Río Doce.- Hoy Rafael Caro Quintero está libre e ilocalizable, pero el Consejo de la Judicatura del Poder Judicial Federal lo declaró culpable de nuevo del secuestro y homicidio del agente de la DEA, Enrique Camarena y el piloto Alfredo Zavala.
Con esta resolución el Primer Tribunal Colegiado de Jalisco resolvió revocar el acto jurídico que permitió su libertad el pasado 9 de agosto del 2013.
Con la determinación judicial del viernes 16 de enero, el caso se turnará a un Tribunal Unitario para que ordene la reaprehensión del capo que estuvo recluido por 28 años.
Sin embargo, Caro Quintero no podrá ser sentenciado por ningún otro delito que se le impute, incluso deberán desecharse las acusaciones por asociación delictuosa, delitos contra la salud en su modalidad de siembra, cultivo, cosecha y posesión, con la finalidad de tráfico.
La razón de que no se tomen en cuenta es que se considera compurgada la sentencia por los 28 años que estuvo Caro en la cárcel.
La liberación de Rafael Caro tomó por sorpresa a la Procuraduría General de la República (PGR) aquel 9 de agosto del 2013. Salió a las 2 de la mañana del penal de Puente Grande, en Jalisco, pero antes del mediodía la noticia ya era internacional. Desde aquella madrugada no se sabe nada del capo, por más de que los rumores lo ubican en Guadalajara y Zapopan, Jalisco, hablan de su retorno inmediato a La Noria, Badiraguato, incluso de viajes a los Estados Unidos.
El gobierno de aquel país también de inmediato se inconformó. Más aun, empezó una campaña en su territorio, de la cual Ríodoce dio cuenta, colocando espectaculares en los “freeway” principales de la frontera con México, sobre todo en California.
caro puente
Caro y Camarena
Rafael Caro Quintero, nacido en La Noria, Badiraguato, un pueblo enclavado en una cañada cercana a la Presa El Varejonal; fue uno de los capos del narcotráfico más poderosos en la década de los 80.
Era todopoderoso hasta febrero de 1985. El día 7, Enrique Camarena, agente de la Agencia Antidrogas Americana —DEA, por sus siglas en inglés— fue secuestrado justo al salir del consulado en Guadalajara.
El embajador estadunidense, John Gavin, atribuyó su captura a la investigación que llevaba contra Caro Quintero. Los cadáveres de Enrique Camarena y del piloto Alfredo Zavala fueron encontrados casi un mes después, el 6 de marzo, en Michoacán en el rancho El Mareño. Ambos presentaban huellas de tortura y las pruebas demostraban que llevaban al menos 20 días muertos y que habían sido enterrados antes en otro lugar.
Para entonces, el caso Camarena era ya un tema de conflicto en las agendas de los gobiernos de los Estados Unidos y México. Día con día aparecían noticias en la prensa y televisión americana sobre la infiltración del narco en las corporaciones policiacas y que demostraban además la operación de la DEA en territorio mexicano.
Cada día que pasaba de aquel inicio de 1985 se le enredaba más al gobierno mexicano: a fines de marzo la PGR cesó al jefe principal de la operación de persecución, Armando Pavón, comandante del grupo Águila. Luego se sabría que Caro Quintero huyó con una credencial de la Dirección Federal de Seguridad del aeropuerto de Guadalajara a Centroamérica.
Búfalo y la vida privada de Caro
Las crónicas periodísticas y los documentos castrenses describen a Búfalo, en Chihuahua, como el más grande plantío de mariguana de todos los tiempos en México. Para noviembre de 1984 ya había sido descubierto el sitio donde estaban alrededor de 12 mil jornaleros participaban en las labores de siembra y cuidado de la droga.
Búfalo marcó a Rafael Caro, y meses después empezó la decadencia del capo.
Aquel badiraguatense de pelo rizado, flaco, que presumía ser bien parecido, en medio de la persecución sumó el amor: el 8 de marzo de 1985 huyó a Costa Rica con Sara Cosío, con quien desde antes llevaba una relación amorosa. Allí sería capturado el 4 de abril de 1985, según se reportó entonces por informes de la DEA.
Casi un mes después de su detención, en mayo de 1985, Televisa lo entrevistó. En las imágenes luce Caro Quintero jovial y con el acento serrano en su voz:
“Yo también quisiera muchas cosas”, dice cuando se le pregunta que los americanos lo quieren extraditar. Asegura que lleva “un año, dos” en el narcotráfico, y dice que no se puede arrepentir de lo que ha hecho: “lo hecho ya está hecho, qué quiere que haga”, dice acentuando el hablar de Badiraguato convirtiendo la “e” en “i”.
Julio Scherer, director de Proceso, lo entrevistó años después para su libro Máxima seguridad, el diálogo es rescatable:
—¿Qué piensa del narco, Rafael?
—A estas alturas no sé ni qué contestarle. Voy para 17 años preso. Es malo por tanto vicio con la juventud. Creo que ahora está más arraigado con la gente. En aquel tiempo no éramos viciosos. Yo no le pegaba a nada.
—¿Se pensaba inocente?
–No le voy a decir que era inocente. Tenía veintitantos años. La necesidad y la falta de estudios me hicieron meterme. Era y soy muy pobre. A estas alturas ya está uno acabado. Ahora ya no somos las personas que caímos.
—¿Para quién trabajó?
—Para nadie.
—¿Trabajó para Arévalo Gardoqui, secretario de la Defensa? Miles de jornaleros estaban bajo sus órdenes y había soldados en “Búfalo”.
—Para nada. Yo no tengo relación con toda esa gente.