Regeneración, 26 de septiembre del 2018. Sara Salazar Hernández batalló por la vida contra la contaminación radiactiva en Sierra Blanca ubicada en la frontera Chihuahua y Texas, junto con decenas de activistas internacionalistas.
Batalló por la vida ante el asesinato de decenas de activistas de izquierda, sus propios hijos y otros familiares, por la violencia en Ciudad Juárez y el Valle de Guadalupe.
En 2012, la activista partió con 76 años de edad al exilio, para preservar su vida de la violencia de la guerra del narco, por lo que recibió asilo político en los Estados Unidos.
La solidaridad combativa en el Valle de Juárez
Doña Sara Salazar Hernández (1936 – 2018), destacó por su activismo en una coalición binacional que batalló 13 años hasta que la comisión de conservación de los recursos naturales, de Texas, el 22 de octubre de 1998, negó la licencia para la operación de un depósito de residuos radiactivos.
“Es más que un romántico recuerdo”, escribió un año después de la victoria, el periodista, Martín Orquíz, de El Diario.
En la foto aparece doña Sara, en sonriente plática con sus pericos.
Dice el periodista:
Las emociones están todavía a flor de piel, las lágrimas se asoman a sus ojos, y la remembranza de esa lucha, donde esgrimieron razones y sentimientos en contra de un escudo de millones de dólares, adorna las paredes de sus casas en forma de calendarios, fotografías y reconocimientos.
Pero no están dormidos en sus laureles: la atención está puesta en donde existen tiraderos similares o proyectos para instalarlos.
Tienen la fuerza del pequeño David que venció a Goliat.
Estos activistas fueron Manuel Robles, la familia Reyes, el grupo de matachines San Francisco de Asís y todos los integrantes de la coalición binacional contra tiraderos tóxicos y Radiactivos.
La izquierda internacionalista en el Valle de Juárez
Doña Sara encabezó una familia de activistas de izquierda internacionalista que dirigió movimientos sociales y ciudadanos por los derechos humanos y sociales, por el medio ambiente, contra el feminicidio y la trata de personas.
Ella y su familia participaron en el antiguo Partido Revolucionario de las y los Trabajadores (PRT).
Una de sus hijas y uno de los hijos de Sara Salazar, fueron electos funcionarios públicos municipales por el Partido de la Revolución Democrática, en 2004 y 2007 respectivamente.
Posteriormente participaron en movimiento opositor de izquierdas encabezado por Andrés Manuel López Obrador.
Doña Sara y los activistas de izquierda masacrados en la guerra del narco
La militarización “antidroga” de los poblados y valles al sur del río Bravo o Grande comenzó por el año 2007.
Grupos criminales y soldados del Ejército por igual, hostigaron con violencia y saquearon pertenencias de la familia de Doña Sara, de manera reiterada durante los primeros años de la militarización.
Entonces comenzó la persecución directa contra su familia:
Atentados y detenciones arbitrarias e injustas. Asesinato de un nieto y posterior asesinato de su hija Josefina — su madre — , quien fuera asesinada por exigir justicia, siendo señalado el Ejército mexicano, como el autor del crimen.
Repartieron entre la población volantes en su contra en una auténtica guerra psicológica.
Recibieron múltiples amenazaron de muerte vía telefónica.
Luego mataron a su hijo Rubén. Posteriormente secuestraron a su hija Malena y su hijo Elías.
Doña Sara participó de la movilización política ante la violencia y los asesinatos, incluida una huelga de hambre donde participaron sus hijas Claudia y Marisela.
Al serles negada la audiencia en la Fiscalía de Chihuahua, Sara Salazar vino con su familia e instalaron un plantón frente al Senado de la República, en la Ciudad de México.
Protestando en la capital del país Doña Sara Salazar supo que sus hijos Malena y Elías habían sido torturados y asesinados. Sus cuerpos muertos salvajemente profanados.
En venganza por este activismo, grupos armados quemaron casas de sus familiares, le invadieron sus tierras y propiedades producto de seis décadas de trabajo.
Doña Sara vuelve a la tierra que la vio nacer
Tras los hechos arriba narrados, doña Sara junto con sus cuatro núcleos familiares sobrevivientes pidieron, y les fue concedido, el asilo político en los Estados Unidos en 2012.
Doña Sara Salazar Hernández murió tras 6 años en el exilio y su familia ha lanzado una campaña para poder honrar su memoria en la tierra donde vivió y lucho, en Chihuahua, en el Valle de Juárez. México.
Mucho se agradecerá su aportación solidaria en la siguiente cuenta:
Banco: Inbursa
Clabe: 036164500268855957
Cuenta: 50026885595
No. Tarjeta: 4658285909853826
Elizabeth Guzmán Argueta
Testimonial Batalla nuclear (O de cómo vencimos al imperio más grande del mundo)
En 1991 había la intención de las autoridades estadounidenses de establecer en el sur de Texas, a 20 kilómetros de la frontera mexicana, un confinamiento para residuos nucleares.
El problema era que el punto designado, en Sierra Blanca, estaba demasiado cerca de México, en violación de acuerdos binacionales.
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Lo grave era que el proyectado confinamiento, como cualquier otro de su tipo, presentaba el riesgo de filtración radiactiva hacia los mantos freáticos, y en la frontera algunos de estos son compartidos por la dos naciones.
El profesor Robles alentó, junto con otros activistas juarenses como precisamente Josefina Reyes, Félix Pérez, Francisco Carlos Díaz y Marcos López Torres, un movimiento de resistencia al “cementerio” nuclear de Sierra Blanca.
Del otro lado de la frontera venían luchando desde el comienzo los activistas Linda Lynch, Bill Addington, Richard Boren, el organizador Carlos Gallinar, y muy destacadamente Edward Patrikas y Blanca Torres, entre muchos otros que no se resignaban a ver la región convertida en tiradero de las grandes ciudades de la Costa Este de Estados Unidos.
Finalmente, el 22 de octubre de 1998, al cabo de marchas y presiones parlamentarias motivadas por el grupo binacional de activistas, las autoridades estadounidenses desistieron de construir su basurero nuclear en Sierra Blanca.
Salones del Museo del Valle de Juárez
Durante varios años de la década pasada, la tranquilidad de los salones del Museo del Valle de Juárez dio lugar a apasionados debates sobre cómo detener un plan que se urdía en los Estados Unidos.
Fue el museo sala de juntas, cuarto de mapas, cuartel general, un magnífico ejemplo de lo que debe significar un recinto del pueblo, abierto a las inquietudes de la comunidad, refugio de luchadores sociales, zona de solidaridad y en total comunión con el pueblo.
Fuente: Justicia para Víctimas y Desplazados