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Cortesía/Río Doce/Alfabeto Qwerty/Miguel Ángel Vega.

¿Qué aprendimos del jueves negro de 2019? Es posible que sea más exacto: ¿Qué nos quitó? ¿Qué se llevó? Ese primer Culiacanazo del 17 de octubre de hace cinco años nos puso a correr, nos mandó al resguardo y al encierro. Murieron personas en el fuego cruzado, tratando de protegerse los asesinaron; otros muchos quedaron atrapados, aterrorizados, donde pudieron resguardarse. Fue apenas un ensayo de lo que meses después sería el impacto de la pandemia por Covid-19. También el resguardo, el encierro y un golpe a la economía.

Esa tarde, un mundo de sicarios de los Chapitos se activó ante su orden e inundaron la ciudad en apenas unos minutos. Ingenuamente nos hacíamos creer, queríamos engañarnos, que el narco vivía en las alcantarillas. Pero lleva décadas en vecindad nuestra. Cohabitamos.

Aquella toma de la ciudad, ese retorno a la barbarie más elemental, nos reveló algo evidente y hasta obvio: el poder de fuego y la dimensión del grupo armado que podía activar inmediatamente la organización de los hijos del Chapo. De un tamaño tal que sin dificultades podía enfrentarse, al tú por tú, a lo que desde el poder establecido se define como la fuerza del Estado. El monopolio de la violencia, uno de los rasgos elementales de la teoría política, queda eliminado.

Por el número de hombres que movilizaron, por las armas y demás equipo, por la estrategia que siguieron para enfrentar a las fuerzas armadas, hasta entonces se había minimizado el poder real de las organizaciones del crimen.

Estaban por todos lados, habían invadido el poder público y habían corrompido la empresa y el gobierno. Aun así, socialmente seguía sin dimensionarse el poder real. A pesar de que para entonces el país llevaba 10 años de una guerra contra el narco anunciada por el propio Estado. Casi el mismo tiempo que quienes en el Culiacanazo enfrentaron al Ejército habían librado una guerra interna, donde grupos armados de Joaquín Guzmán e Ismael Zambada se estuvieron enfrentando por años contra los grupos armados de los Beltrán Leyva y aliados.

También una década después que Felipe Calderón, desde la presidencia, había repetido que el narco era la peor amenaza para México y desplegó a las fuerzas armadas para librar una guerra desigual.

La peor enseñanza del Culiacanazo de 2019 era que inevitablemente se repetiría. Como pasó en la captura real de Ovidio Guzmán, en enero de 2023. Aunque en menor intensidad, igualmente en unas horas se apoderaron de Culiacán y enfrentaron a las fuerzas armadas. El costo fue menor, pero el narco daba muestras de nuevo que llegado el momento tiene el poder suficiente para atacar.

Parece una burla que cinco años después estemos peor que entonces. Que aquel primer Culiacanazo que postró a la ciudad durante la tarde del 17 de octubre y que nos arrinconó los días siguientes, resulte menor ante lo que ahora enfrentamos. Las horas de violencia, las muertes, el terror social, ahora se multiplica. Pasan días, semanas y más de un mes, donde el poder del narco acapara y se adueña de la ciudad. Ordena un toque de queda en los hechos. Nosotros obedecemos.

Margen de error

(Nada) Ante la evidencia recurrente del osado poder del narco, que lejos de replegarse va ocupando más campos y extendiendo sus tentáculos, el Estado mexicano sigue carente de una política de seguridad que repliegue a las organizaciones del crimen del país.

No solo es un tema de asesinatos, desapariciones, robos y demás delitos —es decir de las violencias—, se trata de que el Estado emprenda una política de seguridad nacional donde ataje el inmenso poder que sigue acumulando el narco hasta enfrentarse a todos los poderes. Lo mismo ocupa una ciudad que le corta la cabeza a un alcalde.

La degradación nunca tiene límites, siempre podemos caer más bajo. Una vez dejamos que ocuparan una escaño como diputados, luego una presidencia municipal, después subieron al gabinete estatal. Les dimos obra pública, les tomamos protesta a sus testaferros.

Ahora ponen y quitan. Se ostentan como mediadores en disputas políticas. Sientan a su lado a quien quieran o eliminan del camino a quien les da la gana. No es exagerado, es la evidencia empírica.

Primera cita

(Disney) Sinaloa no es Disneyland, dijo de manera lapidaria el gobernador Renato Vega Alvarado, en la década de los 90 del siglo pasado. Los reporteros lo perseguían con preguntas y él acostumbraba a no detenerse cuando el tema no era de su agrado. Una, otra y otra pregunta reventó a Renato Vega hasta decir que Sinaloa nunca ha sido una tierra de fantasía.
Quién iba a decirlo, pero hoy sabemos que aquel Sinaloa de los 90 sí era Disney.

Mirilla

(Culiacanazo) El Culiacanazo da para explicar mucho de lo que ocurre en este México del nuevo siglo. Es más que un suceso que contar porque muestra las implicaciones que alcanzó el poder criminal hasta equipararse al gobierno mismo.

De nada sirve el alto costo en sangre y muerte para la detención de un narco que reclama otro país, porque entregárselo en charola solo sirve para que los gringos pacten con él y lo liberen con la mayor facilidad.
Hasta ahora en México hemos sido incapaces de juzgar y encarcelar a los más poderosos jefes de las organizaciones criminales. Se capturan y se entregan al gobierno americano. En eso hemos retrocedido, al menos en los 80 y todavía en los 90 el Estado capturó y encarceló a Félix Gallardo o Caro Quintero. Pero en todo lo que va de este siglo solo hemos sido el policía de los americanos (PUNTO).

Artículo publicado el 20 de octubre de 2024 en la edición 1134 del semanario Ríodoce.

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