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Radiografía de la inseguridad y la corrupción

Cozumel, la isla del delito

El paraíso turístico se agrieta: la isla de Cozumel enfrenta una nueva realidad marcada por la violencia, la opacidad y las redes criminales.

Patrullas de la Seguridad Ciudadana de Cozumel. Foto: FB

Cozumel ya no es solo un destino turístico: es también un espejo de impunidad y fracturas institucionales.

Despacho 14

El violento oficio de escribir.

Por Alfredo Griz

El amanecer que encontró pólvora en la orilla

Cozumel siempre supo vender su calma: coral, azul profundo, turistas que bajaban del crucero con cámaras al cuello y los negocios que abrían a la hora justa del sol. Pero una mañana de marzo, la calma se hizo trizas a las seis en punto: camionetas oficiales, cascos, botas que resonaban en las calles empedradas, luces que barrían fachadas y una sirena que no quiso callar. Vecinos asomados, algunos aún en bata, miraban cómo se leían órdenes en voz alta, cómo se rompían puertas y cómo hombres esposados eran sacados a empujones. Doce cateos, decenas de policías, dieciséis detenidos. Para muchos, aquello fue la primera evidencia visible de que la isla ya no era un oasis impenetrable, sino un tablero donde se movían piezas peligrosas.

Geografía y tentación: la isla en el mapa del delito

No hizo falta un mapa para explicar por qué Cozumel interesa: basta mirarla desde el mar. Puerto natural, rutas marítimas que rozan la Riviera, costas que permiten maniobras discretas. Quien controla puntos de llegada en el Caribe puede acortar distancias, ocultar movimientos y, sobre todo, insertar logística en un entorno que vive del turismo y de la inmediatez. La propia economía local —pequeñas embarcaciones de pasajeros, lanchas de trabajo, comercios vinculados al tráfico marítimo— ofrece oportunidades: desde el contrabando escondido en contenedores hasta la simple tolerancia de operadores que prefieren mirar hacia otro lado para seguir trabajando.

El día del operativo: señales y grietas

La operación que despertó a la isla no fue una sorpresa para todos. Para algunos, en la policía municipal fue una bocanada de aire fresco; para otros, una demostración tardía. Los detenidos —hombres de perfiles diversos, algunos con antecedentes menores— terminaron detrás de rejas, y se aseguró equipo, sustancias y armas. La respuesta oficial fue contundente en el papel: acciones coordinadas, resultados palpables. En la calle quedó otra cosa: preguntas sin cerrar sobre el flujo de la droga, sobre quién protege, sobre qué intereses económicos se siguen moviendo. Porque un operativo grande puede detener personas, pero raramente corta cabos financieros o derriba estructuras ocultas. Esa tarea —seguir el dinero, deshacer la red de cómplices— pide paciencia, inteligencia y, sobre todo, voluntad política sostenida.

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La administración municipal y sus tropiezos públicos

La alcaldía, llegada con promesas de cambio, se topó con la realidad de una isla fracturada. Desde su arribo, la administración exhibió fallas que, para el observador crítico, fueron más que errores de comunicación: adjudicaciones cuestionadas en eventos masivos, decisiones administrativas opacas y comentarios públicos que encendieron más de una controversia. Los circos oficiales, los contratos para fiestas y festivales, se convirtieron en material de sospecha para proveedores desplazados y para vecinos que comenzaron a notar favores repetidos a las mismas empresas. En un municipio pequeño, donde el poder se cruza con la economía local, esas decisiones reverberan rápido: negocios que ganan, negocios que quedan fuera; empleos que se consolidan, empleos que desaparecen. Y cuando a ese problema se le suma una gestión que minimiza el dolor o que responde con ligereza ante casos sensibles, la legitimidad municipal se erosiona día a día.

Foto: Seguridad Ciudadana Cozumel /FB

El caso que sacudió a todos: violencia, autoridad y confianza rota

No todos los episodios violentos tienen el mismo peso. Hubo uno que marcó la retina colectiva: la detención de un miembro de las fuerzas armadas por un hecho que involucró a una menor. La conmoción fue inmediata. Las calles se llenaron de voces exigiendo justicia, y la institución respondió con pasos procesales, pero la desconfianza ya había anidado. Para la comunidad, ver a un uniformado imputado puso en evidencia una falla mayor: la fragilidad del sistema de protección de víctimas y la dificultad de las instituciones para dar respuestas creíbles y oportunas. Cuando el conflicto toca a quien debería proteger, la fractura con el ciudadano es más profunda. Y en Cozumel esa fractura se notó en reclamos públicos, en protestas en la plaza y en un rumor persistente: la isla ya no quiere vivir a la sombra de la impunidad.

Cómo se mueve la economía oscura de Cozumel: contratos, festivales y caminos opacos

En una isla que depende del flujo turístico, los grandes eventos son una arteria económica. Carnaval, ferias y temporadas altas significan contrataciones, logística, servicios. Es también ahí donde el dinero público se vuelve tentación y donde la opacidad puede sostener redes de favorecimiento. Proveedores que declaran haber sido vetados después de denunciar irregularidades, empresas que repiten contratos año con año sin licitaciones claras, facturas difíciles de rastrear: ese es el rastro que permite inferir que no se trata solo de incompetencia, sino de rutinas que favorecen a determinados actores. Romper eso exige auditoría, transparencia pública y, sobre todo, la voluntad política de exponer procesos que hoy se celebran a puerta cerrada.

La conversación que nadie quiere: protección de testigos y miedo latente

Hablar en la isla quedó marcado por una sombra: el miedo. Comerciantes que prefieren no decir su apellido; taxistas que piden discreción al relatar extorsiones; empleados que hablan en voz baja sobre “apagones” en la seguridad. Ese silencio es un caldo de cultivo: la falta de protección efectiva a testigos y denunciantes permite que la violencia se reproduzca. Muchas investigaciones que buscan atar a las redes delictivas chocan con un problema práctico: la gente no solo teme la violencia, teme perder su empleo, su clientela, su tranquilidad cotidiana. Para que las indagatorias lleguen lejos, hace falta proteger cuerpos, testigos y economías locales que, de otra manera, se verían arrasadas por represalias.

La justicia en los papeles y la justicia en la calle

En los tribunales hay carpetas, expedientes y sentencias. En Cozumel existen procesos abiertos ligados a los operativos y resoluciones que han avanzado hasta condenas. Pero la justicia escrita y la justicia percibida no siempre coinciden. Los juzgados funcionan en términos técnicos; la percepción ciudadana, en cambio, reclama resultados visibles: reducción sostenida de homicidios, control del trasiego, transparencia en el uso de recursos públicos y sanciones ejemplares a funcionarios que abusen de su poder. En la ausencia de esa percepción, brota la sospecha de que los procesos solo golpean piezas pequeñas, mientras las estructuras más complejas siguen intactas.

Historias pequeñas, daño grande

A lo largo de entrevistas con comerciantes, guías de buceo y trabajadores portuarios, se repiten historias que, sumadas, describen el daño: una pareja que perdió ingresos porque el turno del crucero cambió por motivos de seguridad; un bar que cerró temprano por temor a un incidente; una familia que decidió no renovar su contrato de alquiler a turistas por la percepción de riesgo. Esas historias no aparecen en boletines de prensa, pero definen la vida diaria: menos sonrisa en la recepción del hotel, más patrullas a la vista y una sensación de que el ruido de fondo ya no es solamente la música del malecón, sino la inquietud por lo que vendrá.

Lo que muestran los expedientes y lo que no muestran

Los documentos judiciales dan pistas: nombres, fechas, autos, medidas cautelares. Pero casi nunca muestran la red completa: quién blanquea, dónde se esconden las ganancias, qué empresas facilitan logística. En la mayoría de los casos, los expedientes son ventanas parciales; lo que falta es el cruce con auditorías administrativas y con rastros financieros que permitan seguir el dinero. Por eso, una investigación exhaustiva no puede quedarse en la detención de plantas: necesita auditar contratos, revisar pagos públicos y consultar declaraciones patrimoniales. Solo así se puede empezar a entender si la isla es escenario de microcrímenes inconexos o de una estructura sostenida.

La política local como escudo y blanco

En municipios pequeños, el poder local no es abstracto: es quien adjudica, quien firma permisos y quien decide sobre recursos para seguridad. Cuando el gobierno municipal coquetea con la opacidad o recorta la comunicación en momentos críticos, la imagen pública sufre. El estilo de comunicación también importa: minimizaciones, contradicciones en cifras oficiales o retórica confrontativa con la prensa son prácticas que erosionan la confianza. La administración actual, en varios episodios, optó por respuestas que no calmaron la incertidumbre, sino que la amplificaron. Eso terminó transformando a la crítica en ruido permanente, y al ciudadano en fiscal ofendido.

Un mapa de vulnerabilidades: puertos, permisos y economías paralelas

Los puntos de entrada —pequeños muelles, playas semiprivadas, embarcaderos— son vulnerables cuando la vigilancia es intermitente y la coordinación entre instancias falla. A eso se suma un sistema de permisos que, según testimonios y quejas, se presta

a lagunas y favoritismos. La conjunción de rutas marítimas, permisos permisivos y economías locales dependientes crea un ecosistema donde el delito consigue camuflarse en la normalidad.

Recomendaciones para romper la inquietud

Si la isla quiere recuperar la sensación de normalidad y confianza, no bastan los cateos esporádicos: hace falta una estrategia integral. Algunas medidas urgentes:

  • Auditoría pública de contratos municipales relacionados con eventos y servicios portuarios.
  • Programa de protección a testigos y denunciantes que incluya apoyo económico temporal para quienes denuncien.
  • Inteligencia sostenida en puertos y puntos de desembarque, con colaboración interinstitucional y tecnología de rastreo.
  • Transparencia real: publicación de contratos, licitaciones y adjudicaciones en formatos accesibles.
  • Fortalecimiento de capacidades del Ministerio Público local para seguir trazas financieras y solicitar medidas cautelares oportunas.

Una isla que se resiste

Cozumel no es un campo de batalla irreversible. Hay guías de buceo que aún sonríen, familias que mantienen negocios con dignidad, sectores turísticos que siguen apostando por la isla. Pero la resistencia no basta sin política pública y justicia efectiva. La tarea es doble: desmontar las estructuras que permiten la economía criminal y reconstruir la confianza entre ciudadanía e instituciones. Si no se hace, la isla seguirá despertando a operaciones policiales que solo remedian el síntoma y no la enfermedad.