Río Doce.- Carlos Fuentes estudió infinidad de cosas para entender, analizar y escribir sobre infinidad de cosas, pero jamás se propuso tomar un curso de mecanografía. Nunca aprendió a desplegar con naturalidad los dedos en el teclado. En su afán de escribir, inició aplastando teclas con un solo dedo, como buscando dónde estaba la que correspondía al tipo que quería expresar, como si balbuceara. Con este ejercicio primario fue sacando palabras de su rudimentaria Royal portátil y cuando concluyó su primer cuento, es decir, cuando finalizó con las correcciones que nos llevan a la conclusión de que ya no hay nada qué quitar y, menos, qué agregar, sintió que el dedo índice había ganado velocidad y se quedó con él. Nunca le dio vergüenza escribir cual secretaria poco hábil con las manos (bueno, en lo referente a escribir), pero sí que su dedo índice se le enchuecara notoriamente, motivo que le obligaba a guardar su mano derecha en el bolsillo.
El triunvirato de la máquina de escribir, el dedo índice y su cerebro tuvo, como primer producto, Los días enmascarados (1954), seis relatos de corte fantástico en el que hay más concesiones para la ironía y lo alegórico, que para la realidad. Un rompimiento con el imperante costumbrismo con ansias universales, que a sus 26 años consolidó su imagen de culto entre las clases pudientes de la capital y de dandi entre las mujeres. Siempre bien vestido, pulcro, con bigote de latin lover, trato seductor y labia envolvente, era lo que se dice “un buen partido”. El segundo lo sería La región más transparente (1958), novela polifónica que desnuda a la post revolución, a la Ciudad de México y al lenguaje que se usaba en todos los estratos sociales; desde las encumbradas élites, nutridas por revolucionarios que escalaron vertiginosamente, hasta Los Caifanes. Novela fundadora del Boom Latinoamericano, fue criticada en sus primeras ediciones como caótica, incomprensible, pero lo que nunca se dudó es que poseía un enorme magnetismo e inyectaba una fuerte dosis renovadora a la novelística mexicana, que no veía la suya desde 1955, cuando Juan Rulfo se saca del alma aPedro Páramo y corre a esconderse al silencio.
Precisamente es Pedro Páramo la obra que impulsa al triunvirato dedomáquinacerebro a emprender la aventura de producir una primera novela que tuviera de personaje central a la Ciudad de México, entonces con 5 millones de habitantes y bastante contrastada con Comala, habitada por un puñado de seres sometidos a voluntad por un rencor vivo. En lo personal, cuando releí la breve y monumental novela de Rulfo visualicé a Fuentes como el cacique de la Hacienda de la Medialuna, quizá influido por la conmoción que me provocóCantar de ciegos (1964), el segundo libro de cuentos del triunvirato renovador.
El dedo chueco de Carlos Fuentes fue un distintivo tan celebrado en el Boomcomo el copete de Vargas Llosa, las camisas floreadas de García Márquez o la estatura de Cortázar. Cuando lo usaba, siempre apuntaba al cielo y eso que en respuesta a cual optaba entre el cielo y el infierno confesó: “Por el infierno, que es mucho más divertido. Allí está toda la gente agradable”. Ese dedo creador, como el de Miguel Ángel, en la Capilla Sixtina, motivaría a que Vargas Llosa se preguntara al recibir el Primer Premio Carlos Fuentes: “Si así escribió con un solo dedo, ¿qué no hubiera hecho usando los diez?”.
El triunvirato se ganaría las llaves del infierno que Fuentes prefería con la publicación, en 1962, de Aura, una historia que quien no la haya leído no conoce lo que es amor del bueno. Todo iba bien con Felipe Montero y su chamba en Donceles 815, hasta que la novela cae en las manos de Carlos Abascal, secretario de Trabajo en el letrado sexenio de Vicente Fox, y descubre, alarmado, que la obra no es producto de un triunvirato, sino de una diabólica trinidad: Padre Dedo, Hijo Máquina y Espíritu Diabólico.
39 años tuvieron que pasar para que este iluminado panista descubriera queAura era una novela pornográfica. Como ejemplo irrefutable de este caso de obscenidad flagrante, Abascal, tocayo del Espíritu Diabólico, puso este párrafo. Si hay menores cerca de usted, no se los muestre, póngales una página porno en Internet para que se entretengan, pero no les permita leer esto, es contaminante y no quiero que se me acuse de pervertidor de menores, ni que fuera cura:
“Felipe cae sobre el cuerpo desnudo de Aura, sobre sus brazos abiertos, extendidos de un extremo al otro de la cama, igual que el Cristo Negro que cuelga del muro de su faldón de seda escarlata, sus rodillas abiertas, su costado herido, su Corona de brezos montada sobre la peluca negra, enmarañada, entreverada con lentejuela de plata. Aura se abrirá como un altar. Murmuras el nombre de Aura al oído de Aura, sientes los brazos llenos de la mujer contra tu espalda. Escuchas su voz tibia en tu oreja: ¿Me querrás siempre?”.
Ni qué decir: como secretario del Trabajo le quitó la chamba a Georgina Rábago, la maestra que le recomendó a su hija tan profana lectura; como publicista, vendió en una semana un tiraje de 20,000 ejemplares de Aura que sacó Editorial Era para la ocasión. Ergo, el triunvirato debió contratarlo como agente literario en lugar de carcajearse de él, un hombre tan bueno, con olor a santidad, que el cardenal Norberto Rivera aboga por su canonización. Qué realismo mágico ni qué la chingada.
El triunvirato o la diabólica trinidad falleció el 15 de mayo de 2012, día en que a partir de 1917 se festeja en México el Día del Maestro, gremio bastante desprestigiado en nuestro país por la voracidad de sus dirigentes, algunos ya en la cárcel, otros que se mantienen en el poder.
A Carlos Fuentes Macías no debió gustarle la idea de morirse, y menos ese día. Criticaba con fundamentos y enjundia el sistema educativo mexicano, desde elkindergarden hasta el postgrado. Por eso y porque en México no existe, a partir de ahora voy a celebrar el Día del Escritor durante los 15 de mayos que me queden de vida, aunque los restos de Carlos Fuentes, con todo y su índice de la mano derecha chueco, reposen para la eternidad en Paris, en Montparnasse, al lado de sus hijos Carlos y Natasha.