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Cortesía/Ríodoce/Alfabeto QWERTY/Andrés Villareal.

Nos divertimos como enanos hasta que un día crecimos. Crecer es doloroso porque el tiempo se encarga de enseñarnos una verdad que Shakespeare anotó de una forma demoledora: “La vida solo presta, más no regala nada”, dice el soneto 4.

Hacer periodismo en el nacimiento de Ríodoce era un divertimento. Parecía que no había en ello una aventura casi suicida para todos. Incluso para quienes no cargábamos en el lomo todo el peso de una empresa de dimensiones que escapaban a las posibilidades del equipo. Proyectos así solo nacían y nacen con un padrino de chequera grande. Aquí solo había entusiasmo, unos cuantos pesos para lo elemental, algo de talento, compromiso con el periodismo como único patrón, y una fe irracional —siempre es irracional la fe.

Yo fui uno de los que no dejó nada para estar en Ríodoce, a diferencia de Ismael Bojórquez, Javier Valdez o Cayetano Osuna, para ellos embarcarse en Ríodoce era un salto al vacío. Se trataba de imprimir un periódico semanal en el nuevo siglo y en plena alternancia democrática a nivel nacional, pero con un gobierno local con todos los hilos del poder bien agarrados.

En el año 2003 el panorama de medios de información era casi inamovible. Tres periódicos diarios añosos, claramente identificados en sus posturas ideológicas y líneas editoriales. Una sola televisora local, muchas estaciones de radio siempre identificadas con familias que han acaparado las concesiones desde que se entregaron por primera vez. Es previo al boom que provocó la irrupción de las redes sociales y volvieron casi infinitas las posibilidades de transmisión. En resumen, un impreso en esos tiempos implicaba las mismas necesidades de cualquier otro periódico desde que existían. Los monstruos eran grandes, estaban consolidados y fondeados. Con el tiempo en realidad se sabría que ni eran tan enormes ni estaban tan fuertes como parecía entonces.

Ríodoce salió a la calle finalmente, de la manera más tradicional en que habían salido a la calle millones de periódicos desde que se inventaron. Número tras número, con tesón y rigor periodístico, fue abriéndose paso. Era como regresar a lo básico, no se trataba de inventar nada sino de hacerlo con profunda seriedad y amor a cada palabra escrita. Los periodistas solo tenemos la palabra.

Ismael Bojórquez escribía —y escribe— las cabezas filosas, con ingenio y picardía, un fraseo que se ha vuelto una característica de Ríodoce. Pero las cabezas y sumarios necesitan contenido, no hay texto que sobreviva solo por su cabeza. El periódico tenía que estar bien hecho por dentro. Aunque parezca imposible, es la entraña lo que seduce, nunca la apariencia.

Ríodoce fue tomando forma como un espacio complejo y completo. Con una idea clara de lo que se quería hacer, el periódico fue convirtiéndose cada semana en el lugar donde era posible darse una visión panorámica de Sinaloa y del país. Entrevistas que hacían hablar a los personajes. Reportajes de los temas que se habían evadido por años. Una visión de la cultura y el deporte desde otra perspectiva, no solo el espectáculo de goce. Además, plumas de opinión que ayudaban a entender, pero sobre todo atrevidas.

Margen de error

(Historia) No hay una forma sencilla de contar la historia de Ríodoce, por fortuna es lo suficientemente larga para que se vuelva imposible condensarla en 900 palabras. Sí es posible celebrarlo a quienes de una forma u otra estuvimos y estamos ahí. Este febrero son ya 22 años de Ríodoce.

Una celebración real nunca es completa, siempre hay alguien a quien llorar. Ese es Javier Valdez. Sigue estando en Ríodoce porque es parte de su entraña.

Primera cita

(2003) Aquellos tiempos de 2003 y estos tiempos de 2025 son distintos, el ecosistema de la comunicación sufrió una sacudida de altas dimensiones. Adaptarse y sobrevivir resultó imposible para muchos.

Hoy tenemos una compleja mezcla de medios tradicionales —impresos, radio y televisión, tal como los conocimos en el siglo XX—, tenemos medios digitales afianzados o emergentes que se abren paso solo por esa vía y donde se suman además los tradicionales, en esa brutal competencia por el consumo. Por si fuera poco, en el espectro digital se compite con millones de contenidos anónimos que terminan inundando todos los espacios.

Esta es la nueva batalla que libra Ríodoce, igual de dispareja como aquella de 2003. Aquí Ríodoce sigue siendo uno de los pocos impresos que va de mano en mano y recorre kilómetros para llegar a las manos del lector, y es también contenido que viaja por las redes.

Mirilla

(2025) La realidad es terca, y Sinaloa está de nuevo entrampado en una espiral violenta provocada por la convivencia de sus redes criminales. Si en algún sitio ha quedado registrada esta realidad de Sinaloa ha sido precisamente en Ríodoce. Mucho de su prestigio hacia afuera se forjó con esa cobertura, con los registros e historias del narco que era necesario contar porque nadie más se atrevía a hacerlo. Eran —y son— historias ineludibles, imposible de voltear a otro lado. Si no fue así en 2007 y 2008, no lo podrá ser en adelante.

Va aquí una dedicatoria de aprecio y reconocimiento por estos años en Ríodoce. Claro que sé que halago en boca propia es vituperio, pero en este caso solo he querido esbozar un registro de una historia pendiente de contar, la historia de Ríodoce (PUNTO).

Artículo publicado el 09 de febrero de 2025 en la edición 1150 del semanario Ríodoce.

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