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Javier Valdez (QEPD)

Llegó un policía a la oficina del comandante. No era cualquier policía, tenía grado de oficial. Le dijo al comandante: jefe, me mandó el patrón, la gente del señor, que quieren que usté jale con ellos y que no la haga de pedo y aquí está esto, no más porque son buena gente y para empezar. Lo único que quieren es que los deje trabajar. Y ya.

El comandante se le quedó viendo. Volteó a ver el maletín y lo entreabrió. Fajos de billetes sujetados con ligas peleaban entre sí por asomarse, brincar, salir de ahí. No, le respondió. No puedo aceptar. No le dijo que ya tenía compromiso ni que era honesto, ni que él trabajaba para el gobierno y para servir a la ciudadanía. Simplemente contestó que no: llévate el maletín y haz de cuenta que aquí no pasó nada, conmigo no hay ninguna bronca.

El policía se fue con la cara chueca, la boca sellada y el puño de la derecha cerrado. Se despidieron a distancia, como si no quisieran tocarse más. Elemental cortesía. El agente ni se cuadró, solo dio la media vuelta, entre pasos que parecían tener prisa por emprender una torpe retirada.

El comandante lo vio. Levantó el teléfono y pidió que llamaran a alguien. Entró un uniformado, quien le contó que ese agente que había salido trabajaba para un capo de una ciudad cercana, que estaban agarrando fuerzas para entrar a la ciudad y controlarlo todo. Plata o bala, así están operando, jefe.

Dos semanas después, el comandante salía de su casa. Sus escoltas lo esperaban en otro automóvil y él iba en la patrulla asignada. Llevaba a su hijo a la escuela. Temprano porque a las ocho con diez cierran el cancel. Se escuchó un disparo y luego otro y luego muchos. Los escoltas se parapetaron para responder. Las balas pasaban por todos lados, zumbando, guiñando, coquetas y fogosas.

Volteó a ver a su hijo. Sangre en un brazo. Decidió llevarlo al hospital en medio de esa bruma de plomo. Los escoltas vigilaron su salida y respondieron al fuego con fuego. El saldo fue de dos heridos, uno de los polis y el hijo del comandante, y un supuesto sicario muerto. El escolta y su hijo estaban fuera de peligro.

El comandante informó que el ataque se había derivado de su trabajo contra la delincuencia. Se tocan muchos intereses, dijo a los reporteros. Se incorporó a los pocos días al trabajo y luego fue citado por la Procuraduría, que ya había iniciado las investigaciones.

Vamos a investigar, a dar con ellos. Un funcionario le prometió haremos justicia, comandante. Esto no se va a quedar así, se lo aseguro. Por eso, le presento al oficial que se hará cargo de las investigaciones, al frente de un grupo especial. Entró el oficial. El comandante tembló: era el mismo del maletín. Ah, mucho gusto.

Columna publicada el 12 de agosto de 2018 en el edición 811 del semanario Ríodoce.