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A Jesús Silva Herzog lo conocí en Madrid en mi etapa de estudiante de doctorado en ciencia política y sociología. Un grupo de estudiantes habíamos fundado la Asociación de Profesores y Estudiantes Mexicanos en España, con varias decenas que veníamos de distintas universidades del país con el fin de estudiar, compartir y conocer la nación que nos recibía generosamente.

Su primer Presidente fue María de los Ángeles Fromow, quien en ese entonces estudiaba el doctorado en Derecho en la Universidad Complutense de Madrid, y que se propuso reunirnos para llevar mejor la lejanía y las tristezas de la soledad de quienes habían llegado solos a estudiar. No era tiempo de internet y todavía los contactos eran a través de cartas y llamadas telefónicas caras. Consultábamos los periódicos nacionales que llegaban con un mes de retraso y cuando alguna figura pública mexicana asistía para dar una conferencia, nos reuníamos en el Instituto Ortega y Gasset o en el Ateneo de Madrid, o más tarde en la Casa de América.

Una de las tareas que nos propusimos como colectivo fue que se sintiera la presencia mexicana en la vida pública española. Establecimos por ello contacto con la Embajada de México, que en ese momento la presidía Jesús Silva Herzog Flores y con ella fuimos en busca de las instituciones culturales madrileñas. Silva Herzog inmediatamente nos recibió pese a “que el protocolo diplomático sugería no tener mucho contacto fuera de los asuntos de la embajada”, según nos dijo, lo que le agradecimos.

Pero se le veía feliz compartiendo las tardes con nosotros en la casa del embajador, donde era inevitable hablar de los asuntos públicos de México y España. Algunas otras veces nos encontrábamos en los restaurantes aledaños a la Plaza del Sol cuando caía la medianoche, incluso alguna vez nos visitó en un departamento del barrio de La Moncloa.

Nos platicó una noche, por ejemplo, con todo detalle, el proceso sucesorio de Miguel de la Madrid, en el que Carlos Salinas, entonces Secretario de Programación y Presupuesto y él eran los protagonistas principales y de donde además saldría no sin tropiezos el siguiente Presidente de la República.

Pero más allá de las personalidades contrastantes, tenían dos enfoques económicos diferentes. Y de la Madrid, al fin neoliberal, se decidió por quien luego acusaría de “robarse la partida secreta de la presidencia”, lo que tuvo que rectificar inexplicablemente, pero fue una raya más al tigre.

Silva Herzog era un hombre de convicciones democráticas, seguramente heredadas de su padre, que estuvo al lado del general Lázaro Cárdenas como secretario de Hacienda y quien tuvo el desafiante encargo de ir, junto con Narciso Bassols, hasta Cuernavaca a la casa de Plutarco Elías Calles, para ordenarle –sí, ordenarle-, que tenía que abandonar de inmediato el país.

Esa, seguramente fue la escuela política del embajador, que la hacía sentir combinada con su fina ironía y se ganaba con facilidad la amistad de quienes lo conocían. Nos platicaba, por ejemplo, de su relación con el Rey Juan Carlos, con quien compartía el gusto por las mujeres bellas que se veían en los actos protocolarios de la diplomacia madrileña; bastaba una mirada entre ellos para compartir complicidades y gustos. Alguna vez sotto voce le dijo el rey: “Señor embajador que le parece la mujer de vestido rojo”; Majestad, respondió, pensé que usted no la había visto.

Le creíamos y nos reíamos mucho en esas noches de chistorras, tapas, paellas que humedecíamos con los caldos rojos de Ribera del Duero y La Rioja. Abandoné Madrid en 1993 y no lo volví a ver. Supe que en el 2000 el PRI lo postuló como candidato a la regencia del DF. Fue derrotado por López Obrador. Sentí cierta pena por su derrota, y más que su candidatura se fue hasta el tercer lugar en votos. Hubiera sido un buen Jefe de Gobierno. Tenía en ese entonces mi edad y la madurez para gobernar. Había pasado por otros cargos públicos incluida la embajada mexicana en los Estados Unidos de Norteamérica y en todos ellos había dejado patente la impronta de su capacidad, honradez, generosidad y nacionalismo.

En las exequias de este hombre y los honores que le brindan sus múltiples amigos, me pregunto cuántos políticos de hoy podrán pasar como él sin ser señalados de corruptos, y no menos puedo dejar de recordar aquellos momentos gratos que compartí, con otros estudiantes mexicanos, entre ellos mi adorada Lorena, la savia de la vida española, donde las circunstancias nos permitieron conocer a personajes como el entonces embajador, con su envidiable bonhomía y gran cultura.

Descanse en paz.