Cuauhtémoc Villegas Durán
Mi primer contacto con la Montaña Sagrada fue en la lectura de El loco del profeta Gibran Khalil Jibran, aunque nunca me dí cuenta de la importancia de ella en mi vida -sólo era para mi una lectura-. El libro lo conocí en la casa de los Moreno Corzo, familia de liberales mexicanos que me abrieron su casa y donde viví de los momentos más felices de mi juventud, al filo de la guerra zapatista, trabajando de asistente en producciones cinematográficas y teatralaes, conociendo una infinidad de teatros donde eramos los primeros en llegar y los últimos en salir del lugar.
Vi, desde el techo de un teatro, todas copas de los arboles de la Alameda Central, una emoción tan vibrante como cuando uno pasa en avión sobre el mismo lugar, las actrices se desnudaban frente a nosotros sin que nos ocuparamos de ello pues platicabamos y pruduciamos, era profesionalismo puro. Del amor, no faltaban las bellas damas como Colombia, por la que, dejé México para irme a vivir a unos pasos del acueducto de Queretaro. De Colombia y los Gaviria hablaré despúes por una interesante historia de unas pinturas novohispanas de una Virgen de Guadalupe y un San Juan Bautista.
La casa de las Moreno era de por si, impresionante, al igual que la biblioteca de esa casa, de Hena Corzo, dama y actriz de incomparables conocimientos, de la casa y de las hermanas Moreno Corzo hablar en en otro libro si Dios quiere.
No recuerdo si con ellas o con otros amigos de los muchos que tengo en México, en 1995 llegué al departamento de Alejandro Jodorovsky en la Ciudad de México donde convivimos sin que yo siquiera imaginará que era el director de la película La Montaña Sagrada, que no recuerdo si ya había vísto en la casa de las Moreno o la vi hasta cuando escribí en Aguascalientes en 2006 sobre mi encuentro con las arcas de la Sierra Fría: un inmenso mamút con sus crías y un cavernícola tallados en las grandes piedras de la sierra.
A la sierra Fría se le considera un promontorio de la sierra Madre Occidental que atraviesa Norteámerica de norte a sur, es un lugar inmenso y dentro de la Fría existen fantasías, donde habitan seres vivos vegetales y animales inimaginables, como los nópales cardones de hojas inmensas, un lugar que nunca he visto pero que sería como el tiro de las Golondrinas en Chiapas y existe, entre su fauna, “la flechilla”, una serpiente cuya existencia no he encontrado en los libros sino sólo en la historia que me contó Diego Zacateco, el chamán que me llevó al mamút primero y al cavernícola, años después cuando lo encontraron a unos pasos del mamút, al que regresé a fotografiar en la primavera para verificar que la entrada de la primavera con su cambio de la posición sol darían la forma con luces y sombras al ojo del cavernícola como yo suponia y como explique en la primera ocasión a Diego.
La flechilla es una serpiente o culebra de no muy grande tamaño y delgada que se esconde a un lado de los caminos, camuflada sobre los arbustos para esperar a sus presas, a las que, literalmente se lanza para atravezar sus estómagos, aún, los de los vacas y caballos.
La sierra Fría forma el cañón de Juchipila en su parte norte y observa a La Quemada, “El Lugar de las Siete de las Cuevas”. El cañón de Juchipila, formado por miles de cañones internos es un lugar infestado de obras de arte que Objetivo7 ha dado a conocer ya que, a excepción del rostro humano gigante del cerro de las Campanas que ha sido estudiado por arqueólogos extranjeros, sólo, Objetivo7, ha dado conocer diversos descubrimientos arqueológicos.
El cañón de juchipila es el mayor museo de Zacatecas y va desde Juchipila hasta Villanueva y por lo que sé, llegan tales obras hasta los municipios de Zacatecas y Guadalupe. Del cerro de la Bufa me señalaron dichos cerros que nunca conocí de cerca. En uno de ellos, el amigo que me lo señaló, me contó que él se paraba sobre el acantilado donde se dejaba caer hacia adelante, al abismo, para mantenerse como una tabla de piscina, no caía, el viento lo mantenía flotando y los pies lo mantenian sobre el acantilado, como si volara. El mismo viento lo ponía de pie sobre la roca.
Mi abuelo, Bonifacio Villegas Barajas y yo, somos, de mi familia, los que más recorrimos esa zona mágica. Mi abuelo la recorrió armado en la Sierra Fría. Era líder de un grupo guerillero que empezó con una petición de tierras ejidales en 1919 en el rancho El Volador. Se reunía en los arroyos, escondidos entre las rocas y la vegetación para que los hacendados y los caciques no los masacraran.
De hecho, la petición se entregó entre otros, al presidente municipal de Huanusco, Zacatecas, un miembro de la familia Medina, los caciques moros que llegaron desde España, huyendo, de la Santa Inquisición, disfrazados de nuevos cristianos, a la Nueva España para apropiarse de las tierras de los indígenas dueños de la sierra de Morones y tierra ejidales que con la reforma al artículo 27 de la Constitucón Mexicana, impulsada por el entonces presidente y hoy, dictador de México, Carlos Salinas de Gortari, y el saqueo hoy incluye la compra ilegal y descomunal de tierras ejidales.
Bonifacio Villegas era comerciante, albañil y agricultor antes de encabezar la petición de tierras y en la Guerra Cristera pasó a formar parte de los agraristas, civiles armados que luchaban contra las huestes fanáticas católicas instigadas desde Roma por el papá, a luchar contra “los bolcheviques ateos. Los hacendados pagaban a los cristeros spara que atacaran y mataran a los agraristas.
Murió Bonifacio en la sierra de Morones, emboscado y al mando de tropas del ejército que se le dieron en Villanueva. Se dirigia a retomar Huanusco o a pelear a Jalpa.
Cuando me hablan de él, me lo platican como un gigante, sus pasos retumban por toda la región pero, muy especialmente en Huanusco, como si aún caminara por los miles de cañones que he recorrido y que forman el cañón de Juchipila, “por aquí pasaba” me dicen afuera de la iglesia de Huanusco donde se dio uno de los combates históricos de dicha guerra.
Allí por las faldas del cerro del Tejiadero, cerca de la presa que hasta donde vi, hace unos 7 años, estaban en pie los arcos de su canal señalan con el dedo “por aquí pasó tu abuelo con los pies descalzos y detenido rumbo la Hacienda de San Pedro donde los Díaz de León lo tuvieron preso”, “le arrancó de un machetazo la naríz a un Díaz de Léón” “cuando era niño y vivía en Aguascalientes encontró en un convento donde vivía y estudiaba, una gruta llena de de cadaveres de fetos humanos” “era guerrillero”, “era un héroe”, mas, sin enbargo, los Miramontes, historiadores masones, que viven y publican gracias a los Medina, han puesto a los caciques y a los personajes menores como personajes históricos tratando, de arrancar de la historia, a Bonifacio, lo que nunca han logrado, gracias al ejido de Huanusco.
El mayor admirador de mi abuelo era Gustavo Ventura, su sobrino y nieto de otro guerrilero que vio morir a Bonifacio y vivió para contar la guerra. Fue Gustavo quien me llevó a las pinturas que, tras estudios, descubrí junto a Armando Chong Pérez que era una Danza del venado, donde un chamán con cuernos de venado, que tiene por manos una garra de puma y la otra una pata de juagolote -víctima y victimario- perseguía a diminutos venados. Se conocen como las pinturas del cerro de las Campanas.
Publicado dicho descubrimiento en la revista Cientouno antes del 2000 llegué con un ejemplar en 2001 a Tabasco, Zacatecas y allí, junto al río Juchipila donde pasé muchos mañanas y atardeceres, bajo la sombra de los nogales y los sauces llorones, me dijo Diego: “Yo tengo un elefante allá arriba, de aquí se ve”. Desde ese momento le dije que no era elefante sino un mamút y un día después, estaba, en la Montaña Sagrada.