Altares y sótanos/Ismael Bojórquez
“Parece que fue ayer”, diría el clásico, pero estos nueve meses que tiene Andrés Manuel López Obrador en la Presidencia de la República se han ido con mucha rapidez. Es una percepción y es posible que tenga que ver con ese estilo que tiene de comunicar: sus conferencias mañaneras manejando siempre la agenda del país y de la opinión pública, sus pleitos recurrentes con algunos medios y periodistas, sus giras por los estados, casi siempre con mítines plazueleros donde a punta de arengas también da nota.
Ha sido un arranque de gobierno de muchos claroscuros, como se esperaba, aunque al final el balance para el país, salvo por el problema de la violencia, puede considerarse positivo. El presidente está buscando transformaciones profundas, como dijo el ex presidente de Uruguay, José Mujica, y hay que darle tiempo. Eso no quiere decir que hay que dejar pasar todo lo que diga y haga (eso que lo hagan sus seguidores ciegos, no tienen porqué hacerlo los demás). Por el contrario, la gente votó por un cambio y eso es lo que espera, un cambio.
Vámonos al principio: la gente estaba harta sobre todo de dos cosas: de la corrupción y de la inseguridad. Todas las encuestas y sondeos coincidían en eso. Andrés Manuel, entonces, tenía que responder en ambas cosas. Sentar las bases para una nueva administración de los recursos públicos, con criterios de austeridad y de equidad —un tema muy sensible para el ciudadano de pie—, sin derroches, pero sobre todo sin un manejo corrupto del erario como había sido la práctica de los gobiernos anteriores, priistas y panistas. Esto tenía que ser, sin duda, parte fundamental de un nuevo pacto social.
El otro tema que desgarraba los corazones de los mexicanos era el de la seguridad. El tema de la corrupción empieza a atacarse con cierto éxito y ha estado fortaleciendo las expectativas de la gente que votó por López Obrador, pero el de la seguridad no. Los números que trae el Presidente a partir de que toma el poder hasta que entrega su primer informe al Congreso de la Unión son desastrosos, los más rojos en la historia moderna de México. Más que los de Enrique Peña Nieto, su antecesor. Puede alegar que le dejaron “un cochinero”, pero eso no salva nada, ni a él ni a la Cuarta Transformación. Andrés Manuel López Obrador, en materia de seguridad, está siendo un rotundo fracaso.
El problema de la violencia, lo supo desde antes de la elección presidencial, no admitía espera. Tenía que atacarse ya para ofrecer resultados ya. Por eso es inaceptable que siga escudándose en el pasado. Estuvo meses tratando de justificar la creación de la Guardia Nacional (GN) porque —ese fue el mensaje—, sería la panacea contra la inseguridad y la violencia. Pero resulta que hasta ahora no se ha observado ningún cambio. ¿En ciudades como las de Sinaloa es comprensible que cientos de elementos de la GN hayan sido utilizados para resguardar las escuelas por el inicio de clases? ¿Realmente no tienen otra cosa qué hacer? ¿A qué vinieron a Sinaloa y a qué están yendo a otros estados, con qué fin?
Nadie puede negar que el Presidente tiene muy claro hacia dónde ir en materia social, que su preocupación principal son los pobres de este país, el combate a la desigualdad, la búsqueda de la equidad en la distribución de la riqueza. Pero esto y el combate a la corrupción —que incluye por cierto una nueva relación del poder político con el poder económico, sobre bases transparentes y sin cochupos— van indisolublemente ligadas a la seguridad de los ciudadanos. Juntos estos elementos es como puede construirse en nuestro país un nuevo estado de bienestar. La democracia que tanto presumimos no nos va a servir de nada mientras tengamos estos niveles —crecientes, además— de violencia que nos acribillan todos los días.
Bola y cadena
EL PRESIDENTE DEBE ASUMIR YA OTRA postura frente a la violencia. Cuando asesinaron a 19 en Uruapan y a varios de ellos los colgaron de un puente, en conferencia mañanera Andrés Manuel les dijo “pórtense bien”. La semana pasada incendiaron un bar en Coatzacoalcos, Veracruz, y hasta el cierre de esta edición iban 30 muertos. La solución del problema no está en llamados de atención o a la cordura. Se está tratando con criminales y hay que enfrentarlos como criminales. Con todo respeto a los derechos humanos, pero con contundencia. (El spot, por cierto, del Primer Informe donde se presenta con su gabinete de seguridad y dice que ahí están trabajando desde las seis de la mañana, es patético. Mucho más en el marco de la tragedia de Veracruz).
Sentido contrario
NO LES VAMOS A DAR GUSTO A NUESTROS ADVERSARIOS, suele decir el Presidente, refiriéndose quién sabe a quién. Nadie lo puede criticar, cuestionar, menos increpar, porque se convierte en su “adversario”. Si uno voltea hacia un lado y otro, la verdad no encuentra a nadie que tenga esa calidad frente a un hombre que, aun con todo, mantiene niveles de aceptación mayores a cuando empezó. No hay líderes ni partidos fuertes que se le opongan. ¿Quiere ver un adversario de verdad? ¿Quiere pelearse con ese adversario? Ahí está el narco. Que no le dé vueltas.
Humo negro
SI ALGUNA IRA ENFRENTÓ ANDRÉS MANUEL durante sus foros sobre seguridad antes de asumir el mandato fue la de los familiares de personas desaparecidas. No solo las relacionadas con el grupo de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, sino la de los agraviados de Chihuahua, Veracruz, Tamaulipas, Jalisco, Sinaloa… Hay más de 40 mil casos pendientes según la propia Secretaría de Gobernación y hasta ahora no se ve por dónde pueda empezar una estrategia del Estado para encontrarlos. Es triste, pero hacen más las rastreadoras que andan por todo el país con pico y pala buscando a sus hijos, a sus padres, a sus hermanos.
Columna publicada el 1 de septiembre de 2019 en la edición 866 del semanario Ríodoce.