Por Federico Gama (*)
Hoy para registrar un hecho periodístico con fotografías, es más importante tener una cámara o un smartphone, que un buen fotógrafo de prensa. Desafortunadamente para el gremio de los reporteros gráficos se ha pensado, desde siempre, que una de las cualidades más importantes de la fotografía es que registra mecánicamente “lo real de manera literal” (Barthes)[1]. Esta idea, que aceptó todo mundo incluidos los periodistas y las empresas periodísticas por más de un siglo y que se la tragaron los fotógrafos como cierta en aras de darle un aura de objetividad a su trabajo, ahora se les revierte para exterminarlos.
Ante esta verdad de perogrullo de que la fotografía duplica mecánicamente la realidad, si existe un aparato capaz de hacer fotos de manera automática, entonces cualquier persona con una buena cámara puede registrar un hecho periodístico con fotografías, tal y como se le presente ante sus ojos y además publicarlo “sin ningún tratamiento” especial. Finalmente, “con un buen pie de foto todo mundo puede entender lo que está en una fotografía”.
La idea es simple: hoy que cualquier persona tiene un smartphone en la mano, prácticamente, no hacen falta los reporteros gráficos ante miles o millones de “fotorreporteros ciudadanos”.
Frente a la crisis económica de los periódicos, los medios ya no están dispuestos a invertir en fotografía, el caso extremo de esta medida la señaló el Chicago Sun Times cuando en 2013 despidió a todos los fotógrafos y editores de fotografía[2]. La lógica de la empresa fue que es posible prescindir de los fotógrafos y de los editores de fotografía porque “los reporteros multimedia” pueden hacer, con su smartphone entrevistas, redactarlas, grabar videos, tomar fotografías, seleccionarlas y subirlas al portal.
Además, en este esquema de periodistas multimedia se pueden sacrificar a todos los fotorreporteros, sin remordimiento, porque quienes han mantenido por siempre la columna vertebral de la información son los reporteros que escriben, porque son los que han contado las historias en los medios y quienes han dirigido editorialmente las empresas informativas. Gracias a eso los fotógrafos de prensa ni son, ni fueron tomados en cuenta como parte esencial en la producción de noticias, ni tampoco forman parte del grupo que toma las decisiones importantes en los medios ni quienes decidirán su futuro. A priori podemos decir que los fotógrafos de prensa perderán esta carrera porque su suerte ya está definida. A pesar de que las fotografías ocupan cuando menos un 25 % de las páginas de un diario y que los portales las utilizan como foco para llamar la atención de los buscadores de información en sus móviles y ordenadores.
En los esquemas de negocios los directores, administradores o empresarios no están contemplando a fotorreporteros ni invertir en equipo fotográfico profesional porque el costo de personal y equipo para la producción de fotografías se lo pueden ahorrar si los reporteros multimedia hacen ese trabajo. Si la objetividad es la principal virtud de la fotografía periodística y la foto es un registro que cualquiera puede hacer, entonces no importa quién hace la foto o de quién es la foto.
Mientras los reporteros les están arrebatando las cámaras de foto y video a fotógrafos y camarógrafos por no desaparecer del mapa, los fotorreporteros no están escribiendo notas, aunque algunos están tratando de hacer video y proyectos multimedia, el grueso no está haciendo mucho por defender su empleo, ni su oficio. Definitivamente es más complejo para un fotógrafo redactar historias porque no hay un aparato que lo haga de forma objetiva, literal y automática.
Ante este panorama también es cierto que los fotorreporteros tampoco se fueron actualizando o adaptando a los “nuevos géneros periodísticos” (periodismo de investigación, periodismo narrativo o periodismo de datos), ni crearon géneros propios, ni tampoco le dieron el peso y la importancia a los ya existentes. En síntesis, no hubo un desarrollo del oficio fotográfico dentro de los medios de comunicación y se conformaron con hacer lo mismo: registrar visualmente “la realidad”.
El fotógrafo de prensa no supo como crear una fórmula fotográfica informativa que fuera imprescindible en los medios, con público propio –como los columnistas, los caricaturistas o los presentadores de noticias– independientemente de la foto noticia, el retrato y el fotorreportaje. Su tope fue ser el jefe o editor de fotografía y de ahí no pasó y por eso fue considerado como un trabajador medio que además desconoce qué tantos lectores, patrocinadores o visitas aporta a los medios, es decir, cuál es su potencial económico de retorno para la empresa.
Los fotógrafos no fueron capaces de producir fotorreporteros de culto, tal vez un caso excepcional fue el de Sebastiao Salgado que hacía entregas de sus reportajes a varios medios europeos como El País y La Vanguardia de España, porque muchos comprábamos esos periódicos para ver el mundo con la mirada del fotógrafo brasileño.
Por si fuera poco hoy la fotografía de prensa es cuestionada por lo fácil que puede ser manipulada con las herramientas de edición (Photoshop), aunque la manipulación de la fotografía (y con la fotografía) no es reciente y siempre ha sido sencillo hacerlo.
A principios del siglo pasado las niñas Elsie Wright y Francés Griffiths (de 16 y 10 años de edad), sorprendieron al mundo cuando mostraron las fotografías de unas hadas que comprobaban su existencia y las personas tardaron mucho tiempo para darse cuenta que las llamadas “hadas de Cottingley”[3] eran un truco fotográfico. Sin embargo la manipulación más importante y frecuente en los medios de comunicación no es tanto por la edición como por la selección del contenido, lo que se incluye dentro del encuadre o lo que se deja fuera de la toma, es decir, lo que se considera noticia y lo que no.
Y también más que nunca los propios fotógrafos de prensa se cuidan unos a otros, se culpan, se critican, se señalan, se acusan y se condenan por haber manipulado, trucado o retocado una foto. World Press Photo, el concurso de fotografía más importante y prestigiado del mundo, hace grandes esfuerzos por evitar que miles de fotografías manipuladas concursen y que eventualmente algunas de esas imágenes ganen, como ha sucedido en los últimos diez años, y por ello estableció a partir del 2014 reglas muy precisas con respecto al uso de herramientas de edición.[4] Entre las medidas que implementó fue formular un código de ética, muy obvio por cierto, y definió para que no quede duda de manera muy gráfica “con un tutorial”, lo que se puede hacer y lo que no se puede hacer con estos programas: digamos que se pueden “trabajar” las fotos pero poquito. Una de las cosas que no deja de extrañar de las reglas del concurso, es que se pueden “modificar” la imágenes de color para traducirlas a blanco y negro pero no se puede desaturar el color. En otras palabras se aceptan las fotografías en blanco y negro pero no descoloridas.
El oficio de fotorreportero desaparecerá también porque las redacciones no serán más el taller de aprendizaje de los reporteros gráficos, cuestión que de alguna manera también modificará el trabajo de los reporteros de texto. “La redacción como alma mater del periodismo, antaño escrito pero hoy multimedia, ya no es el refugio acogedor, el lugar preferentísimo de trabajo y de aprendizaje del oficio.” … el smartphone permite la fabricación directísima del periódico, del productor al consumidor. [5]
Por otra parte la gente común cree que para hacer fotografías de prensa no se necesita más que aprender a usar una cámara profesional, lo demás es sólo estar en el lugar y oprimir un botón en el momento justo. Hoy las personas que quieren estudiar fotografía es porque se compraron una cámara fotográfica y quieren aprender a usarla, pero no porque consideren que necesitan aprender un oficio como el de reportero de prensa, un género fotográfico, un lenguaje o una forma de expresión, ya no digamos una disciplina de las artes plásticas.
El corrosivo “periodismo de copy and paste”, esa mala costumbre de buscar en internet una imagen que funcione y sin importar quién la hizo, dónde, cuándo ni por qué, la copian y la pegan en el portal, el blog, el face o Twitter para ilustrar una nota, amenizar un chisme o hacer un meme necesariamente abonará al tema. No solo afecta a la fotografía en particular sino a toda la industria en general. Estos espacios sin ningún pudor o arrepentimiento usan las fotos como se les da la gana sin pagar un centavo. En resumen algunos “medios electrónicos”, nunca han pagado por producir, ni por publicar fotos en sus portales, se conforman con lo que hay en la web al fin que la oferta es rica, variada y gratis, piensan exactamente como Mark Zuckerberg: todo lo que cae por aquí en mío y es de todos. Por lo mismo estos espacios tampoco tienen en su imaginario o sueño más progresista, emplear o pagar por producir fotografías periodísticas. Luego, entonces, nunca van a emplear fotógrafos de prensa. Si a algunos fotógrafos nos pagaran un peso por cada vez que usan una imagen en internet, seríamos millonarios.
Qué tan cierto es que lo que hacen los fotorreporteros lo puede hacer cualquiera
Los fotógrafos fueron la infantería de los diarios, eran los que arriesgaban el pellejo, por eso entre los periodistas asesinados, lastimados, golpeados… la mayoría son fotógrafos y camarógrafos. Pero aunque los periodistas multimedia tengan mucho valor y se metan en los mismos espacios que los fotógrafos de prensa nunca van a lograr hacer las mismas imágenes porque técnicamente no es posible. Los smarphones son muy limitados en recursos técnicos. Y si creen que porque ya están haciendo “muy buenas fotos” con su teléfono ahora quieren hacer fotos también con una cámara profesional, se darán cuenta que el equipo fotográfico es costoso y que tiene sus complicaciones traer dos aparatos para hacer algo que ya hacen con uno solo. En esta situación obviamente el reportero multimedia perdería velocidad y capacidad de responder a sus plataformas lo que si le permite el smartphone y de manera cómoda. Y si en el futuro el smartphone se convierte en una cámara con lentes intercambiables y funciones manuales, se haría un armatoste no muy práctico y el smartphonero entonces estaría obligado a aprender la sensibilidad (intuición para estar en el momento y lugar exacto) y a tener la técnica de los fotógrafos. El olfato o intuición del fotógrafo de prensa se logra a partir de la información que se tiene sobre el acontecimiento, la experiencia y de una observación muy aguda. Para lograr una foto excepcional se requiere de buena técnica que se aprende con los años, de mucha concentración, así como de la paciencia y movilidad de un cazador. Por otra lado no podemos dejar de mencionar que la mirada del reportero es contextual y panorámica, mientras que la del reportero gráfico es parcial y sintética (de síntesis), la foto de prensa siempre será un detalle, una parte simbólica de una serie de complejos acontecimientos.
Lo cierto es que nadie podrá sustituir las fotografías de los fotógrafos de prensa. En los próximos años los lectores, seguidores o audiencias difícilmente verán fotos de momentos históricos con calidad informativa y estética (forma y contenido). Si lo comparamos con el texto nos estaremos perdiendo de “ historias fascinantes, bien redactadas, escritas a mano y con buena “caligrafía”. Por lo menos una generación completa se va a perder,de instantáneas con momentos irrepetibles y excelente composición. Y los medios informativos paulatinamente dejarán de ofertar esas imágenes espectaculares a un público cada vez más exigente.
Si los medios no van a contar con fotógrafos tal vez las agencias proveerán de fotografías con calidad periodística pero eso estandariza la oferta de imágenes. Y si todos tienen la misma foto cuál es la diferencia entre un medio y otro. Imaginemos un medio que no produce notas propias, que solo publica noticias de agencia, sería una versión mejor hecha del “periodismo de copy and paste”.
Hay ciertas especialidades y géneros que únicamente un reportero gráfico puede hacer y a los que el periodista multimedia jamás tendrá acceso, no al menos con un smarphone: nos referimos principalmente a la foto deportiva, de espectáculos y de los grandes acontecimientos políticos. Esto se puede resolver, claro está, con agencias o con los registros que hacen los organizadores y patrocinadores de los eventos, pero el costo es tener fotografías estándar que solo benefician la imagen de los organizadores, esto es, fotos de publicidad y propaganda. Con lo cual, al menos fotográficamente hablando, se perdería el carácter o personalidad gráfica del medio.
Por otra parte, los productos que estamos viendo de “los reporteros multimedia” en muchos casos son videos mal hechos, imágenes desenfocadas con tomas temblorosas que rompen con la continuidad, los ejes de acción y con todas las reglas del lenguaje audiovisual. En lo que a fotografía se refiere, hay mala calidad del soporte y fotos sin composición. Es lo que podríamos llamar calidad de redes sociales o la textura Twitter, Facebook y WhatsApp: textos mal redactados, con faltas de ortografía y dedazos. Obviamente que eso no es el periodismo del futuro.
Hoy es muy común que ante un acontecimiento específico decenas de testigos presenciales circulen información en las redes sociales, pero ningún medio serio replicaría esa información tal cual como nota periodística. Cualquier editor sabe que antes de publicar algo se requiere de verificar las fuentes, confirmar y cotejar datos con especialistas. El término ‘periodismo ciudadano’ es directamente rechazado por los periodistas. El periodista ciudadano no es periodista. Que alguien levante’ una noticia o emita una información, no le da patente de periodista. Se puede decir lo mismo en el caso de la fotografía: que alguien haga una foto de un hecho no la hace reportero gráfico.[6] También podemos apuntar que no porque un fotógrafo de prensa emita una información o escriba una nota lo convierte en un reportero y a la inversa: no porque un reportero tome fotografías lo convierte en un reportero gráfico. Los periodistas son categóricos ante la calidad de la información, independientemente del paquete en el que se presente: “La convicción de que la calidad de la información, la fiabilidad, la verificación de las fuentes, la facultad de contar historia y contarlas bien son atributos del ADN del oficio del periodista, analógico o digital, local o en red, presente y futuro…” .
¿Por qué suponemos entonces que las fotos sí se pueden publicar tal cual las envían o publican en las redes sociales y cualquier modificación se considera una alteración de datos? ¿Por qué no sucede lo mismo con el texto? La respuesta es sencilla y se la debemos al lastre de “la reproducción objetiva de la imagen fotográfica”: porque consideramos que la foto no tiene ideología, ni forma ni estilo, es la realidad replicada en una imagen.
La máxima del fotoperiodismo fue si “la foto es el analogon perfecto de la realidad” (Barthes), entonces el fotógrafo no tiene que pensar, no puede matizar ni interpretar, porque es suficiente con que sepa disparar la cámara en el momento preciso o “instante decisivo” (Bresson) para que quede constancia de lo que sucedió y así sin más, el tema queda resuelto, tal y como se ve en la foto.
Pero si no puede o no debe interpretar el fotógrafo de prensa, entonces ¿cómo sabe o supo durante tantos años cuál era el momento y el lugar preciso de la foto noticia? ¿Cómo se sintetiza ahora y siempre un acontecimiento histórico fotográficamente sin saber lo que esta en juego? Puede ser que el fotógrafo sea ignorante del caso y que el reportero le diga al oído toma esa foto, entonces la objetividad del fotógrafo se convierte en la subjetividad o en la idea del reportero.
Una de las causas de todo este embrollo es porque se piensa que la fotografía solo registra los hechos tal y como suceden de manera mecánica y por lo mismo que no hay interpretación y que ese es su mensaje, lo que aparece en la foto. Entonces toda foto es objetiva. Pero lo cierto es que lo que uno piensa resulta determinante sobre lo que uno cree, lo que uno siente y lo que uno ve. Se cree que el fotógrafo solo debe registrar lo que ve sin manipular técnicamente nada. Pero nadie ve sin prejuicios. Los seres humanos vemos con muchos filtros: con la imaginación, con los sentimientos, con el conocimiento, con nuestra preferencia política o sexual, con nuestra cosmogonía y ahí es donde dirigimos nuestra cámara a esa forma particular (social y cultural) de ver. La realidad que decide un fotógrafo de forma subjetiva es el contenido de una foto y la forma o estilo de cómo se ve un acontecimiento (como se registró) la define la técnica del fotógrafo.
Solo por poner un ejemplo hipotético que pueda ilustrar esta idea: no hace mucho tiempo en los años 60 o 70 en algunos estados de la Unión Americana si se veía a una joven blanca con un muchacho negro en un parque tomados de la mano, la gente lo interpretaba como una situación rara o una relación inusual y si un fotógrafo de prensa registraba ese hecho y se publicaba la mujer perdería el respeto de la sociedad y el hombre terminaría linchado o atado a un árbol. La foto fue para el fotorreportero el registro de algo que consideró significativo, para el medio una nota periodística y para la sociedad que lo miró publicado algo aberrante e indigno. La idea de capturar una escena de este tipo tiene repercusiones morales, políticas, culturales y sociales. El fotógrafo y el medio se sintieron tan agredidos como la sociedad por lo que se podía pensar de una escena de ese tipo en ese país y en ese tiempo. Hoy sería una imagen cualquiera, tal vez un comentario en las redes sociales y dos likes, pero en ese contexto hubiera sido, sin duda, una foto periodística de escándalo.
El periodismo y sus notas se van adaptando a los retos que se le presentan, a las nuevas fórmulas para informar y a los nuevos consumos. Dicen que el smartphone llegó para quedarse en las empresas de comunicación y en ese esquema “la fotografía periodística, hecha por fotorreporteros no existe” porque no será producida por fotógrafos profesionales. Salvo que se entienda que el fotoperiodista es un experto en producir información con fotos desde su muy particular punto de vista, es decir de manera subjetiva, que opina y que puede crear productos fotográficos informativos que no necesariamente deben estar anclados al cuerpo de la nota que escribe un reportero y que puede hacer productos informativos fotográficos.
Podemos decir que no solo los periodistas multimedia exterminaron a los fotorreporteros, les ayudó su falta de creatividad para crecer y adaptarse a los cambios de la industria, pero creer en la “objetividad de la fotografía” fue un factor ideológico importante para su exterminio, por no entender que el fotorreportero es alguien que crea, construye y dirige mensajes fotográficos con la misma subjetividad que la que tiene el reportero que escribe una nota. Ese mito, de la verdad fotográfica, que tanto juego les dio a los fotógrafos de prensa terminará por exterminarlos y enterrarlos.
[1] Lo obvio y lo obtuso. Roland Barthes. Paidos Comunicación, Barcelona, España, 1988.
[2] El Universal, 30 de mayo de 2013.
[3] La gente creyó que esas encantadoras imágenes eran una prueba de la existencia de criaturas de otro mundo, aunque de hecho sus autoras habían recortado las “hadas” de revistas y las sujetaron erguidas con alfileres de sombrero. La estratagema tardó muchos años en ser descubierta. Fotografía hoy. Susan Bright. Editorial Nerea, 2005.
[4] Photo Cntest Code of Etics. World Press Photo.
[5] Los primeros cien años. M.A. Bastenier. El Universal 03-10-2016. Ex subdirector del diario español El País y autor de “El Blanco Móvil: Curso de periodismo”.
[6] El periodista en la encrucijada. Coordinación Ma. Pilar Diezhandino. Fundación Telefónica. Editorial Ariel, Barcelona, España, 2012.
Federico Gama (Ciudad de México, 1963) es fotógrafo especialista en fotoperiodismo y fotografía documental desde 1988. Su trabajo ha sido distinguido con diferentes premios en México, Colombia, Puerto Rico, Estados Unidos y Canadá. Ha sido jurado en diversos certámenes de fotografía e impartido conferencias y cursos en universidades y escuelas especializadas. Es autor del libro Mazahuacholoskatopunk (IMJuve, 2009) y coautor de los libros Mexico D. F. Then And Now (Salamanders Books, 2009); Jóvenes, cultura e identidades urbanas (Porrúa-UAM Iztapalapa, 2002); Cholos a la Neza, otra identidad de la migración (IMJuve, 2008) y Tinta y Carne (Cultura Contracultura, 2009). Actualmente trabaja como fotógrafo freelance.