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Por Redacción Objetivo7
7 de noviembre de 2025

El mundo de la ciencia despide hoy a James Dewey Watson, el biólogo molecular estadounidense que cambió para siempre la manera en que entendemos la vida. Murió a los 97 años, en Nueva York, según confirmó el Cold Spring Harbor Laboratory, institución que dirigió durante décadas.

Watson fue, junto a Francis Crick, el descubridor de la estructura de doble hélice del ADN, un hallazgo que marcó el siglo XX y abrió el camino al desarrollo de la genética moderna, la biotecnología y la medicina personalizada. En 1962 ambos recibieron el Premio Nobel de Medicina o Fisiología, compartido con Maurice Wilkins, por “sus descubrimientos sobre la estructura molecular de los ácidos nucleicos y su significado para la transmisión de la información genética”.

El genio y la sombra

Watson fue considerado durante décadas una figura casi mítica, el hombre que “descifró el código de la vida”. Su trabajo cambió la investigación médica, la biología y la comprensión de la herencia genética. Sin embargo, sus últimos años estuvieron marcados por la controversia: declaraciones racistas y comentarios sobre la inteligencia humana lo llevaron a ser marginado por gran parte de la comunidad científica.
En 2019 el propio Cold Spring Harbor Laboratory lo despojó de todos sus títulos honorarios, un gesto simbólico que dejó claro que la ciencia no perdona la intolerancia.

El impacto en América Latina

Más allá del debate ético, la muerte de Watson obliga a reflexionar sobre la revolución genética que su descubrimiento desató. En América Latina, sus ideas y modelos de investigación sirvieron de base para cientos de laboratorios universitarios y proyectos biomédicos.
La secuenciación del genoma humano, los diagnósticos genéticos, la medicina molecular y los estudios sobre cáncer y herencia tienen sus raíces en aquel hallazgo de 1953 en Cambridge, cuando dos jóvenes científicos encajaron las piezas de la doble hélice como si fueran una escalera al origen de la vida.

El fin de una era

Watson había nacido el 6 de abril de 1928 en Chicago, en una familia de clase media. Fue niño prodigio, doctorado en zoología por la Universidad de Indiana, y se convirtió en una de las voces más influyentes del siglo XX.
Su muerte marca el cierre de una era: la del hombre que soñó con leer el libro de la vida… y lo consiguió.

El ADN que ayudó a descifrar seguirá hablándonos, recordándonos que cada avance científico debe sostenerse sobre un cimiento ético y humano, más allá del genio o la gloria.