad de puntos de vista y expresiones de una sociedad mexicana, que ya no estaba (según grandes sectores de los sesentas), para prolongar el triunfalismo posrevolucionario ni para la loa monocorde al desarrollo estabilizador, ni para la tutela moral y política unilateral, y mucho menos monopólica. Dicha intuición de comunicador se tradujo, entre otras cosas, en un trato respetuoso y prácticamente inédito para el televidente mexicano.
A finales de los sesenta inicia Anatomías (en Telesistema Mexicano, antecedente de Televisa, empresa con la que tendría diferencias) programa que fue foro y arena de discusión cultural y política; y auspició el debate entre lo mejor de la tradición cultural y las ideas emergentes en la época, por ejemplo —eso me cuentan amigos mayores— el verificado entre el joven Carlos Monsiváis y Salvador Novo, o el del sísmico joven artista José Luis Cuevas contra el trepidante David Alfaro Siqueiros. Sin embargo, Saldaña es recordado, en general, primero por Sábados culturales y después por Sábados con Saldaña, realizados —en Canal 13 primera televisora gubernamental de cobertura nacional— durante aproximadamente dos décadas. Con el segundo inundaba la pantalla con ¡doce horas! de programación —comenzaba a las diez A.M. con Desayunando con Saldaña y terminaba a las diez P.M. con Nostalgia.
Entre las secciones de sus maratones sabatinos hay dos, para mí memorables: Sopa de letras y El juicio de los discos. El primero era un festín de la Lengua española cuyos comensales eran entre otros: los omniscientes Arrigo Cohen Anitúa y Ernesto de la Peña, el filológico y literario Felipe San José, el también sapiente Alfonso Sierra Partida (que creo era propincuo maestro masónico). La divulgación científica y los tecnicismos correspondían a Pedro Brull; si de náhuatl se trataba estaba el arquitecto Cruces; el juglar de la versificación noticiosa era el maestro Francisco Liguori con sus “Crónicas rimadas”; colaboró en breve etapa el novelista Tomás Mojarro. El más joven, pero no menos proclive a la erudición, era Carlos Laguna, quien semanalmente desenfundaba, ese monumento maravilloso de la etimología, el diccionario de Corominas, para compartírnoslo gozosamente como se presta un juguete. Estaba también Don Desiderato, personaje estrafalario (interpretado por el actorazo Ernesto Gómez Cruz) que reivindicaba, con inflexible autoridad, los afanes merolicos de sus etimologías humorísticas: era el atinado contrapunto de la academocracia.
Además, dos núcleos temáticos centraban el programa: las dudas o consultas del público sobre el idioma, y la crítica a las frecuentes erratas idiomáticas en las que incurren los comunicadores de los medios electrónicos. Eventualmente, habían emisiones, digamos monográficas por ejemplo, recuerdo con nitidez la de 1982 dedicada el análisis informal, conversacional del último informe de gobierno de José López Portillo —esa verdadera bomba retórica que vehiculó la nacionalización de la banca— que abarcó desde simples elucidaciones lexicográficas hasta la aclaración de los usos de un refranero arcaico: qué quiso decir con “No nos espantará el enano del tapanco”; o sus alusiones clásicas: por qué dijo “Tú también Bruto”. Si bien la Lingüística, la Filología y la Literatura conversadas señoreaban en la cocina de esta sopa, ingredientes fundamentales eran la mezcla de la erudición con la chacota, y la crítica no zahiriente sino hermanada con el mexicanísimo relajo.
De El juicio de los discos sólo diré que era una mesa redonda para examinar los “éxitos” musicales del momento. Entre otros participaban Arturo Cárcamo, Carlos Laguna y la belleza psicologizante de Tere Vale (la que por cierto era co-conductora en toda la programación). Sí, ciertamente a veces tomaba un tono inquisitorial (cuando el tema musical era reprobado, Saldaña lo tiraba en un bote con la etiqueta de material contaminante), pero también era un contrapeso contra la aplastante industria discográfica, y un antídoto contra la payola, ese dinero soterrado que la industria da a los medios para, mediante la repetición ad nauseam, posicionar sus dizque éxitos.
Alto contraste mediático fue Jorge Saldaña. Difícilmente los menores de 35 años, pueden cobrar conciencia, del árido campo de tótems y tabúes que eran los medios electrónicos todavía hace veinte años. Las críticas al presidente de la república o al ejército, o al alto clero, que ahora son parte de la normalidad mediática, eran simplemente inconcebibles. No quiero decir con esto que vivamos un auge democrático, porque las señales regresivas del aparato mediático aparecen todos los días por todas partes. Pero, si los medios se abrieron, fue gracias a la persistencia de personajes como Saldaña. Él y otros comunicadores (la lista sería larga, pero incluyo a Radio Educación, Radio UNAM y Canal 11) ejercieron en esos años la retroalimentación negativa de los medios desde los medios. Esto le acarreó, seguramente, animadversiones e incomodidad gremial. Pero eso era Saldaña, un promotor del ánimo polémico y la cultura del debate. No fue un revolucionario, menos un radical, no podía serlo el sibarita anfitrión de la Casa de la nostalgia (situada en la calle de Hamburgo, en la otrora Zona Rosa de la Ciudad de México) Fue alguien que, con carácter y gran holgura, valoró y se ejercitó en el disentimiento. Pero ese simple y diáfano disentir, que es el material genético de toda convivencia democrática, pudo provocar el reconcomio colectivo. ¿De qué lado se colocó la intolerancia?.
La nostalgia era la sección nocturna de su programa, la más vista. En ella mi generación (los nacidos en los sesentas) contemporizó con el sentido de la bohemia que, en el pasado inmediato, nos precedió. También nos acercó a artistas que entonces se llamaban alternativos: Oscar Chávez, Tehua, Amparo Ochoa, Cravioto etcétera. A Jorge Saldaña, por ampliar los límites del cenáculo y la bohemia e insertarlos con efectividad en la cueva audiovisual, por compartirnos esa forma de la camaradería que es la discusión sabrosa, y en general, por situar el territorio televisivo en el mapa de la inteligencia y la reflexión dialogantes, sus televidentes, que formamos legión, le agradecemos hasta siempre, y maese Saldaña lo vamos a nostalgiar.
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