El gobierno secreto del IV Reich
Investigaciones judiciales, revelaciones periodísticas y confesiones de primeros ministros y jefes de servicios secretos destaparon el mayor secreto de las últimas décadas: la existencia de un superejército y un gobierno mundial paralelos, dirigidos por antiguos nazis y fascistas, en cuya cúspide se encontraba el servicio secreto de EE UU. Golpes de estado, atentados terroristas y asesinatos políticos, aparentemente sin conexión entre sí, en realidad respondían a una estrategia común coordinada por la CIA.
El gobierno secreto del IV Reich
El 27 de octubre de 1990, el entonces primer ministro de Italia, Giulio Andreotti, realizó un comunicado oficial que removió las estructuras políticas de Occidente. «Después de la Segunda Guerra Mundial, el miedo al expansionismo soviético y la inferioridad de las fuerzas de la OTAN con relación al Kominform (Pacto de Varsovia), condujeron a las naciones de Europa Occidental a idear nuevas formas de defensa no convencionales, creando en sus territorios una red oculta de resistencia destinada a actuar en caso de ocupación enemiga. Su misión: recoger información, cometer operaciones de sabotaje, propaganda y actos de guerrilla. A raíz de los recientes y significativos sucesos que han transformado Europa del Este (como la caída del muro de Berlín), el Gobierno se ha impuesto reconsiderar todas las disposiciones en materia de guerra no ortodoxa…».
En realidad, Andreotti se estaba refiriendo a los stay-behind, una serie de ejércitos paralelos existentes en el seno de Europa Occidental, creados y coordinados por la CIA en el más absoluto de los secretos. Eso sí, el primer ministro pasó por alto que los líderes de estas organizaciones eran antiguos militares nazis, muchos de ellos con horribles crímenes de guerra a sus espaldas, los cuales habían sido protegidos por la CIA y otros servicios secretos occidentales. Tampoco dijo una palabra sobre los asesinatos políticos, atentados y operaciones de desestabilización que estos exnazis llevaron a cabo en la Vieja Europa, siempre bajo el control de la inteligencia estadounidense.
LA ESTRATEGIA DEL TERROR
Tras la II Guerra Mundial, la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS, sus siglas en inglés) estadounidense, antecesora de la CIA, y la Agencia para la Coordinación de Objetivos de Inteligencia (JIOA, sus siglas en inglés) de EE UU, pusieron en marcha una magna operación, bautizada como Proyecto Pisapapeles, para borrar el pasado nazi de militares, científicos y agentes secretos del III Reich, con el objetivo de incorporarlos a las filas de Occidente para hacer frente a la amenaza de la URSS. Muchos de ellos pasaron a dirigir y engrosar las filas de los stay-behind, y otros tantos fueron trasladados a Latinoamérica para colaborar con las dictaduras fascistas sostenidas por EE UU. Estos antiguos militares del III Reich pusieron en marcha una serie de redes de espionaje y escuadrones de la muerte, que acabaron incorporándose a la llamada Operación Cóndor, una estrategia conjunta de los servicios secretos de las dictaduras latinoamericanas, entre finales de los 60 y principios de los 90, cuyo fin era eliminar a líderes izquierdistas, sindicalistas, periodistas y políticos que no comulgaban con esos gobiernos totalitarios.
La Operación Cóndor, como no podía ser de otro modo, estaba coordinada por la CIA. Gracias al Proyecto Pisapapeles, los mejores científicos del III Reich se convirtieron en ciudadanos estadounidenses sin atisbo de su pasado nazi. Uno de los primeros en ser reclutado fue Wernher von Braun, el más brillante ingeniero de la II Guerra Mundial y creador de los temibles V-2, cohetes supersónicos que constituyeron la principal arma de guerra nazi. Además de prominente miembro de las SS, Von Braun era el principal discípulo de Hermann Oberth, padre de la cohetería alemana.
La OSS y la JIOA no tardaron en pedirle a Von Braun una lista de los ingenieros de guerra nazis que le gustaría incorporar a su equipo en EE UU. E. W. Gruhn, uno de los jefes de la JIOA, consiguió la colaboración de otro exnazi ahora al servicio estadounidense: Werner Osenberg, quien había dirigido el departamento de la Gestapo encargado de investigar la fidelidad a la causa del III Reich de los más importantes científicos alemanes.
LOS INGENIEROS DEL III REICH Y LA LUNA
Osenberg, por un lado, y Von Braun por otro, se encargaron de contactar con los ingenieros nazis, la mayoría de los cuales aceptaron encantados la propuesta estadounidense. Walter Jessel, teniente del Ejército estadounidense, se encargó de evaluar el grado de adhesión a la nueva causa de los ingenieros del III Reich, antes de que la maquinaria de espionaje se pusiera en marcha para encubrir su oscuro pasado. Von Braun acabó convirtiéndose en el primer director del Marshall Space Flight Center, el centro espacial de la NASA en Huntsville (Alabama), uno de los puestos más deseados dentro de la agencia espacial. Y su antiguo correligionario Arthur Rudolph fue nombrado jefe del programa del Saturno V –cohete empleado en los Proyectos Apolo–, que acabaría transportando a los primeros seres humanos a la Luna. Otro antiguo militar del Ejército nazi, Kurt Debus, quien militó en las SS y las SA, se convirtió, nada menos, que en el primer director del Kennedy Space Center de Cabo Cañaveral.
Estos tres hombres, Von Braun, Rudolph y Debus, fueron los responsables de desarrollar la tecnología de cohetes adecuada para que el Apolo XI alunizara en nuestro satélite en 1969.
DOCTORES MUERTE AL SERVICIO DE EE UU
Lo que entonces ignoraba la opinión pública es que detrás del «pequeño paso para el hombre, pero gran salto para la humanidad» se encontraba un equipo de ingenieros de guerra nazis, muchos de los cuales también acabaron trabajando para la industria de defensa estadounidense.
EE UU se convirtió en la primera potencia militar del planeta gracias a los desarrollos tecnológicos ideados por estos antiguos ingenieros del III Reich.
Según un revelador trabajo dado a conocer a través de la Red Voltaire –medio de difusión en Internet–, un puñado de científicos nazis, acusados de haber realizado experimentos con humanos y haber participado en la «solución final» –el asesinato masivo de más de seis millones de judíos–, acabaron incorporándose a varios centros de investigación sobre guerra química y bacteriológica dependiente del Ejército de EE UU. Uno de los beneficiados del Proyecto Pisapapeles fue Otto Ambros. En el citado reportaje leemos esto: «Director del IG Farben –conglomerado alemán de compañías químicas– durante la guerra, participó en la decisión de utilizar el gas Zyklon B en las cámaras de gas, escogiendo el campo de concentración de Auschwitz para instalar una fábrica. Esto le permitió producir, con mano de obra en condiciones de esclavitud, gases asfixiantes que probaba allí mismo con los prisioneros antes de extender su uso al resto de campos. Declarado culpable en los Juicios de Nuremberg por esclavizar a seres humanos y asesinatos en serie, se benefició de la clemencia del tribunal y sólo fue condenado a ocho años de prisión». La JOIA y la OSS reclutaron a Ambros, que terminó trabajando para varias multinacionales de la industria química y para los Cuerpos de Guerra Química de la Armada estadounidense.
Buena parte de los científicos nazis especializados en guerra química y bacteriológica fueron trasladados a la ultrasecreta base militar de Edgewood Arsenal, en Maryland (EE UU), el principal centro de investigación estadounidense en esta clase de guerra. Entre 1947 y 1966, dichos nazis fueron los encargados de crear el «armamento no convencional» que los servicios de inteligencia probaron en escuelas, estaciones de tren, hospitales y cárceles sin el consentimiento de ninguno de los «conejillos de indias». Cuando en 1993 varias investigaciones periodísticas destaparon el escándalo, la CIA y el Departamento de Defensa se vieron obligadas a desclasificar varios documentos altamente confidenciales en relación a estas oscuras operaciones de guerra química y bacteriológica sobre la población estadounidense. Incluso el entonces presidente Bill Clinton pidió disculpas públicamente a la nación, prometiendo que esta clase de actividades nunca se volverían a repetir en territorio de EE UU.
A partir de 1949, los científicos nazis de Edgewood Arsenal recibieron el encargo de probar el uso del Ácido Lisérgico (LSD) como arma de guerra y para operaciones de espionaje e interrogatorios.
Entre 1955 y 1975, el LSD y otras drogas y gases letales se emplearon sobre unos 10.000 soldados estadounidenses sin su consentimiento, para comprobar sus efectos, provocando la muerte de varios de ellos. En la actualidad, las técnicas de desestabilización de gobiernos, golpes de estado, asesinatos y creación de escuadrones de la muerte, empleadas por la CIA en todo el planeta, son deudoras de las utilizadas por los espías y militares de operaciones especiales nazis que, tras el fin de la II Guerra Mundial, pusieron su talento al servicio de EE UU gracias al Proyecto Pisapapeles. Lo mismo puede aplicarse a su poderosa industria armamentística, carrera espacial y guerra química y bacteriológica, campos en los que EE UU ocupa un papel prominente debido a la colaboración de los mejores científicos del III Reich, algunos de los cuales llegaron a ocupar puestos de relevancia dentro de las estructuras de poder estadounidenses.
UN JUEZ VALIENTE DESCUBRE EL SECRETO
Entre 1969 y 1987 tuvieron lugar en Italia una serie de sangrientos atentados con bombas que dejaron cientos de fallecidos y miles de heridos. La versión oficial defendía que eran obra de grupos terroristas comunistas, pero gracias al tesón del juez Felice Casson acabó saliendo a la luz la terrible verdad: en realidad fueron perpetrados por militantes de grupos armados nazis, fascistas y de extrema derecha pertenecientes a la Red Gladio –nombre por el que era conocido el stay-behind que operaba en Italia–, financiados por los servicios secretos italianos, y siempre bajo el control último de la CIA. La finalidad consistía en deslegitimar al entonces poderoso Partido Comunista Italiano de cara a la opinión pública, además de crear una «estrategia de la tensión» para que los votantes eligieran a gobiernos de derechas que impusieran el orden y la seguridad ciudadana.
La acción terrorista que destapó el secreto tuvo lugar el 31 de mayo de 1972, cuando estalló un coche bomba en el pequeño pueblo de Petano, que acabó con la vida de un carabinero e hirió de gravedad a un transeúnte. La policía culpó enseguida a los asesinos comunistas de las Brigadas Rojas, pero el juez Casson, que se hizo cargo del caso, descubrió que el explosivo se trataba de C4, que entonces formaba parte del arsenal de la OTAN. Semanas antes, la policía italiana había descubierto un escondite con un auténtico arsenal, en el que había una gran cantidad de C4. Años después se sabría que en realidad los carabineros habían hallado uno de los miles de escondites de armas en Italia de la Red Gladio, ejército secreto formado por militantes de la extrema derecha italiana y antiguos militares y espías nazis al servicio de la OTAN y la CIA.
«SÓLO SEGUÍ LAS ÓRDENES DE LA CIA»
El juez Casson logró detener al responsable del atentado de Petano, Vincenzo Vinciguerra, miembro del grupo de extrema derecha Ordine Nuovo, quien confesó que había logrado huir de Italia gracias al servicio de inteligencia italiano, abriendo así la primera caja china de la Red Gladio. Vinciguerra declaró ante el juez Casson que «existe en Italia una organización paralela a las Fuerzas Armadas, que se compone de civiles y militares de vocación antisoviética, o sea, destinada a organizar la resistencia contra una eventual ocupación del suelo italiano por el Ejército Rojo». Y añadió: «Esta superorganización, a falta de la invasión soviética, recibió la orden de la OTAN de luchar contra un deslizamiento del poder en el país hacia la izquierda. Y eso fue lo que hicieron con el apoyo de los servicios secretos, el poder político y el Ejército». Estas palabras fueron refrendadas por el general Vito Miceli, nada menos que el jefe del SID, el servicio de inteligencia italiano, quien en 1974 confesó ante otro valiente juez, Giovanni Tamburino, que «disponía de un ‘superSID’ a mis órdenes. Pero no lo monté yo para dar un golpe de estado. No hice más que seguir las órdenes de EE UU y la OTAN». Décadas después, en 2001, el general Gianadelio Maletti, antiguo jefe del departamento de contraespionaje del SID, declaró: «La CIA, siguiendo las directrices de su Gobierno, quería crear un nacionalismo italiano capaz de obstaculizar lo que consideraba un deslizamiento hacia la izquierda y, con ese objetivo, pudo utilizar el terrorismo de extrema derecha (…) Uno tenía la impresión de que los norteamericanos estaban dispuestos a todo para evitar que Italia se inclinara a la izquierda (…) Italia fue tratada como una especie de protectorado. Me avergüenza que todavía estemos siendo objeto de un control especial».
EN EL VÉRTICE DE LA PIRÁMIDE
En 1990, el juez Casson obtuvo el permiso para acceder a los archivos secretos del SISMI, nombre con el que pasó a llamarse desde 1978 el antiguo SID, el servicio secreto italiano. Allí descubrió los
expedientes confidenciales que demostraban documentalmente limplicación de la OTAN y la CIA en la creación de ejércitos secretos con decenas de miles de miembros, la mayoría de ellos fascistas y antiguos nazis, que llevaron a cabo infinidad de operaciones de sabotaje, actos terroristas y asesinatos en Europa Occidental. Semanas después, el entonces primer ministro italiano se vio obligado a reconocer la existencia de Gladio, declaraciones con las que abríamos este reportaje. También el presidente de la República Italiana, Francesco Cossiga, dijo refiriéndose a la Red Gladio: «Tengo que decir que estoy orgulloso de que hubiéramos conseguido guardar este secreto durante 45 años». El parlamento italiano abrió una comisión de investigación sobre el asunto, que años después dio a conocer sus conclusiones. Entre las mismas leemos: «Aquellas matanzas, bombas y operaciones militares fueron organizadas, instigadas y apoyadas por personas que trabajaban para las instituciones italianas y, como se descubrió recientemente, por individuos vinculados a las estructuras de poder de la inteligencia de EE UU».
En este sentido, el general italiano Paolo Inzerilli, quien tuvo un papel predominante en la dirección de Gladio durante algunos años, aseguró públicamente que los «omnipresentes estadounidenses» controlaban el secreto Comité de Planificación y Coordinación (CPC, sus siglas en inglés) del Cuartel General de las Potencias Aliadas en Europa– uno de los dos mandos militares estratégicos de la OTAN–. El CPC era el organismo encargado de planificar la guerra clandestina en Europa Occidental. Según Inzerelli, «la coordinación entre las acciones de nuestra Red Gladio y las de estructuras análogas en Europa las hacia el CPC». Su predecesor al mando de Gladio, el también general Gerardo Serravalle, declaró que «durante los años 70 –cuando él perteneció a esa estructura militar paralela–, los miembros del CPC eran los oficiales responsables de las estructuras secretas de Gran Bretaña, Francia, Alemania Bélgica, Luxemburgo, Holanda e Italia. Esos representantes de las redes clandestinas se reunían cada año en una de las capitales europeas». Y añadió: «Siempre había representantes de la CIA en las reuniones de los ejércitos stay-behind».
MISMOS PERROS, DISTINTOS COLLARES
Si la CIA puso al servicio de la italiana Red Gladio a prominentes fascistas y a simpatizantes de las tesis hitleristas, en Alemania, como no podía ser de otro modo, su ejército paralelo stay-behind estaba conformado por antiguos nazis. Uno de los primeros en engrosar las filas del la Red Gladio alemana fue Klaus Barbie, más conocido por el apodo de «el carnicero de Lyon». Barbie jugó un papel más que relevante en el asalto al gueto judío de Ámsterdam y, más tarde, fue nombrado jefe de la Gestapo –la policía secreta del III Reich– en la ciudad de Lyon cuando Francia estaba ocupada por las tropas hitlerianas. Desde el primer momento se destacó por su crueldad con los prisioneros. Por ejemplo, capturó, torturó y asesinó a Jean Moulin, legendario jefe de la resistencia francesa. Cuando en 1951 sus delitos salieron a la luz, los servicios secretos estadounidenses, que lo habían protegido en Alemania, lo enviaron a Latinoamérica, donde se integró en la Operación Cóndor, colaborando por cuenta de la CIA con varios dictadores del «patio trasero» de EE UU. De hecho, fue el responsable de varios golpes de estado en Bolivia, que llevaron al poder a militares fascistas. Así, durante la dictadura de Luis García Meza Tejada (1980-1981), organizó varios grupos paramilitares al servicio del régimen, además de convertirse en jefe del servicio secreto boliviano. Pero el principal cabecilla de la Red Gladio en Alemania fue Reinhard Gehlen, antiguo jefe del servicio de inteligencia nazi en el Frente Oriental y general de brigada del III Reich. Al terminar la guerra se ofreció para trabajar con la inteligencia estadounidense, entregando a las autoridades militares de EE UU miles de microfilms con los archivos más secretos del espionaje nazi. Gehlen acabaría convirtiéndose en el principal agente de la CIA en Alemania. De hecho, la CIA lo eligió para crear el BND, el servicio de inteligencia de Alemania Occidental, del que fue su primer director.
Gehlen reclutó para el staybehind alemán a decenas de miles de nazis, que se incorporaron a las estructuras de espionaje de la CIA y la OTAN.
Durante décadas, el exgeneral nazi y su red infiltraron las más importantes estructuras del poder político y militar de la URSS y Alemania Oriental, obteniendo para la CIA la información más sensible sobre el bloque del Este. Finalmente, tuvo que dimitir como director del BND en 1961, cuando la inteligencia estadounidense descubrió que agentes del KGB habían logrado infiltrarse en las redes nazis que dirigía Gehlen por cuenta de la CIA.
«TENEMOS MILES DE ARSENALES POR EL PAÍS»
Dabringhaus, un exagente de los Tribunales de Contrainteligencia, organización fundada tras la II Guerra Mundial por el Pentágono, encargada tanto de encontrar a criminales de guerra nazis para juzgarlos como de reclutarlos para la causa antisoviética, cuenta que entabló contactos con un antiguo alto cargo de las SS, quien cierto día lo llevó a un escondrijo de armas. El SS le dijo: «Tenemos miles de escondites así por todo el país». Dabringhaus informó a sus superiores, quienes le respondieron que no se preocupara, pues eran muchos los nazis que formaban parte de un ejército secreto controlado por la inteligencia estadounidense, que actuaría en caso de que las tropas de la URSS decidieran invadir Europa. El secreto del stay-behind alemán no duró mucho tiempo, pues en 1952 el exoficial de las SS Hans Otto se presentó ante la policía para denunciar que formaba parte de un poderoso ejército en la sombra. «La mayoría de nosotros somos exoficiales de la Luftwaffe, la Wehrmacht o las SS», declaró, además de confesar que habían sido entrenados por un misterioso estadounidense –probablemente agente de inteligencia– en técnicas de asesinato, las cuales tendrían que aplicar llegado el momento, quitando de en medio a determinadas figuras políticas, periodistas y militares de Alemania. Gracias a Otto las autoridades policiales encontraron diversos escondites de armamento y se llevaron a cabo varias detenciones. Sin embargo, la organización a la que pertenecía el antiguo SS simplemente era una de las ramas, ni siquiera la más importante, dentro de la estructura del stay-behind alemán.
A mediados de los 90 uno de los implicados habló claramente. Dieter von Glahn, que había escapado de un campo de prisioneros soviéticos durante la II Guerra Mundial, acabó siendo captado por la inteligencia de EE UU para formar parte del stay-behind alemán. Según confesó en su autobiografía, publicada en 1994, «los estadounidenses decidieron reclutar y constituir una unidad alemana confiable con vista al día D, la invasión de Alemania por el Ejército Rojo. La unidad tenía que formarse con armamento americano, disponer de sus propios escondites de armas y pasar a la clandestinidad en caso de ofensiva». La CIA entrenaba a estos antiguos nazis y simpatizantes del III Reich en la base estadounidense de Grafenwöhr. «Yo participé varias veces en aquellos entrenamientos –relataba Glahn–. Los hombres que portaban un uniforme americano parduzco sólo estaban autorizados a llamarse entre sí por los nombres de pila. Venían de los cuatro puntos cardinales de Alemania (…) Durante cuatro semanas estábamos completamente aislados del mundo exterior».