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Cuauhtémoc Villegas/IA/Objetivo7

El cine se ha quedado mudo. Diane Keaton, actriz de inteligencia luminosa, belleza indómita y sensibilidad moderna, murió este sábado a los 79 años en su casa de Los Ángeles, California. La noticia fue confirmada por su familia y por representantes de la industria cinematográfica, dejando al mundo en un silencio atónito. Con ella se extingue una era: la de las mujeres que no actuaban para gustar, sino para revelarse.

Keaton, nacida Diane Hall el 5 de enero de 1946, había elegido el apellido de su madre, Dorothy Keaton, para labrar un destino propio en el arte. Y lo hizo. Lo hizo como pocas: con una elegancia traviesa, una inteligencia punzante y un talento que transformó la comedia, el drama y el romance en géneros que ella misma reescribió desde el cuerpo, la voz y la risa.

Nunca se casó, porque no lo necesitó. Fue compañera sentimental y musa de Woody Allen, pareja de Warren Beatty, amiga cercana de Al Pacino. Pero su biografía sentimental nunca eclipsó su obra: adoptó a sus hijos, Dexter y Duke, en los años noventa, y vivió una vida profundamente personal, llena de arte, arquitectura, fotografía y amor por la memoria visual de California. Fue actriz, directora, productora, escritora, fotógrafa, restauradora de casas antiguas y autora de memorias.


Una carrera que cambió las reglas

En 1970, Diane Keaton debutó en Broadway y pronto encontró su destino frente a las cámaras bajo la dirección de Woody Allen. Juntos filmaron Play It Again, Sam (1972), Sleeper (1973), Love and Death (1975) y, sobre todo, Annie Hall (1977), película que le dio el Oscar a Mejor Actriz y que cambió para siempre la historia de la comedia romántica. Su Annie era libre, torpe, divertida, llena de dudas, pero también de inteligencia emocional: la antiheroína que abrió las puertas a la mujer moderna del cine.

Ese mismo año, Keaton estrenó Looking for Mr. Goodbar, drama oscuro donde encarnó a una maestra que se adentra en una doble vida nocturna, buscando amor y autodestrucción. El contraste entre ambas cintas mostraba su rango: podía ser un torbellino de humor y ternura o un espejo del abismo.

Pero su salto al mito ocurrió con Francis Ford Coppola, quien la eligió para interpretar a Kay Adams, la esposa de Michael Corleone (Al Pacino), en The Godfather (1972) y The Godfather Part II (1974). Su mirada silenciosa —esa mezcla de amor, miedo y dignidad— condensó el destino de la mujer que observa cómo el poder y la violencia devoran al hombre amado. En el cierre de El Padrino II, su rostro tras la puerta que se cierra sobre ella es ya parte del canon cinematográfico.


Entre risas, llantos y revoluciones

En los años ochenta, Keaton volvió a reinventarse con la sensibilidad de Nancy Meyers y Charles Shyer en comedias que retrataban a las mujeres profesionales, autosuficientes y sensibles: Baby Boom (1987), donde encarnó a una ejecutiva que hereda un bebé, y más tarde Father of the Bride (1991) y su secuela (1995), donde dio vida a una madre cálida y divertida junto a Steve Martin.

Su madurez artística llegó con Reds (1981), dirigida y protagonizada por Warren Beatty, donde interpretó a la periodista y activista Louise Bryant. Por este papel fue nominada nuevamente al Oscar: la pasión política, la independencia femenina y la intensidad emocional de Keaton quedaron plasmadas en cada gesto.

En los años noventa y dos mil, la actriz se convirtió en símbolo del cine adulto contemporáneo. The First Wives Club (1996), al lado de Goldie Hawn y Bette Midler, celebró la amistad femenina después del desamor. Pero fue Something’s Gotta Give (2003), también dirigida por Nancy Meyers y coprotagonizada por Jack Nicholson y Keanu Reeves, la película que devolvió a Keaton al centro del universo hollywoodense. Su interpretación de Erica Barry, una dramaturga que redescubre el amor tras los cincuenta, le valió otra nominación al Oscar y un estatus de ícono intergeneracional.

En 2000 dirigió Hanging Up, con Meg Ryan, Lisa Kudrow y Walter Matthau, un filme sobre el vínculo entre hermanas y la vejez del padre. Y en 2018 volvió al ruedo con Book Club, donde junto a Jane Fonda, Candice Bergen y Mary Steenburgen encarnó a un grupo de mujeres que redescubren el deseo y la amistad leyendo 50 Shades of Grey.


La alquimia de una actriz única

Pocas intérpretes han logrado el equilibrio que Keaton encarnaba:

  • La gracia del caos y la inteligencia emocional.
  • El encanto de lo imperfecto: sus personajes no eran heroínas, sino mujeres con dudas, humor, vulnerabilidad y una luminosa autenticidad.
  • El poder de la risa como resistencia: su humor era un gesto político, una manera de no ceder a la rigidez de los roles femeninos tradicionales.
  • Su estilo personal, inconfundible: sombreros, trajes masculinos, guantes, camisas abotonadas, chalecos y faldas largas. Su estética marcó la moda de los setenta y definió una identidad: elegante sin ser complaciente, femenina sin ser frágil.

Fue una actriz que redefinió la edad y la belleza, mostrando que una mujer madura puede ser compleja, deseable, divertida, inteligente y profunda.


Más allá de la pantalla

Además del cine, Diane Keaton dedicó su vida al arte y la arquitectura. Escribió libros de memorias como Then Again (2011) y Brother & Sister (2020), donde exploró la relación con su madre y su hermano Randy. También publicó colecciones fotográficas y restauró decenas de casas históricas en California. Su pasión por las imágenes era también una forma de salvar el tiempo, de resistir al olvido.

En 2017 recibió el AFI Life Achievement Award, uno de los reconocimientos más altos del cine estadounidense, por una carrera que abarcó más de medio siglo.


La eternidad de una sonrisa

“Hay algo en Diane Keaton que trasciende la actuación”, escribió una vez Francis Ford Coppola. “Ella interpreta, pero también se revela”. Esa revelación es su herencia: una forma de mirar el mundo desde la ironía, la ternura y la libertad.

Murió Diane Keaton, pero no su espíritu.
Permanece en cada mujer que aprendió a reír de sí misma, en cada película que se atreve a mostrar lo imperfecto, en cada diálogo que se convierte en espejo de la vida.

Hoy el cine pierde una intérprete, pero gana una leyenda.
La risa de Diane Keaton seguirá sonando, inagotable, en las salas oscuras del tiempo.