Las operaciones en total libertad
La guerra secreta de la CIA en México bajo el gobierno de Sheinbaum
México se ha convertido en un tablero estratégico donde drones y operaciones encubiertas reflejan la vigilancia conjunta de sus fuerzas y la CIA.

Aunque oficialmente se habla solo de cooperación, los informes internos de la CIA revelan que la inteligencia estadounidense participa activamente desde la sombra.
Despacho 14
El violento oficio de escribir
Por Alfredo Griz
La frontera invisible
Desde el aire, los drones cruzan la frontera sin pedir permiso. No son los aparatos militares que aparecen en los noticiarios, sino unidades silenciosas, de alas delgadas y radares finísimos, que sobrevuelan a gran altura el norte de México. Desde hace más de un año —coincidiendo con el inicio de la administración de Claudia Sheinbaum— estos vuelos se han multiplicado. Nadie en Palacio Nacional los ha autorizado públicamente, pero todos en los mandos de seguridad saben que existen.
Su propósito oficial es claro: detectar laboratorios, rutas y depósitos de fentanilo. Su propósito real, según admiten en voz baja funcionarios de ambos lados del Río Bravo, es algo más amplio: vigilar, mapear y eventualmente intervenir en la estructura operativa de los cárteles. Y detrás de esas misiones está el rostro invisible de la Agencia Central de Inteligencia (CIA).
Un país observado
Durante los primeros meses de 2025, unidades militares mexicanas comenzaron a recibir información de alta precisión: coordenadas exactas de desplazamientos, registros de comunicaciones interceptadas, rutas logísticas que coincidían con operativos estadounidenses. El flujo de datos era tan específico que los mandos supieron que no provenía de fuentes locales ni de la DEA, sino de sistemas de inteligencia más sofisticados.
En marzo de ese año, en Washington, los jefes de las agencias de inteligencia estadounidenses presentaron su evaluación anual ante el Congreso. Los cárteles mexicanos fueron descritos como “amenaza hemisférica prioritaria”, y se habló abiertamente de una ampliación en el intercambio de información táctica con socios regionales. Era la forma diplomática de admitir que México estaba dentro del radar operacional de la CIA y otras agencias.
Esa admisión pública coincidía con un hecho no dicho: agentes y asesores de inteligencia operaban ya en misiones conjuntas de rastreo y localización de líderes criminales. No vestidos de civiles armados ni en operaciones abiertas, sino insertos en los sistemas de inteligencia mexicana, asesorando, guiando y recabando datos.
Las operaciones encubiertas
En la práctica, las misiones encubiertas iniciaron en 2024, con la transición presidencial mexicana aún en curso. Los primeros contactos fueron discretos: intercambio de bases de datos, cooperación técnica, oferta de entrenamiento. Pero a partir de enero de 2025, la coordinación se volvió operativa.
Equipos mixtos de inteligencia mexicana recibieron entrenamiento y tecnología provista directamente por la CIA. Los instructores llegaron bajo coberturas diplomáticas, comerciales o de cooperación en seguridad hemisférica. Las unidades fueron “vetadas” —es decir, seleccionadas y auditadas por la agencia estadounidense para asegurar su lealtad— y luego desplegadas en operaciones contra laboratorios clandestinos y corredores de tráfico.
Los reportes internos describen una red dual: los mexicanos ejecutaban las capturas, mientras los estadounidenses proporcionaban inteligencia en tiempo real. Así se desmantelaron al menos tres estructuras de producción de precursores químicos y se localizaron zonas de tránsito hacia la costa del Pacífico.
En papel, no había agentes extranjeros en territorio mexicano. En la práctica, sí los había, operando desde instalaciones compartidas, controlando flujos de información y coordinando desde la sombra.
El frente diplomático
El 10 de septiembre de 2025, un extenso reportaje internacional reveló lo que hasta entonces era un secreto a voces: la CIA había conducido operaciones encubiertas en México, en colaboración con unidades del ejército nacional.
Dos días después, el gobierno mexicano respondió con contundencia. La presidente Claudia Sheinbaum declaró “absolutamente falsas” las afirmaciones de que agentes estadounidenses actuaran en el país. El comunicado oficial subrayó que la cooperación con Estados Unidos se limitaba al intercambio de información.
La negación era esperable. Admitir otra cosa habría significado reconocer una violación directa a la soberanía. Pero la narrativa pública contrastaba con los hechos registrados en informes de inteligencia y con la propia agenda del Congreso estadounidense, donde la “cooperación ampliada con México” se había debatido abiertamente en audiencias públicas y sesiones cerradas.
Mientras en México se hablaba de respeto y soberanía, en Washington se hablaba de efectividad y resultados.
Lo que dijeron en el Capitolio
En marzo de 2025, durante las audiencias de “Amenazas Globales” del Comité de Inteligencia del Senado, los altos mandos de inteligencia reconocieron ante los senadores que los cárteles mexicanos habían escalado a la categoría de “riesgo transnacional de nivel estratégico”.
Uno de los directores presentes habló de “acciones conjuntas con socios regionales” y de la necesidad de “expandir operaciones de vigilancia en tiempo real sobre corredores logísticos del crimen”. Otro mencionó “nuevos protocolos de intercambio de inteligencia para identificar redes financieras y rutas de transporte”.
Sin mencionar a la CIA ni a México directamente, las alusiones eran inequívocas.
Días después, ante la Cámara de Representantes, el director de Inteligencia Nacional repitió el mensaje: “La cooperación hemisférica ha permitido éxitos operativos en zonas donde la amenaza de los cárteles compromete la estabilidad del Estado.”
Fuera de los salones, la frase se tradujo así: la CIA y sus aliados estaban operando dentro de México con el consentimiento implícito de algunos sectores del gobierno y el silencio estratégico de otros.
Entre la guerra y la política
Para el gobierno de Sheinbaum, el dilema es mayúsculo. Por un lado, necesita resultados tangibles en la lucha contra el crimen organizado y el tráfico de fentanilo; por otro, no puede admitir que agencias extranjeras actúan en territorio nacional.
Esa contradicción ha dado forma a una política de doble discurso: colaboración técnica y negación política.
Las reuniones bilaterales continúan, los intercambios de información se mantienen, los vuelos de vigilancia no se detienen. Pero públicamente, México afirma plena independencia operativa.
En los hechos, la frontera entre cooperación e intervención se ha vuelto difusa.
Los datos duros
Entre enero y septiembre de 2025, el número de vuelos de reconocimiento no tripulados en la franja fronteriza norte aumentó 47% respecto al año anterior.
Más de 80 unidades mexicanas fueron “certificadas” para cooperación en inteligencia táctica, con participación directa de asesores estadounidenses.
En sesiones del Congreso estadounidense, el presupuesto de operaciones de inteligencia en América Latina creció 12% para el año fiscal 2025, siendo México la principal prioridad.
Tres operaciones de alto impacto (dos en Sinaloa y una en Michoacán) se ejecutaron con información proveniente de sistemas de vigilancia aérea estadounidenses.
En paralelo, la embajada de Estados Unidos en México incorporó personal con antecedentes en inteligencia a partir de abril de 2025, consolidando un canal diplomático-operativo sin precedentes desde los años de la Iniciativa Mérida.
La sombra de Langley
A lo largo de 2025, la presencia de la CIA en México no se midió en oficinas ni en agentes identificables, sino en la sofisticación de los datos que comenzaron a llegar a los mandos mexicanos: ubicaciones, rutas, patrones de comunicación, huellas digitales financieras.
Todo provenía de algún punto en Langley, Virginia.
En lenguaje diplomático, esto se llama “cooperación estratégica”. En lenguaje operativo, es intervención indirecta.
El espejo de la historia
No es la primera vez que México vive bajo la mirada de Langley. En los años setenta, la agencia intervino en operaciones de contrainsurgencia; en los noventa, en la guerra contra el narcotráfico del norte. Pero nunca como ahora había existido una convergencia tan estrecha entre vigilancia tecnológica, inteligencia táctica y poder político.
El país se encuentra en el punto medio de una nueva guerra: una guerra invisible, sin campos de batalla, pero con fronteras digitales y cielos ocupados.
La niebla de la cooperación
En los pasillos del Capitolio, las discusiones sobre México siguen. En los de Palacio Nacional, se niega todo. Ambos gobiernos sostienen una misma ecuación con distinto signo:
Estados Unidos llama a esto “alianza inteligente”. México lo llama “soberanía”.
La verdad, como siempre en las operaciones encubiertas, flota entre ambas versiones. Y mientras las cámaras de vigilancia continúan orbitando sobre el territorio mexicano, la CIA ha logrado lo que buscaba desde hace décadas: operar dentro del país sin necesidad de estar oficialmente presente.
El resto —las declaraciones, los comunicados, las desmentidas— no son más que el eco político de una guerra que ya se libra en las sombras.
