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Con la metáfora de la ejecución de Dios, el autor conmina a pensar el alejamiento de los valores humanistas.

La noche de paz, noche de amor, quedó convertida en noche de IPhone, noche de iPad…

Cortesía/Los Ábgeles press/Javier H. Contreras O. 

Hoy, hemos ejecutado a Dios. Hoy, no conformes con la vorágine de homicidios, guerras, confrontaciones y asesinatos simulados en aras de una libertad de decidir por la vida de los demás, de acabar con nuestra propia vida, agobiados y encerrados en laberintos de conciencia y existencia, nuestra sociedad se ha ido alejando del dualismo que nos caracterizaba.

Cuerpo y alma, materia y espíritu, razón y emoción han sido los postulados para concebir la naturaleza humana. Ese dualismo, dos principios, que nos equilibran y complementan, los hemos ido eliminando, quedando con muletas para poder sostenernos sin una mitad del hombre.Nos hemos ido quedando solo con la materia y el cuerpo atendiendo sus demandas de mayor comodidad, confort y placer.

El hedonismo -la búsqueda del placer sensorial por encima de todo- se ha presentado en varias etapas de la historia de la humanidad, pero ahora se ha intensificado con adicciones y dependencia que confundimos con progreso, pero que al final, nos lleva a una degradación porque cada día, de tanto adorar las máquinas, estamos terminando en ser también máquinas. Adoramos las máquinas, despreciamos lo humano; nos embelesamos con la tecnología, por ser creación humana, pero nos olvidamos de que somos criaturas. La noche de paz, noche de amor, quedó convertida en noche de IPhone, noche de iPad y los deseos de abrazos, bendiciones por el nacimiento de Jesucristo, quedó en un desangelado, frio y subjetivo felices fiestas que dice nada, con una tormenta de mensajitos de WhatsApp que como cadena interminable vamos reenviando a todos los contactos. Es el festín comercial de nuevos teléfonos celulares, con planes, aplicaciones y pagos diferenciados.

Y es un asesinato -o muerte- que ha ido permeando de manera silenciosa y conchuda -para nosotros- que nos ha ido despojando de fe y esperanza. Como el agua que va penetrando a la cultura occidental que, de cristiana, ha pasado a atea y descreída y ahora asume, con mayor brío, una actitud beligerante y anticristiana con expresiones agresivas de erradicar de la mente y de la práctica el matrimonio, base de la sociedad y procreación; la familia como fortaleza de sus integrantes y la educación donde se da la transmisión de valores y principios. Corrientes ideológicas muy activas que han devastado países europeos que al principio les incitaron la vergüenza de ser cuna de la cristiandad y ahora deambulan sin brújula, sufriendo la mutilación espiritual, padeciendo la epidemia de las drogas y sin el consuelo de las familias consolidadas y unidas, porque ni siquiera han procreado hijos.Una sociedad envuelta en la soledad y el individualismo de las parejas de aparearse sin el menor proyecto de tener hijos para nos desviar sus ingresos económicos a una tercera persona. O de evadir el matrimonio como un evento de compromiso y responsabilidad, y de desbaratar el proyecto común si no les resultaba placentero vivir juntos.Varias sociedades actuales sufren ya la imposibilidad de trascender con nuevas generaciones y el pago laboral lo están asumiendo personas de las tercera y ultima edad que deben entrar a suplir los puestos por la falta de jóvenes.

Ejecutamos a Dios en las películas. Parece una consigna y condicionamiento de la meca del cine –Hollywood- que se produzca una cinta donde se invoque a un ser Superior y solo aparecen películas basadas en New Age, donde la autoayuda, empatía y comprensión es totalmente humana y por supuesto, para enfrentar los peores y difíciles retos en la vida, somos autosuficientes en una marcado antropocentrismo, donde el hombre es principio, centro y fin de la vida. Nos ha dado por ignorar -y por lo tanto, eliminar- a una fuerza superior que sentimos pero nos negamos a sostener en la vida pública, aunque en la intimidad la invocamos y sabemos que dependemos de esa fuerza. Nos da vergüenza aceptar una dependencia de un Ser Superior, aunque lamentablemente somos codependientes de personas manipuladoras, mentirosas y controladoras, y ahora, más que nunca, hasta tenemos una dependencia esclavizante de redes sociales, tecnologías digitales y máquinas de robots.

Sin embargo, el discurso nuevo o la narrativa actual de la persona “progresista” es marchar por la vida como si fuéramos autónomos de una realidad. Al orden del mundo le hemos provocado el desorden, como decía San Agustín, para entender que el origen del mal está en nosotros, en nadie más. Gozamos de un libre albedrio para tomar decisiones. Tenemos voluntad para hacer el bien o el mal, sin que nadie nos señale rutas o rumbos, pero culpamos a la “sociedad patriarcal”, a instituciones religiosas, al “establishment”, a la infraestructura cultural, a las anteriores generaciones, al sistema educativo o a las viejas instituciones con el pretexto de destruirlas. La corriente de construcción es solo destrucción. Se está modificando el lenguaje y por lo tanto sus significados y valores, vamos normalizando lo no normal o anormal, vamos despojando de sentido al sentido de la vida y todavía presumimos de ser libres.

La palabra ejecución la hemos incorporado desde la cancha del crimen organizado sin ningún pudor. Somos testigos y también cómplices en el país, de cárteles que imponen su ley en estados, asesinatos a plena luz del día, tanto en las calles, en bares, colonias, carreteras o delante de nosotros y solo parpadeamos un poco asustados, pero convencidos que así son ahora las cosas y son los “tiempos que vivimos”.

Pueblos enteros secuestrados por delincuentes que se sienten -y lo son- dueños de vidas y autores de muertes, que cobran por el derecho a trabajar, que exigen comisiones por la comercialización de productos de la región, que ponen condiciones de quienes deben estar en corporaciones policiacas y cuánto deben de pagarles los migrantes que buscan un mejor modo de vida en otro país.

En todas esas acciones, Dios no está. Está el hombre que ha decidido matar o ejecutar a ese Dios. Y en ese desolador panorama, está presente nuestra apatía y encierro en las redes sociales. Mientras no nos eliminen el wifi, nos tengan redes accesibles de internet, nos den oportunidades de pagar planes de celular, de tener más tiempo aire, nuevas promociones y ofertas de empresas telefónicas, que pase lo que pase, que suceda lo que quieran otros. Y por supuesto, mientras la tarjeta donde nos depositan dinero no falle, no nos interesa nada. Y para los criticones de esto, hay redes donde se descalifica a los que piensan diferente. Existen redes de odio y desprecio para los que se salgan de esa narrativa actual, de aquellos ilusos que siguen pensando que hay muchas cosas buenas en el pasado porque fueron creación de hombres y tuvieron visión y asumieron una misión.

Así como también hay activistas que están aferrados a destruir o derrumbar estatuas que tuvieron una razón y sentido de influir y cambiar el mundo. ¿Qué razón hay de ir derrumbando por América Latina estatuas de Cristóbal Colón o de Hernán Cortés, cuando en pleno siglo XXI tenemos dictadores y tiranos que imponen por la fuerza y con el dinero del erario sus ideas, acciones y caprichos y nadie los derrumba? ¿o estar exigiendo disculpas a gobiernos e instituciones de decisiones de hace siglos, cuando los actuales dictadores deben disculparse por ser autoritarios? Ejecutamos a Dios en los nuevos programas educativos en las escuelas, donde con el pretexto de un instrucción laica, aborrecemos y condenamos todo lo que huela a tema religioso como si fuera algo rancio y pasado de moda.

El año nuevo, no se festeja con alegría por pasar a una nueva etapa en nuestras vidas, sino por la influencia de una sociedad y delincuencia armada, impune y prepotente, que el día último del año, ejecutamos a Dios al simular asesinarlo, disparando al prójimo y lanzando balazos al cielo como si fuéramos a aniquilarlo. Y mientras, nosotros clavados en los celulares. Pero, a pesar de todo, Feliz Año 2025.

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