0 3 min 9 años

images

Columna: Objetivo7/Cuauhtémoc Villegas Durán

Fue un día largo, desde temprano inició la tensión en la casa de clase media alta de la ciudad de México, en una de las mejores y más conocidas colonias de la ciudad de México.

Siempre recordaré la luz amarilla sobre el verde árbol que amarillaba cuando yo llegaba a las casa de mis amigas perredistas, luego de los largos trayectos y transbordos en metro, bajar en Cuatro Caminos rumbo a esa casa a cualquier hora del día o la noche.

Allí, en la intensidad de las reuniones con diputados y senadores del entonces buen PRD y extranjeros que, estudiosos del país y algunos reporteros y fotógrafos de Proceso, viví como nunca la política, entre la cocaína, el alcohol y la marihuana, vi desde de cerca, el momento de la revolución y la posterior represión del sistema que nos apuntaba desde sus helicópteros artillados cuando circulábamos junto a la casa del presidente.

Ese día le dimos un golpecillo a un carro que no pasó a mayores mientras circulábamos por el periférico, ese día cuando llegamos al Congreso de la Unión, la bandera estaba al revés y tomé la foto que nunca supe donde quedó en mi producción inmensa sin catalogar ni conservar. Fue como una premonición de lo que se venía encima y al país.Cientos de miles, tal vez, millones de fotos que he tomado.

Ya por la noche, frente El Caballito que veíamos desde las alturas del edificio del Senado de República nos enteramos del “choque” en la carretera de Chiapas de Avendaño, el ladino revolucionario y periodista, entonces candidato a la gubernatura de Chiapas por el Partido de la Revolución Democrática.

La sangre de mis amigas se les fue del alma: un tío había muerto y nada se podía hacer. Avisaron a los senadores del PRD y a La Jornada.

Salimos tristes mientras fumábamos marihuana en el carro sobre la avenida Insurgentes para entrar al cine frente al Ángel se la Independencia. Ese día, el neoliberalismo lo había destrozado todo. Iniciaba apenas el poder del Negro Zedillo: a sangre y fuego.