Como parte de la producción periodística de Cuauhtémoc Villegas Durán, estarán apareciendo cuentos de su nuevo libro La casa de los mil venados en el que, como siempre, el director de Objetivo7 desmenuza sin acusar a la alta clase política que se muestra, pulcra ante el “pueblo”, mientras se revuelca a escondidas en el cochinero de la corrupción y los excesos, mismos que llevaron a la guerra de hoy, de la que también, ha escrito nuestro director, quien, de lejos y de cerca, a sentido la saña y la falta de humanidad de nuestros dirigentes sociales.
La casa de los mil venados/Cuauhtémoc Villegas Durán/Objetivo7
Nadie, ninguno de los grandes e importantes hombres de Guadalajara y Jalisco podían faltar a las fiestas del Padre Partys: políticos, militares, narcos, empresarios, juniors.
Entre las hondonadas y curvadas calles rodeadas de mansiones bellas y distinguidas y algunas más de mal gusto, circulaban El Tigre con su mujer, La Reyna del Pacífico que acababa de salir de su casa frente a la de Cordova Montoya, vecinos, apenas divididos por la calle allá, en el sexenio de Ernesto Zedillo.
La casa de Montoya, en un pequeño coto de apenas unas seis casas, parecía de vecindad frente a la grandiosa mansión del colombiano Tigre y su afamada esposa, La Reyna del Pacífico.
También llegaban a esas calles, repletas de enormes árboles, jacarandas y plantas colgantes en las paredes, los personajes, ya sea por avenida Patria o por la avenida Vallarta atravesando la Plaza México y bajando junto a la Escuela de Medicina de los Tecos.
Hasta los Tecos estaban allí todavía con el rector y su hijo político estrella de la Televisa en canal 4, La Güera Hernández. La cocaína corría a raudales, mientras chapoteaba la alberca de tanta gente en la fiesta del Padre Partys.
El cardenal tampoco se perdió la fiesta en la casa de Colinas de San Javier, que, desde el viernes se extendió hasta el domingo entre el sexo entre hombres y mujeres, hombres con hombres y mujeres con mujeres, entre los mares de licor, marihuana, cocaína y hasta la piedra que, departían como pan y sal, los políticos, beatos y la alta alcurnia de la ciudad de Guadalajara.