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La protegida de Quirino
El embajador de México en España, Quirino Ordaz.

Teresa Zacarías Figueroa, actual agregada cultural de México en España, protegida de Quirino Ordaz, llega al cargo no por un proceso de mérito diplomático, sino como parte de una cadena de favores políticos.

Despulmando cuervos/Enrique Terán/Los Ángeles Press

Después de librar algunos problemas de salud y una recuperación larga, vuelvo a escribir en este espacio que generosamente me abre este portal de periodismo independiente. A esta columna la llamaremos Desplumando cuervos: un ejercicio semanal para exhibir a esos personajes oscuros que hoy ocupan cargos públicos y que, con su conducta, erosionan recursos, credibilidad de las ya casi extintas instituciones mexicanas.

Material no nos faltará. Este régimen, con su vasto abanico de integrantes, nos alcanzará —si no para la eternidad— al menos para una larga temporada.

La estulticia es democrática en su reparto. Ninguna fuerza política, gremio, tribu o camarilla quedará a salvo. Si algún cuervo se nos escapa, los lectores siempre podrán aportar datos: aquí no hay devociones, solo bisturí.

Para inaugurar esta columna, empezamos con Teresa Zacarías Figueroa, actual agregada cultural de México en España. Su nombramiento no se explica sin su cercanía con Claudia Sheinbaum cuando esta gobernaba Tlalpan. Teresa Zacarías ocupó entonces la Dirección General de Cultura. No es una improvisada absoluta: tiene vínculos reales con el ámbito cultural, aunque su jefe directo sea Quirino Ordaz, embajador de México en España, figura que encarna justo lo contrario.

Octavio Paz ironizaba que el agregado cultural suele tener más de agregado que de cultural. En este caso, la frase sigue vigente. Teresa Zacarías cuenta con una formación más respetable que la de su superior, pero eso no la exime de haber llegado al cargo por lealtades políticas antes que por méritos institucionales. Quirino Ordaz, en cambio, representa al clásico político que convierte la diplomacia en una extensión de sus redes personales y de su vulgaridad.

Un ejemplo basta. Recién llegado a Salamanca, ciudad histórica y universitaria donde hoy resido, Quirino Ordaz entró a Tapas Gonzalo, un sitio emblemático. Frente al mesero y delante de su esposa, lanzó la pregunta que lo retrata completo: “¿Dónde hay putas?”. Remató la escena dejando un billete de cinco euros, como si el dinero compensara la grosería. El mesero, incómodo, se sintió ofendido. La esposa del embajador, Rosy Fuentes, quedó reducida a testigo de una bajeza pública. Así empieza —y así se entiende— nuestra representación diplomática.

El cuadro se completa con Henry Valdivia, cónsul en Madrid, más atento a la noche de Malasaña que a la comunidad mexicana que debería atender. Yo mismo fui víctima de esa frivolidad institucional cuando, tras haber sufrido un ACV, solicité orientación por un trámite retrasado en Extranjería. No pedía caridad: contaba con seguro médico. Pedía asesoría jurídica. La respuesta fue un desdén, adornado con una oferta ocasional de “un refrigerio o diez euros”. El servicio exterior reducido a limosna; cabe aclarar que nunca acepté su limosna

Volviendo a Teresa, en Tlalpan su papel fue eminentemente operativo y político: la recaudación del llamado “diezmo”, práctica heredada de viejas tribus partidistas, y el cobro informal a comerciantes ambulantes financiaba estructuras políticas. Su actual cargo es la recompensa a esa lealtad. La compadezco, en parte: trabajar bajo las órdenes de alguien como Quirino no debe ser sencillo. Pero la compasión no absuelve.

Cuando la vileza, el cinismo y la mediocridad se vuelven requisitos para ocupar cargos públicos, el resultado es un Estado sordo ante sus migrantes y ajeno a cualquier noción de servicio. De eso va Desplumando cuervos: quitarles las plumas para que se vea, sin adornos, lo que realmente son.

Cuando la vulgaridad se institucionaliza y la incompetencia se premia, ya no hablamos de errores aislados, sino de un sistema que se reproduce a sí mismo. Y no hablo de vulgaridad estética —del saco adiamantado de Quirino o de sus mocasines caros y de mal gusto—, sino de algo más grave: del uso de recursos públicos para costear la presencia de su esposa en actos oficiales, porque ni siquiera es capaz de pagar de su propio bolsillo los viáticos que no le corresponden al Estado.

Aquí no se inventan cuervos: se les quitan las plumas para que no vuelvan a pasar por aves nobles ni, peor aún, lleguen a ser embajadores o peor aun presidentes.

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