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El horizonte eléctrico

Por Cuauhtémoc Villegas Durán

Grant Haffner convirtió la carretera en una forma de contemplación. En sus cuadros, las líneas del asfalto se pierden en un horizonte encendido que parece abrirse hacia otro plano: el del viaje interior, la memoria y la identidad moderna.

Nacido en Nueva York y criado en los Hamptons, Haffner creció entre caminos rurales, postes de luz y cielos desbordantes. Esa experiencia marcó su manera de mirar. Sus pinturas no buscan reproducir un paisaje, sino revivir la emoción del trayecto: el instante en que el sol cae, la carretera se alarga y el mundo se ilumina con tonos imposibles.

Su estilo se reconoce por la precisión geométrica y la fuerza del color. En la mayoría de sus obras, la carretera se extiende hacia un punto de fuga central mientras los postes eléctricos trazan líneas paralelas, como si sostuvieran el ritmo de la composición. Pero lo que realmente atrapa es el color: magentas, naranjas, turquesas y verdes que no existen en la naturaleza, sino en la memoria. Haffner pinta lo que se recuerda, no lo que se ve.

Aunque no aparecen figuras humanas, la sensación de movimiento es constante. El espectador se convierte en el viajero invisible, avanzando hacia ese horizonte que nunca se alcanza. En este sentido, sus cuadros son metáforas del tiempo y del deseo: del impulso de seguir, aunque no haya un destino claro.

El atardecer —momento que domina en su obra— actúa como una frontera. No es día ni noche; es el punto en que la luz se transforma, donde la realidad parece disolverse en lo emocional. Allí, la carretera se vuelve símbolo del tránsito y la búsqueda: lo que hemos dejado atrás y lo que aún no sabemos que vendrá.

Los cables y postes eléctricos, lejos de ser elementos secundarios, son los puentes entre lo natural y lo artificial. Representan la energía moderna, la conexión, la vida contemporánea que también forma parte del paisaje. En Haffner, lo eléctrico se vuelve poético: una espiritualidad de la luz humana.

Su técnica, limpia y exacta, refuerza esa idea. Pinta con acrílicos sobre madera, sin texturas visibles, como si cada obra fuera una pantalla suspendida entre el recuerdo y el sueño. El resultado es un paisaje interior, una visión donde la naturaleza se reinterpreta desde el color digital.

Haffner pertenece a la tradición del paisaje norteamericano, pero la actualiza desde una sensibilidad contemporánea. Como Hopper o Hockney, entiende que el horizonte no está solo afuera, sino dentro de nosotros.
En su caso, ese horizonte vibra con neones: la belleza eléctrica de un mundo que avanza sin detenerse.