Cortesía/Río Doce/José Manuel Mateo.
En La palabra sagrada, antología de relatos escritos por José Revueltas, José Agustín recuerda cómo el grupo que tomó el poder cultural en los años sesenta fomentó cierta uniformidad, tanto en el gusto como en la apreciación artística. Para quienes integraban ese grupo, dice, “José Revueltas era un buen ejemplo de lo que no debía hacerse y, cuando se llegaban a ocupar de él, ya que normalmente era sometido al ninguneo, decían que escribía muy mal”. Sin embargo “la sensibilidad artística”, añade, “estaba cambiando en México, como se pudo ver cuando un grupo de nuevos narradores (Gustavo Sainz, Juan Tovar, Gerardo de la Torre, René Avilés Favila, Parménides García Saldaña, Jorge Portilla y yo mismo) coincidimos en que se trataba a Revueltas injustamente y con una definitiva falta de respeto”. Todos ellos, se entiende, escribieron artículos entusiastas sobre Revueltas y lo colocaron al lado o por encima de Rulfo, Martín Luis Guzmán, Arreola o Vasconcelos porque tenía un estilo “absolutamente distinto” y porque “arriesgaba más”. No es la intención describir al grupo cultural hegemónico; en cambio, interesa mencionar la trascendencia que Patricia Cabrera López (en Una inquietud de amanecer. Literatura y política en México, 1962-1987), atribuye al encuentro, en 1967, de José Agustín y Revueltas “como síntoma de las transformaciones culturales que prepararon el terreno para la sensibilidad hacia el movimiento de 1968 y la representación de éste en las letras”.
Es necesario recordar lo anterior porque la afinidad y admiración de José Agustín por la obra de Revueltas ha subsistido, sobre todo en el plano anecdótico o de las valoraciones circunscritas a la recepción política o literaria, sin concederle de lleno su naturaleza de Acontecimiento; o por lo menos de hito, de anticipación de 1968, no sólo como año del movimiento estudiantil sino como instante histórico donde se materializa literariamente una revolución, esto es, una redistribución mundial de lo sensible y un punto de no retorno en la conciencia sobre los alcances del poder, ya no sólo para dominar sino para desrealizar el mundo, tal como lo entendía Revueltas, debido a la acumulación y posesión del material atómico o nuclear, que, según su análisis, saturaba ideológicamente todos los aspectos de la vida, incluida la actividad estética. Si para Patricia Cabrera el binomio Revueltas-José Agustín pone los cimientos de la literatura política de los años setenta, para quien esto escribe la afinidad elegida por ambos disuelve la ficción de la jerarquía estética, desnuda la naturaleza criminal de los poderes y ratifica la condición mundana y humana de la prosa.
Para 1967, año en que publica su Obra literaria, con un epílogo de José Agustín, Revueltas ya había escrito la mayor parte de su narrativa y apenas se contaban tres años desde que había puesto el punto final y publicado Los errores en el Fondo de Cultura Económica. Antes de ese año aparecieron también algunos de los relatos y piezas literarias perfectas que forman Material de los sueños: “Cama once”, “Sinfonía pastoral”, “Resurrección sin vida” y los portentos de brevedad reunidos bajo el homónimo “Material de los sueños”. Revueltas ya era entonces el monstruo (como lo llama José Agustín) o el leviatán de la literatura mexicana que, no obstante, alcanzaría mayores dimensiones con los relatos y los ensayos escritos durante o después de 1968. Ni Azuela ni Martín Luis Guzmán, ni Yáñez por un lado, ni Rulfo ni Arreola por otro habían conseguido trascender los efectos culturales de la Revolución o reunir una obra amplia, diversa, heterogénea y que desafiara las asignaciones de valor estético y las comodidades que otorgan los consensos. Sólo Revueltas, desde Los muros de agua es contemporáneo del mundo por sus asuntos, por el universal sustrato mítico de sus relatos y la experimentación con el tiempo o las alteraciones que practicaba sobre la función narrativa.
En 1967 Revueltas podía ser más o menos coetáneo de Yáñez, pero sobre todo contemporáneo de Salvador Elizondo y José Agustín, e incluir lo mismo los desarrollos narrativos de Rulfo (por haberlos anticipado) que los intereses por venir en torno a la experiencia y los conflictos de las identidades de género, los sondeos del inconsciente y la autoficción o la exploración minuciosa del poder y la criminalidad. Podríamos sugerir pensando en Villaurrutia, quien junto con Salvador Novo supo ver en Revueltas al escritor-artista capaz de refundar o refuncionalizar los dispositivos de la prosa, que la suya, la de Revueltas, era la única voz quemadura, la incandescencia constante que destruye y crea un lenguaje conforme consume la materia verbal en su llama. Y eso es, desde mi punto de vista, lo que José Agustín supo advertir, no sin reparos. Pero quién, que se aproxime al fuego, no procura evitar que éste lo hipnotice y lo consuma.
*El autor es investigador del Instituto de Investigaciones Filológicas, UNAM.
Artículo publicado el 17 de noviembre de 2024 en el suplemento cultural Barco de Papel del semanario Ríodoce.