Miedo, ojos por todos lados, sicarios y Gobierno ante el fantasma de la guerra luego que Ismael Zambada García fuera detenido en los Estados Unidos
Cortesía: Río Doce.
A simple vista parecía un pueblo fantasma, como aquellos de Rulfo, hasta por las gentes que se veían a los lejos y luego ya no aparecían nunca. Un puñado de casas apenas soportando el sol en agosto. Pero qué lejos estaba El Álamo de estar abandonado. Todo lo contrario, pues aquel poblado que hace 76 años viera nacer a Ismael Zambada García, el Mayo, una de las figuras más legendarias del Cártel de Sinaloa, ardía al interior de sus casas en tristeza, dolor, incredulidad, y mucho coraje.
Era eso. Un coraje que la gente apenas contenía en prolongados encierros y con repentinos silencios. La realidad era que, nadie en su sano juicio lograba asimilar el arresto del capo. Cómo era posible, si fueron décadas de estarse cuidando, y de estarlo cuidando, no sólo sus pistoleros, familias y gente allegada, la población entera del valle de San Lorenzo.
“Nos atrasaron. Pero una cosa sí le digo: él no se entregó, ¿usted cree que iba a querer pasar los últimos días de su vida encerrado? Por eso nosotros pensamos que lo traicionaron y lo entregaron al gobierno de Estados Unidos”, explicó la única persona que habló para Ríodoce, una mujer que ya rondaba los 60 años y a quien no le pedimos ni su nombre, para qué.
Cerca del domicilio está la iglesia del pueblo y al costado izquierdo del templo, la finca del Mayo Zambada, que él y su familia abandonaron hace muchos años y que una y otra vez la Marina y el Ejército catearon porque pensaban que allí encontrarían al capo. Como el resto del pueblo, la casa también se encuentra sumergida en un silencio que solo rompe la algarabía de los pájaros.
“Ahora sin el señor sólo Dios sabe lo que va a pasar”, concluyó la señora, mientras a lo lejos la soledad era ligeramente abollada: una camioneta Nissan negra se detuvo a 100 metros de donde estábamos y desde el interior varios individuos parecían observarnos y tomarnos fotografías. El silencio de pronto se transformó en paranoia. Ya habíamos notado la tensión que se sentía para llegar hasta El Álamo desde que bajas de la carretera internacional y te metes a una angosta carretera que parece tener ojos. Y no era para menos, pues ahora sin el Mayo, la posibilidad de que grupos contrarios llegaran y arrasaran con el pueblo entero, era cada vez más latente.
Nos despedimos de la señora y nos dirigimos a la salida, por las viejas calles empedradas que serpentean por el pueblo. La gente desde sus casas empezó a hacerse notar como sombras. Pero también las motos y la sensación inevitable de estar siendo radiados.
A la salida del pueblo, a la altura del panteón, había un jeep y una camioneta tipo SUV estacionadas, y con varios hombres dentro y fuera de los autos. A simple vista se observa que están armados.
En el camino de regreso, un silencio parecido al temor se sintió aún más fuerte que cuando llegamos a El Álamo. Pero para entonces ya no había nada qué hacer. La tensión, la misma que se siente en las zonas donde se sabe que hay gente armada y que estas siendo vigilado, fue lo único que nos acompañó hasta la carretera México 15, donde vimos un poco más de vida, y donde la posibilidad de ser atorados se reducía a casi nada. (Curiosamente, la vida a un costado de la carretera seguía su curso habitual, como si nada hubiera pasado. Como si el Mayo nunca hubiera sido detenido y aún andaba por esos caminos cortando veredas).
Tabalá; la otra parada
Al llegar a El Salado, en lugar de virar hacia Culiacán enfilamos al sur, rumbo a Mazatlán. Apenas pasamos el río San Lorenzo, un retén militar de algunos 20 soldados, nos detuvo. Apenas bajamos del vehículo, mi acompañante comenzó a tomar fotos.
Un soldado se acercó, y antes de que nos advirtiera que no tomáramos fotos, aclaré que éramos periodistas. “Ah”, lo escuché decir. Guardó silencio y se quedó parado a un costado de mí. Aproveché para preguntarle sobre la situación en el Valle de San Lorenzo, el soldado sólo se limitó a decir que todo estaba tranquilo. “Tenso, pero tranquilo”, concluyó, y entonces cuestionó nuestros nombres y el del medio para el que trabajamos.
Justo entonces una cosa nos quedó clara: la tensión era real, y era todavía más elocuente en la zona rural de San Lorenzo, donde nos llegaron a decir que día y noche, más por las noches, los punteros y pistoleros estaban más alertas que nunca, pues temían que grupos contrarios a la gente del Mayo pudieran llegar en cualquier momento, aunque no quedaba claro y todavía no está claro si en realidad dentro de Sinaloa hay grupos contrarios.
“La tensión existe, pero hay confianza de que nada pase porque el señor (Zambada García), era una persona muy respetada, no sólo aquí en Sinaloa, sino en muchas otras regiones, y por eso creemos que se va a respetar a su gente y a su familia”, dijo una persona que tiene vínculos con la familia Zambada.
Sin embargo, el rumor de una posible guerra es inevitable. Se respira en las calles y avenidas de Culiacán. En comunidades rurales como El Salado, Quilá, Tacuichamona, Costa Rica… también se escucha el rumor sordo y a veces desenfadado, “se van a venir los chingazos”.
El mismo rumor que en la ciudad genera paranoia y que, dicen los comerciantes del centro de Culiacán, ha hecho que la gente no vaya al mercado y bajen las ventas. “La gente tiene miedo”, observa un taquero.
Personas allegadas a la facción de Zambada García dicen que anticipan una guerra, pero que no serán ellos quienes tiren la primera piedra, sino hasta saber exactamente qué pasó, y entonces llegaría un periodo de preparación, aunque la palabra al final la tendrá la familia del Mayo.
“No se tiene la suficiente gente para pelear con el otro grupo (de los Chapitos), pero yo pienso que, si ellos deciden pelear, van a solicitar apoyo a otros grupos, no solo en Sinaloa, sino de otras partes del país y en el extranjero, y ese apoyo será con dinero, armas, gente, municiones, y equipo”, dijo un hombre en Tacuichamona, la tierra de Guadalupe Tapia, uno de los más importantes operadores de clan Zambada, detenido en febrero del año pasado justamente en este pueblo.
Alguien más dijo que la traición es tan palpable, que otra señal es que al menos cuatro escoltas personales del Mayo Zambada están desaparecidos. Lo acompañaron a una reunión, pero ya no regresaron. Los desaparecidos fueron identificados por la fuente únicamente con un apellido y/o apodo, aunque ninguna otra fuente confirmó esa información: el “Chayo”, “Peña” (posiblemente Jesús Peña, operador del Mayo que se fugó del penal de Culiacán en marzo de 2017), y “Cháidez”.
Lo que sí se pudo confirmar es que la familia del comandante Chayo, Rosario Heras, denunció su desaparición ante la Fiscalía Estatal.
“No está fácil ahorita, pero la verdad es que nadie sabe exactamente qué paso”, dijo la fuente.
Por lo pronto, la gente en el valle de San Lorenzo lamenta que el Mayo ya no esté en la región. Él, dijeron, era el principal protector e impulsor para el desarrollo, no sólo de El Álamo, sino de todo el valle de San Lorenzo, incluso, el consenso es que mucho del avance que existía en la zona era gracias a él, que no sólo los protegía, también les daba trabajo, y los apoyaba en lo que fuera necesario, incluyendo vivienda, comida, medicamentos, transportación, seguridad, compañía.
Pero sin la presencia del capo, nadie expone mejor la situación que un comerciante ambulante que ofrecía frijol a la orilla de la carretera, y quien sólo se limitó a decir: “Sin ese señor… que Dios nos ampare”.
Artículo publicado el 04 de agosto de 2024 en la edición 1123 del semanario Ríodoce.