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Desde que Donald Trump se quejó de los estragos que estaba haciendo el fentanilo en los consumidores estadunidenses, por allá en 2017, poco después de asumir la presidencia, este opioide empezó a llamar la atención allá y en México. Antes no se conocía siquiera su existencia salvo en los círculos que lo producían, que lo transportaban y que lo consumían.

Trump empezó a presionar al gobierno mexicano para que combatiera este flagelo, empezando por desmantelar laboratorios y exigiendo que los responsables —desde entonces culpó a los Chapitos— fueran detenidos. En ese contexto se inscribe aquella visita de la DEA y fiscales de los Estados Unidos a Sinaloa que hicieron un recorrido por la sierra baja, tomándose fotografías en los despojos de laboratorios que habían sido previamente desmantelados, donde presuntamente —eso dijeron— se producía esta droga. Y también la aprehensión de Ovidio Guzmán López en octubre de 2019, durante el primer culiacanazo y cuyo desenlace todos conocemos.

Entonces los gobiernos de los dos países coincidían en que el fentanilo se producía en Sinaloa —no se hablaba de ningún otro estado—, que lo maquilaba el Cártel de Sinaloa —solamente se hablaba de los Chapitos— y que se traficaba hacia la Unión Americana. Ninguna discrepancia.

Pero la narrativa cambió desde el púlpito presidencial y empezaron las contradicciones que ahora estallan como una guerra mediática. En una de sus conferencias mañaneras, el expresidente AMLO dijo que era una falacia, que en México no se produce fentanilo y de inmediato los medios norteamericanos se propusieron demostrar que sí. Solo con esa capacidad de crear narrativas y que más de medio México se las creyera, López Obrador abolió la producción o maquila de fentanilo en México y desde entonces esa parte del proceso para que llegue a los consumidores gringos se busca como eslabón perdido.

El diario estadunidense The New York Times es llevado a una casa en Culiacán y graba el momento en que se produce lo que puede ser un kilo del opioide. Pero lo utensilios que usan los cocineros y las condiciones en que lo hacen podrían ser las mismas que se necesitarían para hacer un caldo de pollo. Al ser cuestionados por las reporteras por qué no usan equipo de seguridad, los dos jóvenes “explican” que con el tiempo ellos desarrollan defensas contra la toxicidad, cierta inmunidad, lo cual fue creído por las periodistas y por los editores del NYT, que han defendido a ultranza el trabajo contra los desmentidos del gobierno mexicano.

Pero el reportaje del NTY es flaco como una vaca en los montes de mayo, hasta por el final, con tufos de una mala novela negra, en el que los cocineros y ellas tuvieron que salir corriendo porque se acercaba un operativo de las fuerzas federales, lo cual, les advirtieron, podía ocurrir.

Igual la defensa del gobierno federal, que ha encabezado la propia presidenta, Claudia Sheinbaum y ha retomado el gobierno estatal, está llena de absurdos. Las propias dependencias federales, la Marina y SEDENA han dado cuenta a través de sus canales institucionales las decenas de laboratorios para la producción de fentanilo desmantelados. La producción de este opioide inició con Enrique Peña Nieto y siguió con AMLO… y continúa con Claudia, no se trate de tapar el sol con un dedo. Y no se reduzca el problema a un asunto de verbos: si se produce, se maquila o se manufactura es la misma vaina. El fentanilo que llegó a las calles de los Estados Unidos, antes que Trump a la presidencia, fue enviado desde Sinaloa antes de que llegara Rubén Rocha a la gubernatura; aquí se cocinó, se manufacturó, se empacó y se envió al norte.

Y si esto no es así, entonces que la presidenta o la Marina, o la SEDENA o el secretario Omar García Harfuch, expliquen de dónde salieron las más de una tonelada de pastillas de fentanilo aseguradas en Guasave y Los Mochis el 3 de diciembre pasado y cuya operación festejó con fanfarrias el gobierno federal ¿llegaron en toneles de la India o de China?

Bola y cadena
¿Y SI FUÉRAMOS SOLO UN TRAMPOLÍN como antes lo fuimos con la cocaína que venía de Colombia cambiaría las cosas? Por supuesto que no. Los hechos criminales se persiguen por su propia naturaleza y no importa qué lugar ocupen en la cadena delictiva.

Sentido contrario
ANTE LAS PRESIONES DE los Estados Unidos en los años sesenta, el presidente Gustavo Díaz Ordaz dijo, pues sí, nosotros somos el trampolín, pero ustedes son la alberca. Y era cierto. Más de 50 años después seguimos siendo un trampolín de la cocaína, pero ahora también y desde hace muchos años, productores y maquiladores de innumerables drogas duras, entre ellas el fentanilo.

Humo negro
HACE ALGUNOS MESES, después de que fue capturado el Mayo Zambada, escribí una columna donde afirmé que la guerra entre mayos y chapos en Culiacán era imposible porque durante décadas fue su casa. Aquí nacieron, aquí crecieron, aquí se protegieron, aquí surgieron nuevas familias, todas pertenecientes al Cártel de Sinaloa. Pero me equivoqué. Los grupos empezaron con escaramuzas en las zonas rurales del sur, pero poco a poco se trasladó a la capital y ahora, igual que se dan en varias entidades del país, como Guerrero, Michoacán, Estado de México, Guanajuato, Tamaulipas, apunta para un conflicto de largo aliento.

Artículo publicado el 05 de enero de 2025 en la edición 1145 del semanario Ríodoce.

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