Jesús Terán Peredo
Por: Gerardo Díaz
Jesús Terán Peredo fue el primer gobernador constitucional de Aguascalientes
De una escala más modesta en cuanto a pasajeros y vuelos, se encuentra el Aeropuerto Lic. Jesús Terán Peredo en la capital de Aguascalientes. Este debe su nombre a un notable liberal nacido en aquellas tierras en 1821, año clave en la historia de nuestro país porque significó el final de la época virreinal y el nacimiento del México independiente.
En esa ciudad –en esos años aún perteneciente a Zacatecas– cursó los estudios básicos y más tarde fue seminarista hasta 1842, cuando la muerte de su padre lo llevó a asumir las obligaciones de administrador de los bienes familiares. Es en esa época que, como muchos de su generación, simpatiza con las ideas liberales y se une a su causa; primero como miembro del partido y más tarde al ingresar a la masonería.
En 1845 se gradúa de abogado y se establece definitivamente en su querida Aguascalientes. Ahí rápidamente gana renombre entre los hombres poderosos liberales, hasta ser designado jefe político, posición que aprovecha para influir en la creación de un Instituto de Ciencias y Artes. Es época de Antonio López de Santa Anna –con todos los claroscuros que eso implica– y tiene sus desavenencias con el general en muchas situaciones, incluyendo la dolorosa derrota mexicana ante Estados Unidos en la guerra de 1846-1848.
En aquel periodo, de las acciones que lo llenan de gusto es cuando en 1853 el poder central ordena la creación del departamento de Aguascalientes, separándolo de Zacatecas. Esto no impide que apoye la Revolución de Ayutla en contra de Santa Anna, de la que saldrá muy bien posicionado, tanto que es nombrado gobernador interino de Aguascalientes en 1855. Su mandato es simbólico porque adquiere el actual Palacio de Gobierno y en 1857 se convierte en el primer gobernador constitucional de la entidad.
Más tarde, el presidente Benito Juárez lo recluta para tareas nacionales como secretario de Justicia y más adelante, con la invasión francesa (1862-1867), como embajador extraordinario y plenipotenciario en Europa. En este continente se establece en 1866 y viaja de un país a otro para criticar, por todos los medios posibles, la injusta intervención en territorio mexicano: en entrevistas con hombres influyentes, dirigentes de partidos y con las propias autoridades, o imprimiendo de su propio bolsillo boletines informativos sobre la actualidad del país.
Es en uno de esos traslados que, con la salud quebrantada, muere en París en 1866, no sin antes tener noticias de que el emperador francés, Napoleón III, habría de regresar a sus tropas de su efímera aventura en la República Mexicana.
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