0 6 min 1 mes

Análisis literario y simbólico de “A los altares…” (Temoruco, marzo 2002)

1. El altar como escenario del poder

El dibujo titulado “A los altares…” no representa una escena de devoción popular, sino un acto de construcción del poder religioso. Los personajes —un obispo y un sacerdote, altos prelados de la Iglesia— observan algo fuera de cuadro, probablemente una imagen de Juan Diego, a quien ese mismo año (2002) la Iglesia católica elevaría a los altares.

El texto dentro del globo de diálogo es el detonador:

“¿Y si le damos una arregladita y le ponemos una coronita?”

La frase parece inofensiva, casi doméstica, pero encierra una crítica feroz. Revela la ligereza con la que las instituciones manipulan lo sagrado, convirtiendo el misterio en escenografía, el milagro en producto. Arreglar y coronar se vuelven metáforas de fabricar santos, de maquillar la historia para adecuarla al dogma o al interés político.


2. La canonización como operación estética

El contexto histórico es clave: en julio de 2002, Juan Pablo II canonizó a Juan Diego en Ciudad de México, un evento que reunió a más de un millón de fieles. La canonización fue presentada como una reconciliación entre el catolicismo y las raíces indígenas, pero también fue leída como una estrategia de legitimación eclesiástica frente a la crisis moral y política del cambio de siglo.

Temoruco capta esa paradoja en una sola viñeta. El dibujo funciona como una alegoría del maquillaje teológico: los prelados actúan como escenógrafos del alma, decidiendo cómo debe lucir el nuevo santo, cómo debe mostrarse el milagro.

Lo que está en juego no es la fe, sino su representación institucional. La pregunta del obispo es, en el fondo, la pregunta del poder religioso contemporáneo:

¿Qué debe parecer lo sagrado para seguir siendo creíble?


3. El trazo como denuncia

El estilo de la obra —realizado con bolígrafo, sin ornamentos, con líneas tensas y desiguales— refuerza la intención crítica. No hay color, no hay brillo: solo la desnudez del dibujo frente al artificio que retrata.

El cuerpo del obispo, pesado, cubierto por un manto negro, contrasta con el del sacerdote, de porte más relajado y su tonsura tonsura franciscana. Esa oposición puede leerse como una caricatura del ritual, donde las jerarquías eclesiásticas se visten para el espectáculo.

El bolígrafo, instrumento cotidiano y barato, se vuelve aquí un arma de profanación artística: una pluma contra el oro de los altares.


4. Ironía y teología

La obra respira una ironía que no destruye la fe, sino que la defiende del artificio. Al humanizar a los prelados —mostrarlos opinando sobre cómo “arreglar” un santo—, Temoruco los saca del pedestal y los devuelve al plano de lo humano, donde la vanidad, la duda y la estrategia sustituyen al espíritu.

El humor no es burla, sino acto teológico de resistencia. Desnuda el mecanismo de la sacralización y lo expone con ternura amarga. El título, “A los altares…”, resuena entonces con doble filo: es tanto una descripción del proceso de canonización como una sentencia sarcástica sobre el modo en que el poder eclesiástico lleva a los altares lo que ya ha vaciado de sentido.


5. Lectura simbólica

ElementoSímboloSignificado
El obispoAutoridad divina institucionalEl poder que decide quién merece la santidad
El sacerdoteVoz subordinada, ejecutorEl instrumento operativo del dogma
El sombrero grandeVanidad o autoimagen públicaEl disfraz de humildad que esconde la jerarquía
El texto habladoLa trivialización de lo sagradoLa fe convertida en estética
La ausencia de Juan DiegoEl borramiento del sujeto indígenaEl santo transformado en producto clerical
El trazo azulEscritura laica, cotidianaLa fe expresada desde la mirada profana del artista

6. El mensaje final: del altar al espejo

En “A los altares…”, Temoruco no solo retrata a dos clérigos: retrata la maquinaria simbólica de una Iglesia que fabrica sus propios mitos. El título puede leerse como una advertencia o como una elegía: el santo sube “a los altares”, pero también sube el artificio, la manipulación, la risa del poder.

La pieza es una teología del desencanto. Una imagen que revela cómo lo divino puede ser instrumentalizado hasta volverse caricatura. Pero, al mismo tiempo, en esa exposición del artificio, hay un eco de redención: solo quien ve el montaje puede aspirar a la verdad.


7. Conclusión: la profecía del trazo

Dibujado en 2002, “A los altares…” anticipa el siglo XXI religioso: un tiempo donde los milagros se producen para cámaras y los santos se construyen en comité.
Temoruco, con tinta y humor, levantó un espejo ante los altares para mostrarnos lo que nadie se atreve a ver: la santidad convertida en espectáculo.

Su dibujo no niega la fe; la reclama de vuelta para el pueblo.
Es un acto de lucidez espiritual, una profecía dibujada en tinta azul.