
Iván Páez/Ríodoce
A propósito del estreno en Netflix de Las muertas (2025), la primera serie dirigida por Luis Estrada (La ley de Herodes, 1999; El infierno, 2010; ¡Que viva México!, 2023), basada en la novela homónima de Jorge Ibargüengoitia, acerca del caso real de las hermanas González Valenzuela, originarias de El Salto, Jalisco, sería conveniente echarle otro vistazo a Las poquianchis (México/1976), la cinta inspirada en ese hecho, dirigida por el magistral Felipe Cazals.
Entre 1945 y 1964, en Jalisco y Guanajuato, Delfina, María del Carmen, María Luisa y María de Jesús, administraron cantinas de su propiedad, secuestraron mujeres, sobre todo menores de edad, a las que obligaron a desempeñarse como trabajadoras sexuales, realizaron abortos clandestinos, asesinaron no menos de 100 personas, entre ellas, las mismas empleadas y sus hijos. Cuando una de las reclusas logra escapar, acude a las autoridades, las denuncia y se logra detener a Delfina y María de Jesús. Luisa se entrega después, mientras que Carmen había fallecido varios años antes de que se descubriera el verdadero negocio: principalmente, trata de blancas.
Para captar a sus víctimas, las dueñas de los bares visitaban casas de familias marginadas, a quienes, ante la evidente falta de dinero, les ofrecían llevarse a las adolescentes con la supuesta intención de emplearlas en un trabajo “decente”, para que regularmente mandaran dinero y contribuyeran a la economía del hogar. Sin embargo, una vez que accedían y estaban en su poder, las obligaban a dar servicios sexuales en las cantinas, para pagar la “deuda” por los gastos generados donde las tenían confinadas.
La cinta de Cazals no apela a la expectación por lo sucedido, y consciente de que se conoce a caudales, pone todas sus esperanzas en un atractivo guion de Tomás Pérez Turrent y Xavier Robles, que inicia desde el final: lo primero que se ve del metraje es el momento del destape de las atrocidades de las hermanas (Malena Doria, Leonor Llausás) en cuestión, con el pueblo entero, policía y prensa incluidas, tumbando la puerta del predio en el que no sólo había jóvenes cautivas en condiciones infrahumanas, sino una buena cantidad de cadáveres enterrados. A partir de ahí, el relato transcurre entre presente y pasado, para armar las piezas de un rompecabezas que expone las entrañas de una oscura práctica a la que no eran ajenos licenciados, políticos, servidores públicos y persignados.
Para no perder la atención del espectador, el realizador del filme añade la historia de Rosario (Jorge Martínez de Hoyos), quien además del padre de algunas de las víctimas (Diana Bracho, Tina Romero), es un campesino que lucha por las tierras que le quitó el gobierno, las mismas que años antes, otra administración, le había regularizado. Ante la crueldad de la trama central, esta situación, no menos importante y oportuna, se queda opacada.
La película fotografiada por Alex Phillips, que junto con Canoa (1975) y El apando (1975) forma parte de la trilogía del crimen de Felipe Cazals, también cuenta con las imperdibles interpretaciones de Ana Ofelia Mungia, Patricia Reyes Espíndola, María Rojo, Pilar Pellicer, Manuel Ojeda, Salvador Sánchez, Gonzalo Vega, entre otros. Véala… bajo su propia responsabilidad, como siempre.
