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La masacre del 5 de octubre en Atlacholoaya: testimonio de un preso

Hasta ahora el testimonio de los internos de Atlacholoaya es que murieron 11 personas por los disparos; los responsables, el jefe de operaciones y la directora del penal, están en calidad de prófugos.

Por un preso de Atlacholoaya/Cortesía/Los ängelez Press.

Para que no se olvide.

Por la mañana fui a cortarme el cabello con Mc. K se había enfermado de dengue y no había podido atender a nadie.

En el penal de Atlacholoaya era un día normal y hasta tranquilo, diría.

Domingo, día de visita; cada vez más lánguida por los cobros excesivos para permitir la entrada a familiares y para ingresar alimentos.

A las 4:30 p.m. se comunica que Paco (Jesús Francisco Flores Jiménez, jefe de operativos en el penal) está pidiendo 3 mil pesos para poder seguir conservando nuestros celulares que es el único medio de comunicación que tenemos para comunicarnos con el exterior.

Desde hace tiempo se paga una renta y sellos cada seis meses para poder tener derecho a la comunicación con nuestra familia, o lo que queda de ella.

Convocaron reunión el dormitorio 8, del área de procesados.

Ahí se determinó una manifestación pacífica en el área de foro, donde a los custodios se les presentó la queja y se estaba dialogando con ellos.

Fue Paco quién empezó a disparar.

Tres detonaciones se escucharon y se armó el caos. Le siguieron sus escoltas que empezaron a disparar también, unos con armas lanzagomas, pero tres de ellos con armas largas R15.

Todos los internos empezamos a correr y seguían disparando por la espalda a gente desarmada.

Vi caer a varios.

Algunos gritaban: ¡Están matando a la banda! ¡Hay heridos! Se hizo una estampida para retirarse donde varios cayeron y fueron aplastados por la turba.

Los demás se dirigieron a sus dormitorios, no dejaban de disparar, ni aun cuando llegamos a nuestras celdas.

Entonces empezaron a tirar desde las torres hacia las ventanas, se veían los destellos de las armas en la noche.

Se hizo una barricada en la puerta principal del dormitorio, y esperamos lo peor. La vida de un preso a nadie le importa, somos basura, como lo dijo mi hija cuando ya no podía obtener nada de mí.

Tres impactos de bala rozaron mi testa golpeando el concreto. Pensé: si voy a morir me tengo que llevar entre las patas por lo menos a dos de esos perros, y esperé oculto, con una botella de thinner preparado a forma de napalm (las clases de química no fueron en balde).

Golpearon la puerta principal con fuerza… a la voz de: ¡Los vamos a matar a todos! ¡Hijos de su puta madre!

Después no supe que pasó ya que estaba atrincherado. Supongo que negociaron, y el jefe de dormitorio nos dijo que nos relajáramos, que todo había terminado.

Por la mañana logré ver que las motos del cinturón levantaban los vestigios. Toda el área quedó limpia.

Como si nada hubiera pasado.

Como si pudieran borrar la memoria de los presos sobrevivientes…

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